De paros y saberes: mujeres/docentes

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(Por Helen Turpaud Barnes) En su libro de memorias, la bailarina, directora de cine y fotógrafa alemana Leni Riefenstahl repasa entre otras cosas el período en que trabajó para el Ministerio de Propaganda durante el gobierno de Hitler. Reconocida como una de lxs grandes directorxs de cine de principios de siglo XX, al nivel de Eisenstein o Buñuel, su cercanía con Hitler le valió críticas y boicots. Sin embargo, Riefenstahl expresa innumerables veces que “no sabía” de los crímenes del nazismo. A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, fue invitada a brindar una conferencia sobre cine en París, donde Riefenstahl recuerda haber dicho que se puede ser alguien que “no sepa nada de música” y sin embargo saber muy bien cómo musicalizar una película, y viceversa. Ni bien terminó la conferencia, un grupo de personas subió al estrado en lo que creía que era un homenaje para ella. Luego del evento, se enteró de que se trataba de un grupo de obreros comunistas cantando la Internacional como modo de protesta. Explica que su confusión fue producto de “no conocer” la melodía de la Internacional (un “no saber” musical que es más bien un “no saber político”), aunque admite lo poco equívoco de los puños en alto. ¿Qué es “saber” y de qué “saberes” nos hacemos cargo?
Fascinante construcción de un relato sobre el saber y el no saber para sortear las responsabilidades políticas: Riefenstahl afirma su saber como cineasta, incluso en contra de otros saberes (el musical o el político, por ejemplo). Y, en el contexto de su cotidiano contacto con Hitler, construye su relato de tal forma que “no conocer” datos fundamentales del contexto sociopolítico la eximiría de su responsabilidad ideológica, como si desconocer dicho contexto no fuera en sí mismo producto de una opción ética reprobable.
Poco después de rechazada la propuesta de “aumento” hecha por la gobernadora Vidal y convocado el paro docente nacional para los días 6 y 7 de marzo empezó a circular la noticia sobre posibles “voluntarios/as” para dar clases durante el paro. A las pocas horas se supo que era una campaña emanada del call center del PRO. Sea como fuere, responde a ciertas maneras de ver nuestra tarea docente que efectivamente circulan socialmente.
Por otra parte, el miércoles 8 de marzo se realizará en la Argentina y varios países más el Paro Internacional de Mujeres bajo la consigna “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”.
La cercanía entre la medida docente y el paro de mujeres no es solo por las fechas. Muchas concepciones que circulan sobre la docencia y sobre el trabajo de las mujeres tienen puntos en común. La idea de que la docencia debe ejercerse por “vocación” obtura el reconocimiento de ella como tarea profesional e ideológicamente implicada. Se criminaliza la acción sindical hablando de tomar al alumnado “de rehén”. La discusión en los medios hegemónicos se torna una seguidilla de acusaciones moralistas, criminalizantes, culpógenas. Si se espera que la tarea docente responda a cuestiones emocionales (“amor”, “vocación”), los reproches también buscan apelar a lo emocional (evitando hablar del ajuste y sugiriendo que la satisfacción afectiva es en sí misma retribución suficiente). Lo profesional y lo ideológico se deja fuera. Así, si la docencia es solo una cuestión de “ganas” y de “amor¨, con un poco de “alegría” cualquiera puede ejercerla, logrando a la vez ubicarse en un pedestal moral por sobre aquellas personas que no querrían “cumplir” con su tarea. Dar clases no implicaría un “saber” sino un “querer”. ¿Se puede hacer de cuenta que “no se conoce” qué está pasando con el ajuste del macrismo?
A su vez, al modo de Riefenstahl, se sostiene la idea de que se puede “saber” hacer una determinada tarea (cine o docencia) sin que las razones ideológicas por las cuales se ejerce tengan nada que ver. Para quienes el supuesto voluntariado resultaba pensable, la obstaculización de la lucha docente no pareciera formar parte de los “saberes” transmitidos. Ni Riefenstahl ni el fascismo local se hacen cargo de su posicionamiento ideológico.
El trabajo de las mujeres en general también es visto como una tarea donde lo central sería la predisposición “natural” que tendrían las mujeres para “cuidar”, “dar vida”, “dar amor”, “ser abnegada”. Así, las tareas consideradas “femeninas” son aquellas vinculadas al área de salud, educación, trabajo doméstico, o los escalones menos jerarquizados de muchas profesiones (no tienen por qué estar en puestos de decisión o conducción, y si lo hacen se las tilda de “competitivas”, “masculinas”, “mandonas”, etc.). No por casualidad, gremios que tienen mayoría de mujeres son sin embargo conducidos por hombres: para “decidir”, “negociar”, “pelear” por los sueldos docentes, mejor los hombres.
