La guerra sorda
(Por Astor Vitali) En términos geopolíticos, se habla del transcurso de una guerra comercial protagonizada por Estados Unidos y China. Sin embargo, en términos culturales, la política mundial está atravesada por una guerra de posiciones heredada del resultado del fin de la guerra fría: la guerra sorda.
A partir de la caída del llamado socialismo real, los intelectuales orgánicos del capitalismo desarrollaron un marco teórico para la conquista de la voluntad de los electorados. Ya no había que discutir ideas: había que tirar buenas ondas. El ascenso al poder del macrismo en Argentina es consecuencia directa de este devenir.
La Alianza entre el grupo encabezado ro Jaime Durán Barba y el grupo de empresarios con interés en construir un partido propio dirigidos por Mauricio Macri tiene fecha de inicio por el año 2002. Mientras Francisco de Narváez soñaba con comandar una fuerza de origen peronista, haciendo uso de la franquicia de una estructura con desarrollo territorial y sapiencia electoral, el grupo de Macri coincidió con Durán Barba en la necesidad de forjar una nueva herramienta lejana a lo que se dio en llamar la “vieja política”.
Desde entonces, alegría, frases inconexas, la militancia de los anti programa y sobre todo la idea de “lo nuevo” atravesó la hechura de campañas y candidatos que finalmente tuvieron éxito tras el fin del ciclo iniciado por Néstor Kirchner en 2003. Las encuestas en el centro de la escena, el trabajo comunicacional, especialmente de la imagen y la construcción de una serie de lugares comunes fueron herramientas redundantes sobre las que machacaron hasta el cansancio.
Esta postura política se basa en la idea central de que “la gente” ya no está interesada en la política y que espera que los mandatarios sean figuras que no se parezcan ni de costado a un político profesional. “Jaime era el típico consultor de la línea americana. Defendía la teoría de que el mundo de las ideologías se había terminado. Lo único que importaba era ser competitivo en el lenguaje del mundo de hoy. El candidato ya no compite con otro candidato: compite con Madonna”, dijo Doris Capurro, una de las tejedoras de la Alianza con el publicista Durán Barba, al periodista Andrés Fidanza.
Esta posición fue útil para combatir a lo que esos ideólogos del fin de las ideologías combatieran a lo que dieran en llamar los populismos. Sin embargo, el resultado electoral de las PASO 2019 en Argentina mostró que esa estrategia puede ser útil para ganar un gobierno frente al desgaste de un período como el ciclo kirchnerista pero no alcanza para convencer a la ciudadanía de que las penurias económicas que viven a diario por la aplicación de políticas neoliberales representan “algo positivo que hay que atravesar para estar mejor”. La economía política, es decir, las ideologías, volvieron al centro de la escena.
La cultura de la imagen y de las buenas ondas también penetró en las ideas de campañas de fuerzas progresistas y de izquierda. Seremos claros: es menester desarrollar con la mayor inteligencia y efectividad posible todo tipo de herramientas de carácter virtual para articular en la lucha de posiciones tanto en contexto electoral como en el accionar político diario. Pero ese desarrollo de las herramientas comunicacionales no pueden constituir una política en sí misma: deben representar la organización política concreta.
“Nada se pierde, todo se transforma”, dice un principio universal. El llamado fin de la guerra fría pasó la batalla a otro lugar: el inicio de una guerra sorda entre la corriente internacional que sentenció el fin de las ideologías y articuló sus propuestas políticas y electorales en esa línea y quienes creen determinante la construcción presencial, política y articuladora de las distintas expresiones populares.
En el fondo, el domingo pasado la Argentina dio una buena noticia al mundo: a diferencia de la década del noventa en que Menen gozó de un voto de confianza reelectoral en su proyecto cultural, económico y político neoliberal arrasador, la mayor parte del pueblo argentino puso las ideologías dentro las urnas señalando que no acepta de ninguna forma un programa de dependencia con el FMI, de saqueo financiero, de apertura a las importaciones, de vaciamiento de los recursos necesarios para el cumplimiento de los derechos humanos básicos a través de los sistemas públicos de salud, educación, seguridad, cultura y justica y no está dispuesta a volver a aceptar un planteo de pobreza estructural para que las minorías gocen de privilegios suntuosos.
Lo que se expuso como un “voto bronca” es también un voto de reivindicación de las ideologías. Argentina es un país que guarda en un lugar de su memoria los profundos aprendizajes surgidos de las históricas luchas de su movimiento obrero. El macrismo huele mal, aunque para algunos sectores la propuesta mayoritaria que se opuso no sea seductora en todas sus aristas.
En este sentido, es importante que el movimiento obrero resuelva con nitidez cuál será su mensaje para la fuerza política que gobernará el país durante el próximo período presidencial. Mientas que las organizaciones de base no han logrado constituir una herramienta política propia de reivindicación de clase, es decir anticapitalista y antipatriarcal, la apertura de un nuevo período político determinado por el alto nivel de endeudamiento y dependencia sugiere un espacio para dejar en claro un mandato de repudio a las políticas económicas antipopulares y, a su vez, vislumbrar los puentes que permitan perfilar la articulación propositiva hacia un programa propio.
Todas las batallas (electorales, gremiales, sociales, culturales) están enmarcadas en el contexto de esta guerra sorda de reivindicación de la política como herramienta válida para luchar. En este sentido, la visibilización de miles y miles de cuadros de base que dan pelea a diario, de las expresiones de organización comunitaria, social y gremial, la construcción de mensajes políticos y discursos que seduzcan desde la política sin disfrazarse en el lenguaje hegemónico de la imagen (y sin dejar de utilizar los medios de comunicación) son tareas necesarias para, en este especial momento, dar vida a un discurso de reivindicación de la ideologías.
No cabe decir superficialmente que el discurso dominante esté herido, ni que la civilización neoliberal esté en retirada. Pero sí se puede afirmar, en vistas de lo que ocurre en todos los rincones del mundo, que las poblaciones se están cuestionando el fin de las ideologías. Ya no es la década del noventa. Que por propio sentido de supervivencia vuelven a discriminar ideológicamente el rumbo de sus gobiernos. Que la noción de justicia puede quedar en un segundo plano durante un tiempo, incluso prolongado, pero tiene un carácter implacable y más temprano que tarde prima como sentido colectivo.
Hay que tomar nota de que las tropas del fin de las ideologías no están en su mejor momento y que están expuestas en un punto fundamental: su conciencia de que son vulnerables a la organización política. ¿Hay ganadores predestinados en la guerra sorda? Nadie puede escribir la Historia a destiempo, es decir, antes de tiempo. Pero se puede vaticinar que será posible ganar la guerra sorda cuando las ideas populares tomen la palabra y los sentidos.