Invertir la lógica del liberalismo violento
(Por Astor Vitali) El presidente Alberto Fernández anunció el miércoles pasado que Argentina será parte de la cadena de producción de una de las vacunas que está en fase 3. Un mensaje que tendió a modificar la subjetividad de que la salida está en un horizonte inalcanzable. Un mensaje que reivindica que, si bien dictadura y menemismo mediante la ciencia y la industria argentinas recibieron golpes sólidos, el país conserva cierta envergadura que le permite confiabilidad tanto para los organismos de salud multilaterales como para la industria farmacéutica privada. Sin embargo, sectores liberales se sintieron en la necesidad de atacar el discurso en la idea de: “¡no!, pero es el sector privado, no es el estado, el estado no hace nada”. Mensaje que sería conveniente para esa ideología si no fuera porque es falso.
¿Cuál es el argumento? Que en realidad se trata de inversiones privadas, más allá de que lo anuncie el gobierno. Que todo bien con que Argentina lo anuncie pero que para desarrollar industria hacen falta inversiones.
En primer término, Argentina lo podría producir porque tiene la capacidad industrial para hacerlo. Aun si fuera cierto que sólo es el sector privado pues entonces hay que tener en cuenta que para el sector privado este país no resulta tan inviable como sostienen los chamanes del privatismo absoluto.
Por otra parte, tiene la capacidad científica de hacerlo. Esos sectores que aplaudieron al gobierno que los mandó “a lavar los platos” a quienes se dedican a la ciencia no tienen la capacidad de reconocer que sin el estado a través de la universidad pública no habría los científicos y las científicas capaces de desarrollar las investigaciones pertinentes. ¿El estado no pone nada? El conocimiento no parece poca cosa. La capacidad científica no parece poca cosa.
La vacuna fue desarrollada por la Universidad de Oxford. Esta universidad es privada. Correcto. Pero lo que no se dice es que la vacuna fue desarrollada por la Universidad de Oxford con inversión estatal británica. Con inversión pública. Según el embajador británico, Mark Kent, “este proyecto entre la Universidad de Oxford y la empresa británica AstraZeneca ha recibido 84 millones de libras del gobierno británico para ayudar a acelerar el desarrollo de la vacuna” contra Covid-19.
El laboratorio argentino mAbxience, del grupo Insud, fabricaría la sustancia y el laboratorio mexicano Liomont completaría el proceso de acabado y empaquetado. Es decir, resultaron necesarias las capacidades de estos países para llevar adelante el proyecto. No es como se dice, que Argentina es un convidado de piedra: es parte del proceso productivo.
No se trata, para quien suscribe, de embanderarse en un discurso nacionalista que salta en dos patas por un anuncio al que aún le falta su desarrollo, que se confirme la efectividad de la vacuna y los plazos de concreción. Se trata de exponer nuevamente al mensaje del liberalismo violento que no soporta la realidad de que el estado es un actor fundamental, mal que les pese.
Huelga señalar la obviedad de que la industria farmacéutica está concentrada y que sería preferible que la misma estuviera enmarcada en un enfoque de salud como derecho y por tanto en el ámbito de lo público, sin que los fines de lucro generen competencias y acuerdos sobre patentes más orientadas a garantizar la renta capitalista que la salud. Huelga señalar que el capitalismo es una cagada que no garantiza lo básico para la supervivencia humana. Por si quedan dudas acerca de desde donde uno habla. De lo que se trata es de analizar un anuncio en un contexto concreto, en este caso, frente a un discurso que busca desdibujar el rol estatal.
Tal como sostuvo Nora Bar en un artículo publicado en La Nación, “ocasiones como ésta, en la que se logra acordar una transferencia de tecnología para que el país produzca una de las vacunas contra el coronavirus, es la respuesta para aquellos que se preguntan de qué le sirve al Estado invertir en formar científicos. Fabricar vacunas es una capacidad de la que, en la región, solo disponen la Argentina y Brasil, y que exige no solo contar con infraestructura, sino también con personal capacitado para cumplir con las normas de altísima exigencia que regulan esa actividad. (Chile, que la tenía hace 20 años, la perdió y debe comprar todas sus inmunizaciones en el extranjero). Esto permite ahorrar sumas ingentes en comisiones, fletes, impuestos, tasas. Y lo más importante: se cuenta con independencia para acceder a un suministro vital en este momento sin depender de las decisiones de productores externos”.
Habría que revisar la idea de inversión. Decir que para algo funcione “hacen falta inversiones” es decir algo evidente. Lo que no es cierto es que el término inversión sea sinónimo de sector privado. Es decir, hacen falta inversiones pero esas inversiones pueden ser (y en el caso de la ciencia lo son en buena medida) emanadas del sector público.
Como quedó dicho, el modelo liberal chileno que tanto levantaron como ejemplo, es incapaz de producir nada. Argentina, tan retrasada y prehistórica para quienes hablan de modernización, no sólo es capaz de llevar adelante el proyecto sino que goza del reconocimiento de su tan mentado mercado.
El sector privado se conoce más por su carácter rapiñero y por su actividad de sistemático desguace de la capacidad industrial que por la inversión a largo plazo.
Sin duda, hace falta invertir. Hace falta invertir la lógica del liberalismo violento en cuyo prontuario no pueden reconocerse aportes comunitarios sostenidos.