De este modo, las tareas que generalmente ejercen las mujeres se ven rodeadas de un halo desprofesionalizante muy fuerte. A pesar de que la mayoría de quienes estudian carreras terciarias y universitarias son mujeres (y son además quienes obtienen mejores calificaciones), persiste esta mirada. Y en el caso de las mujeres que no optan o no acceden a la formación académica, la precarización laboral es aun mayor.
Las docentes mujeres, especialmente quienes no dictamos en el nivel terciario y universitario, somos constantemente nombradas por colegas y estudiantes con términos relativos a lo doméstico, lo emocional, lo no profesional. En los sectores pobres de la población, nuestro alumnado casi siempre llama a las docentes mujeres “señorita” (en inicial o primaria) o “señora” (en el nivel secundario), mientras que los docentes varones son nombrados como “profe” (incluso quienes dictan en el primario y se nombran a sí mismos como “maestros”). En los sectores medios y/o altos, el “señorita” persiste como modo de nombrar a la maestra/profesora de inicial o primaria, y solamente luego de un período de “transición” pasa en el secundario a ser “profe” o a ser llamada por su nombre.
Una lamentable y muy clasista jerarquización de la preparación que se requiere para los distintos niveles educativos implica que ser maestra/o es “menos” importante que ser profesor/a (y que ser docente de nivel universitario requeriría “más preparación” que ser docente de los demás niveles). Por esto, sabemos que negarle a las docentes mujeres el nombre de “profe” cuando a los varones se los llama casi siempre así indica que aunque hagan el mismo trabajo, una mujer maestra es siempre “menos” que un hombre maestro.
Diferencias de clase y de género: la docente llamada “señora” no es reconocida como perteneciente a los sectores pobres (es la misma palabra con la que en estos sectores se designa a la “patrona” en una casa o un negocio, lo cual explicaría quizás el que los sectores medios denominen a las docentes del secundario con palabras que sí les reconocen su rol profesional o bien con su nombre: es que para el sector medio, la docencia es todavía una tarea “propia”). El “señorita” se empezó a usar en épocas en que solo podían dar clases las mujeres solteras y –por lo mismo, dios no permita otra cosa- vírgenes. Ya lo dijo hace años la pedagoga Alicia Fernández en “La sexualidad atrapada de la señorita maestra”: es un término que desexualiza, infantiliza y desprofesionaliza a las docentes de nivel inicial y primario. Cualquier intento de cuestionar este modo tan arcaico y desprestigiante de llamar a las docentes de niños, niñas y preadolescentes es contrarrestado con una apelación al sentimentalismo de “pero es un término cariñoso” (un modo de extorsionar afectivamente). Reivindicar nuestro lugar de trabajadoras y de profesionales de la educación parecería entonces una especie de traición afectiva. La descalificación de la docencia se ve facilitada y reforzada por el cruce entre la explotación capitalista por la cual los sueldos del sector trabajador son constantemente atacados y los estereotipos machistas que implican desprecio por lo que se considera “femenino”.
En verdad, el sistema de división sexual del trabajo no solo refuerza sino que en sí mismo construye las divisiones por género, lo cual implica que una subversión de tal sistema de división laboral sería fundamental para ayudar a terminar con estos modos de segregación. Es decir que las categorías de “hombre” y “mujer” son en parte consecuencia y no causa de una división entendida como “biológica”. Cambiar el sistema de trabajo sería no solo cambiar roles sino también identificaciones muy fuertes.
En este contexto, el Paro Internacional de Mujeres en el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras y con su lema enfocado en la producción relocaliza las tareas realizadas por mujeres como “trabajo”, como tarea productiva y no necesariamente re-productiva. El denunciar los femicidios, la vulneración de los derechos de las mujeres indígenas, el acoso sexual, la trata y los estereotipos de belleza en este contexto nos recuerda que la violencia machista tiene un costado económico que es fundamental para sostener el capitalismo. La vida de las mujeres “vale” no solo como afirmación de una dignidad humana inherente a todo sujeto, sino también porque se trata de cuerpos cuyo trabajo exige ser reconocido.
Vale aclarar que en modo alguno lo emocional y lo profesional son cosas opuestas o mutuamente excluyentes. En verdad, la separación de ambos ha sido establecida por el capitalismo patriarcal: la idea de la maestra como “segunda mamá”, respondiendo a la “natural inclinación femenil” por los niños y niñas vs. el maestro varón que es “profe”, “tiene más autoridad”, es más apto para alumnado adulto, etc. Por lo tanto, la idea de emoción vs. profesionalismo es una falsa oposición que hay que combatir en aras del reconocimiento profesional de una tarea ejercida especialmente por mujeres y para cortarla con la extorsión emocional a la cual nos pretenden someter cada vez que vamos al paro.