Por Bahía
(Por Astor Vitali) La explosión ocurrida en la madrugada del viernes pasado en la planta de Dow evidencia una serie de elementos soterrados de los que nuestra sociedad prefiere no tomar nota. Son rasgos distintivos de una ciudad cuya piedra fundacional contemporánea es falsa: a Bahía Blanca le llegaría la hora de disfrutar de las mieles del desarrollo y del progreso.
Tal es la paradoja, que todo ocurre bajo la intendencia del principal lobbista de un sueño pequeño burgués que nunca llegó: Hector Gay. Más de tres décadas al frente del medio masivo más importante (en el anterior panorama de medios) repitiendo las virtudes de un progreso que nunca pasó del estadio de promesa y, además, fustigando a los sectores sociales críticos con una visión alternativa de desarrollo económico.
En el fondo, socialmente, hay dificultades para reconocer que este modelo basado en el derrame de un supuesto desarrollo ya ha fracasado y todas las promesas son repetidas y vacuas.
El factor más cercano –a toda persona- cuando ocurren incidentes de esta naturaleza es la inseguridad. Con la mano en el corazón, nadie cree ya absolutamente nada de lo que pueda decir el Comité Técnico Ejecutivo. Las declaraciones de Cesar Pérez se asemejan al sonido de un ruido continuo, un motor por caso, al que ya nadie le presta atención. “Se labraron las actas pertinentes y no superó los límites establecidos. Seguiremos investigando”.
Ahora aparece el plano de la Justicia que -el tiempo dirá- podrá actuar como un sector público activo velando por la salud de la comunidad o como una nueva pantalla para la articulación del libro de las excusas.
Por otra parte, no cabe duda que el sentimiento de inseguridad al que se ve sometido nuestro pueblo surge de una verdad comprobable: nadie sabe muy bien qué hacer, dicho en criollo: para dónde salir corriendo, en caso de que algo grave ocurre. No hay un plan de contingencia articulado por el estado de manera seria. ¿O es que a esta altura debemos considerar al serio al proceso APLLE? Vamos. ¿En serio me tengo que levantar a escuchar la FM de la radio pública?
Pero lo que subyace a todo este sentimiento de inseguridad pasa por la cuestión de fondo: el polo petroquímico y el modelo portuario bahiense no se limita a un modelo económico sino a un modelo de vida sobre el que se basó la construcción cultural y ciudadana de los últimos treinta años.
Se sigue esperando de estos dos sectores una suerte de sabia milagrosa de sus troncos de promesas. Sin embargo, esta claro que en cuento a beneficios ciudadanos no son más que dos troncos viejos, secos y cuyo único líquido vital emana de la putrefacción de sus desechos. Es lo que tienen para ofrecer. Putrefacción.
El problema central de esta ciudad reside en seguir esperando de ese modelo que nos vendieron los tipos que sí se enriquecen de él (por derecha o con prebendas) de seguir esperando de ese modelo algún tipo de bienestar ya sea económico, social o de progreso.
Podríamos invertir los términos y decir que no es cierto que las empresas como DOW no nos dan seguridad: por el contrario, tenemos la seguridad de que mientras las expectativas sociales giren en torno de su modelo productivo nada bueno podrá ocurrir en esta Bahía.
¿Y entonces, qué? ¿Es que no hay un modelo económico alternativo al que acudir? ¿Al menos uno al que ir esgrimiendo? ¿En serio? ¿Quién dice?