Tomar la sopa macrista bajo techos bajos

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(Por Astor Vitali) Techos. Esta pareciera ser la palabra que atravesó la cosecha electoral de todas las fuerzas políticas, con excepción de Cambiemos, en las elecciones legislativas 2017. Al peronismo no cristinista le salió flor de chichonazo: el techo fue más bajo de lo que esperaban. El randazismo no logró salir de la provincia y mucho menos despegar en ella. Cristina no logró aumentar significativamente su caudal de voto en relación a las PASO, centrándose en un discurso basado en la situación económica y el cuestionamiento de políticas públicas. El trotskismo del FIT no logró validarse como alternativa frente a la idea de voto útil, ni si quiera en esta donde no se jugaban cargos ejecutivos, elección en la que el electorado es más propenso a no confiar su voto a opciones que considera “una oportunidad” o “voto protesta”.

La única fuerza que mostró un claro piso fue Cambiemos. En la provincia de Buenos Aires, sin más, superó el 40 con un candidato del cual nadie sabía demasiado. Es decir, ganaron con una campaña llevada adelante por la gobernadora en funciones, y como hemos dicho, prácticamente sin hacer alusión a un solo proyecto legislativo ni a un solo aspecto concreto de lo que ocurre en Buenos Aires.

Por supuesto, Macri salió casi inmediatamente a sacarse el saco de su supuesta incapacidad como  constructor político y a ponerse el pongo de la victoria. Lo que se dijo desde la oposición o desde el análisis político respecto de que después de las elecciones se viene el batacazo, fue confirmado por el mismo mandatario y el sector privado. “Mauricio” convocará a gobernadores, jefes de bloques parlamentarios, dirigentes sindicales, empresarios e integrantes de “la Justicia” para construir la idea de un consenso sobre reformas “institucionales, electorales, políticas y económicas”. Habló de la “reforma permanente”, haciendo obvia alusión al término “revolución permanente” acuñado por Rosa Luxemburgo. A juzgar por sus antecedentes, el jefe de estado no incluirá en esas conversaciones a representantes de sectores que ostenten visiones políticas disidentes: convocará representantes de los sectores mencionados en tanto sean “propios”. Para eso hace dos años que vienen interviniendo dentro de partidos, bloques, sindicatos, cámaras empresarias y funcionarios judiciales. Para construir “propios”.

Al margen de estos anuncios, pocas horas después de haber finalizado el escrutinio la nafta subió  hasta un 12 por ciento en su tercer incremento anual con un acumulado de hasta  29,5. Las empresas podían hacerlo desde el primero de octubre pero, organicidad mediante (de esa que les hace falta a los detractores del macrismo) esperaron hasta la elección con fina disciplina.

Lo que parece una tomada de pelo no despertó mayor reclamo en usuarios que alguna puteada llegando a los surtidores. La lógica del “sinceramiento” sigue primando para el primate macrista.

A su vez, el Gobierno convocó en noviembre nuevas audiencias públicas para subir las tarifas de gas que se verían reflejadas en las boletas de diciembre y el mercado financiero subió ayer un 3 por ciento así como la cotización de firmas argentinas en la bolsa niuyorquina subieron por arriba de los ocho puntos porcentuales.

Con todo este viento a favor, uno ha escuchado por estas horas dos interrogantes centrales: ¿por qué no afectó electoralmente el tema Santiago Maldonado de manera más drástica? Y ¿por qué las quejas populares respecto de la situación económica, índices de empleo, tarifazos y otras yerbas regresivas no se reflejan en el voto? Respecto de la primera, parte de un supuesto erróneo: no todo tema que importe políticamente se ve directamente reflejado en decisiones de carácter electoral. Allí pesan otras cosas: la juventud de la gestión, la fe en que las políticas implementadas comiencen a desandarse en el tiempo para obtener resultados (revisar si no la experiencia menemista), la mirada puesta en un supuesto “futuro” –que representaría el macrismo- en relación al “pasado” –que representaría el kirchnerismo-. También es insólito que quienes han dicho hasta el cansancio que el tema Maldonado es uno que trasciende lo electoral sean quienes más se han hecho esta pregunta. Según sondeos que el propio gobierno argentino tiene en sus manos, el tema Maldonado  afecta profundamente a la sociedad argentina pero esto no significa que, por más importancia que los movimientos de derechos humanos y los sectores más politizados le demos al asunto, el caso Maldonado sea la única variable de reflexión a la hora de agarrar la boleta. Haber creído lo contrario resulta una falla de origen de formación política.

Con respecto a la cuestión de la influencia económica en la decisión electoral, uno tiende a pensar que el voto hoy contiene, al margen de muchas variables, un elemento central que es una suerte de aspiracional de clase en lugar de un análisis clasista. En otras palabras, no voto por cómo estoy económicamente y cómo está mi clase social (con excepción de los ricos que no dan lugar a confusión) sino que voto porque me quiero parecer a ellos, “emprendedores” y “exitosos”. Quiero ir hacía ahí, al margen de que las políticas aplicadas por la actual gestión estén llevando a las mayorías a una crisis anunciada en los niveles de endeudamiento y en la timba financiera. El aspiracional es un elemento central en la actualidad. En sociedades con altos grados de analfabetismo político, los de abajo tienden a mirar hacia arriba en búsquedas de salidas en lugar de ver hacía sus costados y caminar de la mano del que está a la altura de uno.

Parafraseando a la “reforma permanente” de un enjundioso y cínico Mauricio Macri, los sectores anticapitalistas de la Argentina parecen más bien militantes de la “resistencia permanente”. No hay un solo proyecto político de la izquierda argentina con vocación de poder real. El FIT, aún con su sectarismo y su práctica de “te sumo si te convertís”, se jugó a dar una disputa electoral con despliegue territorial y esforzada campaña. Esto es más de lo que otras fuerzas hicieron. Pero está claro que con su retórica y su política no sólo no logró despegar respecto de las PASO, teniendo en frente a candidatos que claramente no representan una representación parlamentaria por fuera de los cánones de la filosofía capitalista y una oportunidad de trascender los cánticos de cassette para embarrarse en la política real. Siempre se puede culpar al resto o “al capitalismo” pero sería saludable para esa fuerza tomar nota de que el FIT carece de un discurso y una acción política a la altura de su gran apuesta.

El resto de la izquierda no capitalista no tiene mayor visibilidad. Para decirlo en términos más claros: en la Argentina hay una gran militancia de todo tipo inserta en el movimiento social, sindical, político y cultural llevando adelante tareas inmensas de organización, capacitación y construcción de conciencia. Pero nada o casi nada de esa agenda tiene reflejo, ya no en lo electoral, sino en el imaginario de las masas populares.

El riesgo de esta incapacidad de presencia como opción política (electoral y no electoral) es, por supuesto, liberar terreno a las reformas macristas. Pero peor, la política de la “resistencia permanente” tiene como corolario definido la consecuencia de la marginalidad perpetua.

La buena noticia es que los techos se rompen cuando quienes habitan bajo su amparo crecen y logran trascender su vieja morada. ¿Con qué se alimenta nuestra izquierda que no logra la polenta necesaria para aumentar su masa y que su techo explote? No sabemos a ciencia cierta. Por ahora, toma la sopa.