Sobre nuestra dirigencia, sinceramente
(Por Astor Vitali) Esta tarde se presenta “Sinceramente”, el libro cuya autora, Cristina Fernández, sostiene que no tiene carácter “autobiográfico ni tampoco una enumeración de logros personales o políticos” si no que se trata de “una mirada y una reflexión retrospectiva para desentrañar algunos hechos y capítulos de la historia reciente y cómo han impactado en la vida de los argentinos”.
No he terminado el libro, por lo cual no me referiré al mismo. Está claro además que, en su carácter de dirigenta con pensamiento estratégico y táctico, “tiempista” como la calificó ayer durante una conversación un histórico dirigente peronista de la ciudad en una conversación privada que mantuvimos, el lanzamiento del libro se enmarca en el contexto político coyuntural.
Me referiré en cambio a una situación más preocupante y, para quienes sentimos por la actividad política grados de pasión, un sabor amargo y angustiante: la estatura de la dirigencia política contemporánea.
Hay miles de dirigentes/as que se refieren a la ex presidenta de manera despectiva (sea por gorilismo, machismo y un amplio abanico de “ismo”) y sin embargo no son capaces de articular dos oraciones de corrido para hilar un concepto. No se preocupan por refutar el carácter de las ideas que sostiene la dirigente (en mi opinión, muchas de ellas refutables, sobre todo aquellas de carácter posibilista que dan vida al pensamiento progresista contemporáneo) sino que se limitan al ejercicio irracional del odio (de clase, de género o simplemente el emanado de la estupidez más ramplona).
Otrora, la participación política era no sólo motivo de pasión a nivel sentimiento sino de apasionamiento con las causas, los temas de estudio, el corrimiento de los límites, el trabajo sistemático en el pensamiento estratégico. Tristemente, en los últimos años nos encontramos con, por caso, legisladores que se vanaglorian de haber ingresado a “la política” (en su caso a la lucha por un cargo) y de “no saber nada de política”. Un espanto.
Está claro que la especialización y el desarrollo del mundo contemporáneo hacen que no se pueda “saber todo de todo”. Esto no implica, en cambio, que no se pueda tener una visión estratégica de los grandes temas y el abanico de una serie de tácticas para articular con los momentos. No. Se llenan de “asesores” (que en el mejor de los casos son los que trabajan) y tocan todo de oído, repitiendo frases -que no llegan a ser conceptos- en contexto electoral o para el periodismo (en general, tan formado como estos especímenes).
No quiere decir esto que la política debería estar relegada a las buenas plumas o a las personas “calificadas” por su paso académico u otros menesteres. Por el contrario, es posible recordar una entrevista en la que, ante la capacidad argumentativa del dirigente sindical de ATE Germán Abdala, Bernardo Newstad le espeta: “Abdala, Abdala, Abdala… vuelva a ser dirigente gremial, se me ha puesto un intelectual folclórico filosófico”. A lo que el gremialista responde: “no hay por qué subestimar. Los trabajadores no necesitamos estar en mameluco y pedir nada más que el salario. Queremos opinar sobre el país”.
La cosa no va de alcurnia. Lo que califica a una persona de origen cualquiera es su preocupación y ocupación por abordar un tema en cuestión con responsabilidad. Está lleno de ingenieros de dudosa capacidad.
Tampoco se trata de andar por la vida escribiendo libros por escribir libros sino de generar reflexiones sobre los temas del momento. Si consideramos que la política es la capacidad de transformación de la sociedad a través de los medios vigentes en su momento histórico, entonces hace falta reflexión para cambiar la sociedad. ¿Cuántos comunicados leíste o escuchaste en los últimos 20 años que no hayan sido aquellos en los que se plantea una posición de manual, superficial o previsible según su origen ideológico? ¿Cuál fue el último discurso que te hizo pensar? ¿Cuál fue la última idea que te conmovió?
Presumo que la respuesta es lamentable.
El hecho político de la presentación de un libro de una ex jefa de estado en la feria del libro evidencia ante todo la mediocridad de la mayor parte de la dirigencia política que además se da el lujo de calificar despectivamente sin haber mostrado capacidad alguna en el ámbito del pensamiento.