Qué ves cuando me ves
(Por Luis Ponte) Personaje referente de la cultura germánica, el poeta, novelista y dramaturgo Johann Wolfgang von Goethe, es a su vez, mucho menos conocido por su inquietud en el estudio de la luz y la óptica. Fruto de ello fue su trabajo Teoría de los Colores, del año 1810.
Goethe proponía entonces, sumar el concepto de subjetividad al estudio de la percepción de los colores desde la física y la matemática. De lo cual articuló una especie de teoría de los estados de ánimo y las emociones a partir de los tonos básicos y algunas de sus combinaciones. Como un precursor en la sicología del color, hablar de «colores tristes» y «colores alegres», se debe al autor de Fausto.
Desde entonces, muchos científicos, sicólogos, filósofos, artistas, entre otros, han estudiado y desarrollado infinidad de teorías sobre el uso del color. La propuesta de Goethe sigue al menos presente como referencia inicial en el campo académico.
Dos áreas donde más se refleja la esencia de sus propuestas, con una intencionalidad determinada en provocar climas o emociones en el receptor, son la publicidad y el cine.
En su blog La Solución Elegante, el guionista de cine, español, Javier Meléndez Martin, interesado siempre en sumar diversos elementos para el análisis de las películas, propone a partir de los enunciados de Goethe (algunos muy obvios a esta altura) ejemplos concretos de escenas famosas del séptimo arte. Según el poeta y dramaturgo alemán, el color rojo evoca vitalidad, excitación (Belleza Americana) sangre y violencia (Perros de la Calle).
Para Goethe el verde es juventud y la esperanza. Aunque también está asociado a la «irrealidad», lo sórdido y la mentira. Hitchcock aplicó el verde neón en Vértigo con esa intención.
Según el escritor alemán, el púrpura o violeta representa la madurez y la experiencia. También el poder y la solemnidad. Y en algunos casos, la mística y la magia. Y concede al azul las cualidades de inteligencia, paciencia y calma. El cielo y el mar dan la razón al poeta. También está asociado a la tristeza, la enfermedad y la melancolía.
Para el poeta alemán, el amarillo es belleza, optimismo y alegría. “No es raro que sea el tono elegido por los anunciantes para desayunos y meriendas entre amigas”, dice Meléndez Martin. En otras ocasiones el amarillo puede ser opresor como en Spectre (James Bond), donde es el tono predominante que representa a la organización criminal. Allí el director fuerza con acierto la identificación entre el amarillo y la opresión…
Y también los cuadros…
Pero el guionista español, extiende el campo de análisis de los significados en el cine no sólo a los colores resaltados en determinadas escenas sino en la elección de determinados objetos nunca azarosos, como la elección cuadros de pintores universales o emblemáticos para provocr en el espectador determinados estímulos.
En una escena de Malditos bastardos, de Quentin Tarantino, detrás Christopher Waltz, el oficial nazi, hay un póster de Les vampires, película del cine mudo francés de 1915 sobre gángsters. Tres encapuchados con interrogantes como pañuelos de rojo sangre. Es inevitable asociar los encapuchados y los interrogantes con terroristas, y a estos con el régimen del terror de los nazis, señala Meléndez.
El Hijo del Hombre, de Magritte, es una metáfora de la cara oculta de Pierce Brosnam en El secreto de Thomas Crown, un tipo que esconde una faceta delictiva detrás de su máscara de personaje multimillonario glamoroso.
La escena de Gordon Gekko (el inescrupuloso corredor de bolsa neoyorkino) delante del cuadro Saturno devorando a un hijo, (Goya) en Wall Street: el dinero nunca duerme, remarca según Meléndez, la ideología del film: el capitalismo se comería a sus hijos para sobrevivir, tal y como Saturno devoraba a sus hijos para conservar el trono.
Cuando la mentira es la verdad
A partir de estos ejemplos nos permite insistir que leer entre líneas no sólo aplica en sentido literal al texto impreso en negro sobre blanco, sino en tener elementos de juicio válidos frente a la infinidad de signos (en apariencia invisibles, casuales, o inofensivos) con los que nos “bombardean” a diario, desde diferentes fuentes (medios, redes, etc.), a través de diversos tipos de mensajes. Y mensajeros.
Desde la salida de “Para leer al Pato Donald” (1972) del ensayista argentino-chileno Ariel Dorfman – en donde el autor desarrolla una tesis del trasfondo ideológico y hegemónico que impone la industria del dibujo animado a partir de Walt Disney a través de sus inocentes y simpáticos personajes de caricatura – hasta hoy, sobran contenidos que ayudan a comprender y revisar con ojo crítico lo que nos llega a diario con determinados fines, en aparentes formatos insípidos, incoloros e inodoros.
Ayudado por una puesta en escena que nos retrotrae a aquella teoría básica de colores de Goethe (cuánto menos!), y a “todo lo que no vemos cuando vemos”, como los cuadros en las películas, los ejemplos cotidianos que “bajan” desde el gobierno en sus tres niveles: Nación, Provincia y Municipio con el fin de instalar a través de eufemismos como la despolitización de la cultura y la universidades, el sinceramiento económico, la independencia de la justicia y sus jueces, la imposición de cuadros técnicos para una gestión de gobierno aséptica, el elogio a un (supuesto) periodismo serio, la educación en los valores, el rodeo y sitiado a todo lo construido en 35 años en materia de Memoria Verdad y Justicia nos hablan de la utilización de aquellas técnicas detalladas más arriba para restaurar un orden concreto subordinado a los poderes concentrados, pero disfrazado de una aparente neutralidad.
La cara de Franco Macri, en lugar de la de su hijo Mauricio, en el folleto institucional de la reunión de los G-20 en China, junto a los datos del presidente de la Argentina y el del resto de sus colegas participantes, parece, más que una ironía del destino, un guiño cómplice que la propia realidad se permite hacernos en materia de significados, por entre las hendijas de esa gigantesca puesta en escena oficial.
Como en “El hijo del Hombre”, el cuadro arriba mencionado de René Magritte, ( para quien “todo lo que estamos viendo esconde otra cosa”), ese blooper chino, después y a pesar de todo, nos recuerda quien es hoy el dibujante, quienes los guionistas y quien la caricatura.