¿Qué puedo hacer?
(Por Astor Vitali) El Artículo 22 de nuestra Constitución (“El pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”…) tiene mayor vigencia que nunca. Más allá de herramientas formales, no vinculantes, no hay lugares de participación ciudadana con injerencia en las decisiones estructurales del ámbito político. Los presupuestos participativos son acotados a temas prefigurados y actúan más como herramienta de propaganda de gobierno que como herramienta de organización social.
Cada vez que una persona despierta a la conciencia política, es decir, se da cuenta de que puede jugar un rol en el devenir histórico, esboza la siguiente pregunta: “¿Qué puedo hacer?”. A partir de allí, se pregunta esto: ¿qué puedo hacer? Entonces vas e intentás una cosa. Te entusiasmás. Después te das cuenta de que no pasa nada. Te avivás de que la caridad es hasta ahí, es caridad. Te despabilás de la gilada comparable al pensamiento mickyvainillesco de “ayudo a los pobres”. Te das cuenta que también hay un sistema de contención de la pobreza y que la cosa no se cambia por ahí.
¡Claro! ¡El tema es la política! ¡Zas! Diste en la tecla. Entonces empezás a mirar las caripelas y los nombres de los partidos. Si no querés te caguen preguntas y hasta podés ir chusmeando la historia. ¡Vamos! Éste te convenció. Aparecés en un acto. Vas a las reuniones. Todas las personas te parecen admirables y hasta hay profesionales que brindan su precioso tiempo de bienestar bien habido para colaborar con el bien público.
Llegan las elecciones. Empezás a ver cosas que no te gustan. Ves que una cosa se dice arriba de la mesa y otra cosa se cocina por abajo. Hay una gran hornalla que funciona a billetes debajo de casi todas las mesas políticas y tiene llama color verde. Se cocina y se cocina. Te das cuenta de que nunca el más capaz es el que ejerce mayor cargo de poder. Te das cuenta de las agachadas. Te das cuenta de que lo que consideraste versatilidad de discurso ya no es inteligencia sino oportunismo de la peor calaña. Hasta llegás a fiscalizar creyendo en colaborar con la democracia y las elecciones y eso te hace sentir buen ciudadano.
Después de dirimirse el resultado electoral se van cerrando los locales partidarios. Tus aportes, que tan interesante resultaban, ahora “se están trabajando” en alguna oficina y parece que nadie te llama más que para que pedirte algún favor en tu trabajo. Tus amigos funcionarios están re ocupados y las promesas de campaña no se llevan a cabo porque ya “no es tan fácil como ser oposición, gobernar es otra cosa”.
Así la vuelta de la calesita de las buenas intenciones te volvió a dejar en el mismo lugar: ¿Qué puedo hacer? Sólo que con mayor desilusión. Y… ¿Sabés qué? Tenés razón. Estamos padeciendo una democracia que te usa para legitimarse y que no te da el mínimo espacio para convertirte en sujeto activo de las decisiones de tu tiempo. Una democracia tan limitada en la que ya todo el mundo sabe quiénes ponen la guita para las campañas y que las prioridades de los gobiernos responderán a eso y no a las necesidades de las comunidades que gobiernan.
El caso de la ciudadana Marta Beatriz Giordano, quien hizo uso de la Banca 25 durante la última sesión ordinaria en el Concejo Deliberante, es algo emblemático acerca de cómo la institucionalidad democrática, tal como está gobernada, puede dejar a un ciudadano sin el ejercicio de sus derechos y no hay mecanismo que lo resuelva. ¿Qué más le queda para que se le garantice su derecho a la vivienda?
O, en términos colectivos, el caso del pedido de Audiencia Pública por más de 80 organizaciones sociales de nuestra ciudad –de todo tipo- quienes solicitaron al Concejo Deliberante que cedieran el lugar para llevar adelanta dicha instancia. El presidente del Concejo Deliberante, Nicolás “Doble voto” Vitalini no sólo no articuló la audiencia pública sino que negó la posibilidad de utilizar las instalaciones públicas y dejó a todas las organizaciones populares sesionando afuera. ¿Qué pasa cuando los estamentos institucionales no garantizan los canales democráticos de una sociedad? ¿Qué pasa cuando no hay dónde recurrir?
La gravedad de este ejercicio pobre de los instrumentos democráticos, su peligro, es que genera las condiciones necesarias para que las castas políticas que actúen como políticos profesionales ejerzan desde lugares tan lejanos para la sociedad civil y ésta un día se encontrará absolutamente desinteresada de lo público. Ya está desinteresada de lo público y en un ejercicio práctico del pensamiento individualista. Pero puede haber un absoluto desinterés por la cuestión pública.
Es decir, genera las condiciones ideales para el ejercicio autoritario de los futuros gobiernos. Si la cuestión pública sólo va a estar en manos de dos o tres funcionarios políticos profesionales cuya financiación se origine en dos o tres corporaciones y el resto de la sociedad no tiene nada que ver con eso a lo que se le dice democracia, eso es un gobierno reducido en cuanto a su composición.
Pero además eso va a tender a explotar porque en algún lugar la sociedad civil organizada va a encontrar la manera de que sus reclamos sean satisfechos.