Alberto Fernández al gobierno, Alberto al poder
(Por Astor Vitali) Muchos medios de comunicación siguen insistiendo en una idea absurda: si gana la fórmula Fernández y Fernández, Cristina volvería al poder. La idea del “cuco K” fue esbozada cuando los propios focus groups que trabajan para el gobierno dieron cuenta de que la parafernalia judicial contra funcionarios que ejercieron en el anterior gobierno ya no era efectiva. El bolsillo comenzó a ganarle a la idea de la “corrupción K” y el circo de Comodoro Py ya no funcionaba.
Primeramente, hay que señalar que la alianza entre Fernández no tiene como única ganadora a la ex presidenta. Por el contrario, le dio un lugar de comodidad al peronismo que se hace auto llamar responsable y encuentra en la figura de Alberto Fernández un halo de racionalidad y la posibilidad de acomodarse en una versión no progre de gobernanza.
En segundo lugar, Argentina funciona bajo un esquema de carácter presidencialista. Y lo hace en términos formales y reales. No se puede compartir el comando. Hay asiento para una sola personalidad. No existe la posibilidad de Alberto al gobierno y Cristina al poder. Una vez asumido, Alberto deberá tejer su sistema de acuerdos y las respectivas alianzas que le permita gobernar. Pero lo hará desde su centralidad.
Por otra parte, como en todo juego, en la política también los otros juegan. Cristina Fernández es una líder de relevancia internacional pero el poder político tiene carácter territorial y es con el conjunto de gobernadores con quien Alberto deberá construir los consensos o los disciplinamientos. El arco de alianzas de esta fórmula es mucho más que un acuerdo entre dos referencias que encabezan la boleta.
Es cierto que la en la provincia de Buenos Aires tendrán un espacio de poder importante las organizaciones a las que ponen mote de “kirchneristas” -desde los espacios de poder, en carácter descalificativo-. Sin embargo, la propia elección de la figura de Alberto Fernández implica que el rumbo de la línea política de la alianza no es una ratificación de aquello que conocimos como kirchnerismo en sus políticas económicas, sociales y culturales sino, por el contrario, que presupone un viraje, al menos, hacia el centro.
Además, más allá del zarandeo que el grupo Clarín intentó contra la fórmula, cuando aún mantenía esperanzas en el pre candidato Macri, no es posible soslayar –para un análisis serio- los buenos vínculos de Alberto Fernández con los círculos empresariales (incluido el “monstruo” Magnetto) y lo que en términos políticos se llama poder económico.
Alberto Fernández es para ellos una figura atractiva por varios motivos. Siempre se manifestó como una figura moderada. Conoce más que muchos la práctica de la operación política y, por ende, a los actores en juego con capacidad de incidencia. Cuestionó las políticas del gobierno de Cristina Fernández. Tiene la posibilidad de centralizar la reconstrucción de un peronismo “republicano”.
Este último aspecto cobra vital importancia. A muchos sectores del peronismo contemporáneo les entusiasma la construcción de un peronismo “moderno” a la europea y con ello limpiarse la caspa de cabecita negra del legajo. Un peronismo republicano de democracia formal que rearticule sus contactos con el poder económico sin que la culpa de clase le toque la puerta de la unidad básica.
Por estos motivos, la idea de “Alberto al gobierno, Cristina al poder” es un absurdo más emanado de la pobre usina de ideas de los medios de comunicación sistémicos (que por estas horas han tenido como perla la declaración de Joaquín Morales Solá introduciendo a su “análisis” la preocupación de que si sacás los dólares te los robe la mucama o el chofer -desempolvando el repertorio de la paranoia oligárquica y estigmatizando a quienes sobreviven con dichos empleos-). Les proponemos que hagan un mayor esfuerzo para otorgar argumentos a los sectores a quienes responden.
No hay margen para otra cosa que no sea “Alberto al gobierno, Alberto al poder”.