Hace falta una respuesta colectiva

(Por Astor Vitali) Por estos días se escucha en conversaciones personales o mediatizadas más o menos el siguiente esquema de diálogo:

– ¿Cómo estás?

-Y… viste. Con esto de la pandemia ando medio mal.

-¿Qué te pasa? ¿Qué sentís?

-Me siento mal, estoy angustiado porque no puedo ver a mis amigos. Tuve que dejar de hacer actividades que venía realizando. Extraño ir a jugar al fútbol o juntarme a hacer un asadito.

En las entrevistas que brindó a distintos medios Alejandro Dolina estas últimas semanas, el artista se ocupó de dejar sentada una posición al respecto: “Prevalecen las angustias individuales por sobre la angustias colectiva. Hay una pregunta que le hacen siempre a todos los ñatos que se entrevistan por ahí en medios de una y otra orientación. Es esta: ¿cómo va llevando la pandemia? ¿Qué es lo que más lo angustia de la pandemia? Entonces, todos contestan: lo que más me angustia es que no puedo encontrarme con mis amigos o que no puedo jugar al golf o que no puedo ir en bicicleta. Son situaciones individuales, algunas de ellas molestas. Pero la verdad que una respuesta honesta a esa pregunta –¿qué es lo que más le angustia a usted de la pandemia?-sería: que se muera gente y que se enferme gente. Y en tercer lugar, que haya gente que no pueda trabajar o que no sepa cómo subsistir. Esos son los problemas. Ahora, si el tipo quiere ir a Monte Hermoso para ver cómo anda el lotecito… son angustias de segundo orden, me permito señalar. Y sin embargo, las respuestas son todas por ese lado: a mí, a mí. Tengo un poco de depresión porque estoy encerrado. ¿Eso es lo que te molesta de la pandemia, que tenés un poco de depresión porque estás encerrado? ¿Eso es lo que te molesta a vos? Pero… ¡es una pandemia! ¡Hay gente que se muere! ¿No te angustia para nada lo que esté pasando en general?”.

Creemos que este es el centro de la cuestión. La respuesta social a la pandemia está centrada en la reacción individual. Más, está centrada en la idea de la libertad individual. Pero es una libertad como sinónimo de capricho. No puedo hacer lo que yo quiero. Y eso tiene que ver con la ideología de un sector social que está acostumbrado a hacer lo que quiere cuando quiere.

Las libertades, en un mundo material, están estrechamente vinculadas a la capacidad económica para ejercerlas. Hay personas que sienten que se atenta contra su libertad de ir a Monte Hermoso o a Miami. Para ellos, “todo el mundo es libre de viajar”. Sin embargo, ¿todo el mundo es libre de viajar? Una mayoría de la población no es libre de elegir porque en un esquema de desigualdad estructural jamás tendrá los recursos para concretar esas decisiones. La libertad es así asequible sólo para un sector social como la antigua democracia era para los ciudadanos libres pero legitimaba la esclavitud, cuya población no gozaba de ningún derecho.

Yo no soy libre de hacer lo que quiera por la sencilla razón de que no podría concretar materialmente ningún anhelo por fuera de lo que mi economía personal me permita.

En medio de una situación de guerra, uno se angustia por las personas que van a morir, por lo que costará reconstruir la vida y la economía, por una serie de circunstancias que afectan a un conjunto social. Uno en una guerra no pone en primer plano que no podrá comprar la latita de atún que se importaba del país con el que se litigia bélicamente y ahora no se importa por cuestiones geopolíticas.

Podríamos imaginar la siguiente conversación:

-¿Cómo se siente con la guerra?

-Y… aquí estamos.

-¿Qué le afecta?

-Bueno, es que desde que empezó la guerra no he podido comprar el atún que venía de aquel país.  

Esta posición sería censurada porque en un conflicto bélico se acentúan los sentimientos nacionalistas y todo el mundo debería mostrar su congoja por “los héroes” que dan la vida por su patria.

