La inteligencia contra la violencia
(Por Astor Vitali) Parece que no es posible salir de la trampa impuesta en la discusión política actual: la reacción como única posibilidad. Los titulares de los materiales confeccionados para redes sociales son del tipo: “Pepito destruyó a Josecito”. El impacto de las frases fuera de contexto es superior a la sensualidad de la argumentación inteligente. Más: la argumentación se nos presenta como pérdida de tiempo. ¿En qué lugar queda la posibilidad de razonar, de esbozar razonamientos lógicos, de pensar junto con otres?
Es una trampa porque nadie se nutre de semejante bagatela de la retórica. Me cuesta pensar en la última vez que, a través de un medio de comunicación masivo, un punto de vista de alguien ubicado en otro punto del arco ideológico me dejó boquiabierto, me llevó a ese lugar tan gratificante que es la sorpresa frente a un argumento sólido que a uno lo mande a estudiar, le lleve a preguntarse por la validez de sus fundamentos y profundizar en la búsqueda de respuestas para mejorar, para ser mejor, para abonar a un debate.
Es una trampa en la que perdemos todes porque nadie se va mejor a la casa. Al contrario, nos vamos enojades, perturbades, neuróticos. Parece que el objetivo de los debates públicos es irritar al otro. La provocación intelectual está lejos de esta sensación de mierda. La provocación intelectual busca que el otro se pregunte, o que retruque con más argumentos y entonces yo haga lo mismo y así. En la provocación intelectual el objetivo es el crecimiento; no la anulación, ni la degradación ni la descalificación del otro.
Es una trampa porque se va profundizando en las miserias. Uno amanece pensando en cómo “destruir” la otredad en lugar de en cómo seducir inteligencias. Cuando más violento, burdo y autoevidente el planteo, más efectivo. Nadie crece. Todes nos vamos empequeñeciendo en las miserias propias y la auto confirmación de que todo lo que digo está “bárbaro” y todo lo que diga la otredad es digno de humillación.
Si bien es cierto que el mundo de los memes y de la imagen va copando todo –cosa que habría que revisar porque también se lee, se canta, se toma mate y se coge, no todo lo ha copado ese universo virtual-, aún en ese universo hay lugar para que sea la búsqueda de la reflexión inteligente la que mande y no la descalificación. Eso es el humor, básicamente: algo que nos hace pensar. La descalificación, lejos de la humorada, es fuente de tristeza. Barcelona es un ejemplo de la seducción de la inteligencia y no de la violencia de la agresión.
Y decimos que es una trampa impuesta porque no somos quienes no tenemos grandes cuotas de poder los que hemos elegido esto: la agenda publicada, la que fijan los medios de comunicación que pertenecen a holdings empresarios imponen ese lenguaje. En el barrio la amistad aún es posible. En la universidad se estudia con argumentos. En la escuela se intenta la reflexión en la niñez y en la adolescencia. En los centros de jubilades se apuesta a actividades artísticas, artísticas y a mover las neuronas.
No es una decisión popular la violencia como método de comunicación política: es una imposición de la maquinaria cultural hegemónica (medios y redes sociales).
Lamentablemente, la política, que debería intentar moldear su entorno, trasformar el mundo, en líneas generales, se suma a este festival del sinrazón, donde el pensamiento no entra, donde la reflexión “aburre”, donde la belleza solo se ve reducida a un par de tetas –excluyendo todas las bellezas que no sean las que se deprenden de los propósitos de cosificación sexual patriarcal. La política que debería estar en una altura que eleve a la población a la mayores virtudes posibles, no hace más que reproducir posteos de tuiter totalmente olvidables, se pelean como los más tontos del curso por las más cruentas tonteras. En la política es el festival de las chicanas.
No merecemos esto como pueblo. Nadie merece que quieren viven de la función pública se aboquen a la alabanza del falo agresivo de violencia simbólica, verbal, estética y la pobreza argumentativa a viva voz. Los funcionarios y las funcionarias deberían buscar, toda vez que sus vidas son financiadas para trabajar para y por la población, la mejor de sus posibilidades intelectuales, artísticas, la profundización de su sensibilidad ante la injusticia y la búsqueda de la belleza y de la virtud.
En cambio, se abocan a unas coas muy poco productivas y nada edificantes.
Comenzamos diciendo que parece que no es posible salir de la trampa impuesta en la discusión política actual: la reacción como única posibilidad. ¿Cuántas veces nos encontramos ¡mirando una pantalla en soledad! y enojándonos? Dijimos que esto parece, porque, como en todo, también está en nosotres proponer una alternativa inteligente y sensual para salir de este espiral espantoso que nos consume los días, la alegría, la belleza, y sobre todo, el poco tiempo de vida que tenemos para experimentar la virtud humana.
La explotación de la miseria humana no es un tema popular: es el objetivo de quienes oprimen.
Ilustración: María Florencia Laiuppa