¿Con qué se vota?

(Por Astor Vitali) Vamos a ver si podemos ponernos de acuerdo con argumentos honestos y con sentimientos verdaderos. Dijo Eduardo Galeano en nuestros estudios, allá por la década del noventa, en ocasión de haber sido presentado como un intelectual, que él prefería ser nombrado como “sentipensante” porque de la otra forma se reducía toda su humanidad simplemente a su cabeza, hecho que consideraba “horrible”.

La política no tiene otra manera de percibirse que no sea en estos términos: cabeza y corazón. Sin una mentalidad estratégica (sin cabeza) no hay partida que dure muchas jugadas. Sin triperío que estruje ante el oprobio (sin corazón), no hay posibilidad de conmoverse y, por ende, de moverse en ningún sentido. En la política se es “sentipensante”.

En estos términos, frente a las elecciones del domingo, corresponde decir algunas cosas en el plano de las ideas y otras de los sentidos. Nada es lo mismo. Un grupo de gerentes de empresas y de neófitos faltos de talento que desprecian al pueblo y a la vocación de servicio público aplicando un plan económico a todas luces excluyentes mostró gran intención de voto a nivel local.

La segunda fuerza en términos de intención de voto, no nos engañemos, tiene también compromisos con los factores de poder de la ciudad, con los celadores del proyecto del consorcio y entre sus filas pululan personajes que han sido parte de la aplicación del poder en la historia reciente en Bahía Blanca, pero asumirían condicionados por una cantidad de compromisos establecidos en el marco de una campaña encabezada por Federico Susbielles en la que primó el retorno a la política tradicional (en el sentido positivo del cuerpo a cuerpo contra el duranbarbismo virtual) y por el armado de un programa en el que se centra la visión de un estado que articule con los reclamos y proyectos políticos de las organizaciones de la comunidad.

En términos concretos, no son lo mismo y no será lo mismo la aplicación de una u otra línea.

Me estoy refiriendo al rol de la intendencia. De más está decir que sería positiva la presencia de la izquierda marxista en el Concejo Deliberante, en tanto actuarían como garantes de la participación y representación políticas de los intereses de la clase trabajadora ocupada y desocupada. Ojalá al menos Daniela Rodríguez ocupe un lugar en el legislativo local.

Lo anterior se refirió al aspecto racional. Respecto de las sensaciones, considero que miles de corazones bahienses se sentirán identificados si digo sin tapujos que la sensación de estos cuatro años de gobierno ha sido agobiante: la flaqueza del debate político fue agotadora, la violencia institucional sobre quienes menos tiene lacerante y la profundización del cinismo fue humillante. Dicho en popular, quienes no miran desde su cubículo de cristal -tan prístino como insulso- la realidad cotidiana de les sufrientes, suspiro de por medio, en cualquier conversación, no dudan en decir: “esto no se aguanta más”.

Eso es un sentimiento. Tampoco debe olvidarse que en el gobierno anterior quienes cuestionamos el discurso del progreso capitalista sostenido por el progresismo fuimos señalados, descalificados (sin atención a los argumentos) y moteados de “troskos”, término acuñado por ciertos sectores de manera despectiva. No había lugar al disenso y eso no fue saludable para el campo popular en general. Se partieron herramientas muy valiosas. Hoy el candidato del Frente de Todos dijo a nuestra radio que “acallar voces críticas, me parece nocivo. Me parece que el Estado municipal tiene que apuntar a que se multipliquen las voces”. Tomamos nota y sobre todo esperamos una militancia inteligente que repare en la necesidad de profundizar en fundamentos y no se articule la militancia autómata y obsecuente. Cabe destacar que, si un favor se quiere hacer a los dirigentes de un espacio político propio, el consejo crítico siempre será mejor que fundamentalismo ficticio ya que este último siempre deriva en una deformación de la realidad reducida a microclimas que tarde o temprano la realidad misma se ocupa de refrescar a baldazos de realismo.

O sea que, frente a las elecciones, el corazón y la cabeza de enorme parte de la ciudadanía saben y sienten, con certeza y con dolor, que no quieren más de lo que nos gobernó desde 2015. Saben que frente a eso hay una cantidad de opciones y una con mayor posibilidad de que Cambiemos no gane, no tenga continuidad. La cabeza electoral funciona así.

Nadie, por otra parte, tiene una enorme calentura política en que todo cambiará para bien en términos rotundos, en caso de cambiar de gobierno. Sin embargo, hay quienes albergan la esperanza de contar con herramientas democráticas para salir de este lugar de vergüenza y emergencia social.

En términos “sentipensantes”, cabe decir, que el hecho del voto en sí mismo se ha convertido en el acto a través del cual la sociedad se inspira en tomar decisiones con asfixia: nadie piensa en qué quiere sino en cómo no pasar de la asfixia a la quebradura de costillas. La política contemporánea es la carencia del deseo.

En este juego político –en el que vamos perdiendo y vamos perdidos- casi nadie está queriendo algo: vamos “no queriendo” lo que hemos padecido. Dicho en términos clásicos: no está habilitado en el juego político actual el debate de en qué sociedad queremos vivir y cómo (o sea, las preguntas políticas básicas) sino que apenas somos convidados a la administración más cruel o menos impiadosa de un modelo económico excluyente. “En mi país, que tristeza, la pobreza y el rencor”, cantaba Zitarrosa.

Nada es lo mismo. Tengamos en claro a la hora de votar. Sin dudas. Sin culpas. Con toda la cabeza y con todo el corazón hay que hacer lo que la conciencia dicte. Pero votar acuciados por la desesperación no es lo mismo que participar acicateados por las ideas políticas que nos podrían apasionar.

El día que se pueda votar con el corazón y con la cabeza, con la pasión y con las ideas puestas en el centro de un proyecto sin mediación de los poderes que se benefician de una democracia tan flaca como olvidada de su pueblo, habrá la idea de que la política es aquello que alguna vez movió la Historia.