Ahora, hoy, una pandemia azota el mundo y se ha pedido a la comunidad compresión de que más allá de todo la enfermedad es muy contagiosa y, si bien la tasa de mortalidad es de una cifra, ese porcentaje representa un alto número de personas a las que no podrá dar atención el sistema de salud, es decir, quienes no podrán acceder al derecho a la salud y no serán libres de elegir pelear por su vida. Es tan simple como eso y como la consigna menor movilidad, menor contagio. Se ha pedido comprensión.

Frente a una pandemia, es decir, un hecho que afecta a la humanidad, una parte de esa humanidad no se ve interpelada por un suceso de estas características y no tiene mayor ocurrencia que destacar lo que le pasa a él mismo, y justifica todo tipo de acción que pone en peligro a otros y a otras por su condición de clase, porque no es de riesgo (pero arriesga a otros), por su historia personal o simplemente porque a él no le van a decir lo que tiene que hacer.

Impresiona la disociación cuando se contrasta con datos como la cantidad de muertos por coronavirus en Estados Unidos –sociedad campeona de las esas libertades de cartón-, país en el que la cantidad de muertes por esta enfermedad supera la de sus víctimas en la I Guerra Mundial y duplica la de Vietnam.

El hecho de que ante una pandemia, nuevamente, un hecho que afecta a la humanidad, pese a los esfuerzos de los y las profesionales de la salud, motive respuestas individuales, representa la verificación concreta de lo que hace ya tiempo se llama victoria cultural capitalista o del individualismo: un pensamiento primitivo, chiquito, de corto aliento, simplista, holgazán, contrariado ante lo complejo y ante la complejización del pensamiento (porque si tiene que sostener sus posturas verá que se derrumban ante cualquier planteo lógico o, de otra forma, debe reconocer la brutalidad de su ideología). Es la constatación de la derrota de los pensamientos socialistas, humanitarios, democráticos, durante este período de la Historia.

Cabe destacar que esa derrota no elimina la solidaridad, la entrega, la inteligencia, la ciencia. En la actualidad hay millones de personas que trabajan en un sentido responsable, solidario, etc. Parte de la necesidad de ese pensamiento individualista está en no mostrar todo aquello –la solidaridad, la ciencia, la inteligencia- porque representa un “mal ejemplo” mostrar a quienes viven su vida entendiendo que se vive en sociedad y que es inviable para cualquier pueblo que busque un modelo vivible no desarrollar personas con capacidad de empatizar socialmente, de contactar con el otro, porque la guerra de la salida individual sólo conduce a la violencia interna. Nos muestran, en cambio, la militancia de la estupidez organizada que por puro capricho sale a joder la vida al resto, y sobre todo, a los que pierden la vida, su salud o su trabajo.

Hace falta una respuesta colectiva. Hace falta si se busca una sociedad vivible. Y hace falta hacerlo con medidas concretas que apunten a la transformación ideológica y cultural de raíz: el progresismo debe aceptar que no es con más capitalismo, que instaurando la idea de consumo extendido y la búsqueda de movilidad social ascendente se obtiene sólo mejoramiento de condiciones económicas pero con una conciencia pequeño burguesa –individualista de lo poco y reaccionaria por temor de perder su nuevo pequeño estatus pagado en cuotas-, una competencia que termina anteojeras sociales y más rencor y más movilidad social y más miedo.

Hace falta una respuesta colectiva. Lo ha demostrado la reacción social ante la pandemia. Pero es la cultura. Es la cultura. Es la ideología. Mejorar la economía para combatir la pobreza, sí. El hambre es un crimen. Pero construyendo pueblo consciente de su carácter colectivo en lugar de gente que busca mejorar su situación. “Yo quiero estar bien yo” es el camino al abismo, garantizado.

¿Me permiten contarles qué me angustia? Me angustian las muertes, las saludes afectadas, las personas pobres que son más pobres y los y las profesionales de la salud denunciando su soledad. Pero más me angustia la posibilidad de que esta respuesta social basada en mirarse el ombligo, incapaz de involucrarse en la humanidad como concepto y como realidad, sea el último escaño antes de nuestra extinción. Me angustia pensar que no podremos revertir este mundo de islas dependientes.

Es una angustia que funciona como motor para buscar cada día, todos los días, alguna manera de interpelarme y de interpelar.   

Imgaen de portada: Oswaldo Guayasamin