¿Se le puede pedir ambiente sano a las sociedades de consumo?
(Por Astor Vitali) Las declaraciones de la joven sueca Greta Thunberg, en el contexto de la discusión por el cambio climático en la ONU, tuvieron amplia repercusión. “Yo no debería de estar aquí, debería de estar en la escuela del otro lado del océano. Sin embargo, ¿vienen a mí en busca de esperanza? ¡Cómo se atreven! Ustedes se han robado mis sueños y mi niñez con sus palabras vacías. Y, sin embargo, yo soy una de las afortunadas. La gente está sufriendo, la gente está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el inicio de una extinción masiva y lo único de lo que ustedes pueden hablar es de dinero y de cuentos de hadas sobre crecimiento económico eterno. ¡Cómo se atreven!”.
Continuó con su crítica a los funcionarios: “Ustedes dicen que ‘nos escuchan´ y que entienden la urgencia. Pero, sin importar cuán triste o enojada esté, no quiero creerles eso. Porque si ustedes entendieran completamente la situación y aun así estuvieran rehusándose a actuar, ustedes serían malignos. Y me rehúso a creer eso”.
Más allá de las intenciones de la joven, es menester poner en contexto la cuestión de la ONU. Greta Thunberg no estaría diciendo eso en la ONU si la ONU no quisiera que precisamente esa imagen sea mostrada y recorra el mundo. Ese discurso descomprime. Da una idea de qué abierto que es el sistema internacional de gobierno que incluye entre sus filas un discurso tan crudo.
Ese sistema de articulación internacional no condena ni articula salidas. De hecho, Estados Unidos firma lo que se le antoja (o deja de firmar lo que se le antoja, por ejemplo en materia de protección de derechos de la niñez) y las Naciones Unidos son edificios de cartón. Lo que hubo ayer fue mucha bulla sobre la cuestión ambiental pero ningún cambio efectivo.
Greta acierta cuando afirma: “la idea común de reducir nuestras emisiones a la mitad en 10 años sólo nos da un 50% de probabilidad de permanecer por debajo de (un aumento promedio de la temperatura global) 1.5 grados centígrados, así como del riesgo de detonar reacciones en cadena irreversibles y más allá del control humano”.
Greta no se equivoca cuando arguye que “tal vez 50% esté bien para ustedes, pero esas cifras no incluyen los puntos de inflexión, la mayoría de los ciclos de retroalimentación, el calentamiento adicional escondido en la tóxica contaminación del aire ni los aspectos de justicia y equidad. También dependen de que mi generación y la de mis hijos succionen del aire decenas de billones de toneladas de su dióxido de carbono (CO2) con tecnologías que apenas y existen. Así que 50% de riesgo simplemente no es aceptable para nosotros, que tendremos que vivir con las consecuencias”.
Greta acierta cuando afirma que “al 1 de enero de 2018, para tener un 67% de probabilidades de permanecer bajo 1.5 grados centígrados de aumento en la temperatura global –la mejor oportunidad que nos da el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático—, el mundo sólo podía emitir 420 gigatoneladas de dióxido de carbono. Hoy esa cifra ha disminuido a menos de 350 gigatoneladas. Cómo se atreven a pretender que esto puede ser solucionado con soluciones comunes y técnicas. Bajo los niveles de emisiones de hoy, el presupuesto restante de CO2 estará totalmente agotado en menos de ocho años y medio”.
Greta no falta a la verdad cuando sostiene que “hoy (por esas jornadas) no se presentarán aquí soluciones o planes en línea con estas cifras, porque estos números son demasiado incómodos y ustedes aún no son lo suficientemente maduros para decir las cosas como son”.
Greta tiene derecho a decirles a los gobernantes: “ustedes nos están fallando, pero los jóvenes estamos empezando a entender su traición. Los ojos de todas las generaciones futuras están sobre ustedes y, si eligen fallarnos, yo digo que nunca los perdonaremos. No dejaremos que se salgan con la suya en esto. Aquí y ahora mismo es donde trazamos la línea. El mundo está despertando y el cambio está en camino, les guste o no”.
Pero uno se pregunta con si Greta acierta al confiar en ese sistema internacional otorgándoles legitimidad. Para esto habría que responder: ¿cuál es el rol de la ONU? ¿Para qué sirve la ONU? Para garantizar la estabilidad de gobierno internacional o para cuestionar los cimientos de la civilización occidental. Y decimos cuestionar los cimientos de la civilización occidental porque no hay manera de lograr el impacto positivo que Greta espera de políticas agresivas en favor del ambiente en tanto la norma internacional sea la del mercado.
Vamos a decirlo más claro: no es “la inconciencia de los gobernantes” lo que destruye nuestro medio de vida sino el desarrollo del capitalismo y la sociedad de consumo que tienen como necesidad intrínseca la superexplotación de recursos y, por ende, la profundización de un círculo vicioso destructivo que no tiene salida dentro del mismo sistema. No se le puede pedir ambiente sano al capitalismo (ni a sus órganos de gobierno) porque éste requiere de altos niveles de producción y concentración para funcionar y no mostrar que está quebrado de antemano como modelo de subsistencia humana.
Greta dijo lo correcto. Tal vez se equivocó de interlocutor.