La guerra y el coronavirus: de metáfora a profundización de la sociedad autoritaria
(Por Fernando Romero Wimer*) “¡ESTAMOS EN GUERRA!” Es marzo de 2020, Emmanuel Macron -el presidente de Francia- se dirige a su nación ante un escenario de honda preocupación por la propagación del nuevo Coronavirus (llamado SARS-CoV-2 y su enfermedad como Covid 19): “Estamos en guerra. Es una guerra de la salud, está claro”. Donald Trump y Ángela Merkel coincidirán en sostener que es “el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial”.
El norteamericano, después de que días atrás bromeara sobre la enfermedad, juega ahora a la reelección con tono épico: “Soy un presidente en tiempos de guerra”. En el resto del mundo se repiten argumentos similares, tanto de políticos de derecha como de izquierda. Se agrega otra idea que se expande tan rápido como la pandemia: “la lucha contra un ejército invisible”.
En nuestras tierras latinoamericanas, el general César Astudillo -jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Perú- lanzó un emotivo discurso: “¡Esta guerra la pelea nuestro pueblo y la vamos a ganar!”.
¿Es así nomás?
EL CONCEPTO DE GUERRA
Todos podemos entender que se trata de una metáfora frente a un escenario dramático y un horizonte sombrío. Es una respuesta a la necesidad de acciones de excepcionalidad.
Sin embargo, la reiteración del cliché puede hacernos olvidar que se partió de una frase poderosa para llamar la atención. La guerra es el intercambio político hecho por los medios más violentos, y que accesoriamente necesita de la suspensión de los derechos de los ciudadanos, leyes de excepción, justicia sumaria y censura. Además, los grupos sociales reorganizan el conjunto de su actividad, cierran y abren espacios, mueven o inmovilizan enormes masas de población y recursos. En ese sentido, la metáfora bélica es un instrumento fundamental de la gestión de las relaciones de producción capitalistas.
Sobre el uso actual del término ha llamado la atención el periodista, sociólogo y geógrafo Demétrio Magnoli: “No declaremos una guerra al Coronavírus, cuyas víctimas [principales] serán los que no tienen patrimonio, ni tarjeta de crédito, ni inversiones.” Así, Magnoli sugirió que periodistas y políticos hablen de “emergencia sanitaria”. En simultáneo, buena parte de los y las panelistas de los medios de prensa repiten “guerra” y “enemigo invisible”. Las redes sociales se hacen eco.
LA ENCRUCIJADA DE LA PANDEMIA
La pandemia nos coloca, además, en una encrucijada donde se oponen dos alternativas: priorizar la sobrevivencia del mayor número de personas o mantener la actividad económica para que -en palabras de Trump y otros- “el remedio no sea peor que la enfermedad”. Para los empresarios se impone la necesidad de mantener los beneficios capitalistas. Para los desempleados, precarizados y otros trabajadores emerge el miedo y el peligro de no contar con bases de subsistencia y reproducción de la vida cotidiana. Para muchas mujeres, personas de las disidencias sexogenéricas y otros grupos en situación de vulnerabilidad implica aislarse con sus agresores o exponerse a riesgos por actividades de cuidado (tareas mayormente desarrolladas por mujeres).
En diferentes latitudes, el desconocimiento o la subestimación de la gravedad ha estimulado decisiones políticas y corrientes sociales de opinión que reniegan de las medidas restrictivas.
Giuseppe Sala – intendente de Milán- apoyó la campaña “Milán no para” para estimular a los habitantes de la ciudad a continuar con sus actividades económicas y sociales. Cerca de 4.500 muertos en un mes sólo en la Lombardía lo han llevado a retractarse.
Al comienzo de la pandemia, en Gran Bretaña, el gobierno de Boris Johnson apostó por la estrategia de “inmunidad de grupo (o de masa)” donde se continuaría la vida con normalidad, la mayoría pasaría la enfermedad y se inmunizaría. El sistema de salud comenzó a saturarse, el propio primer ministro contrajo la enfermedad, y en estos días -ante el informe de Imperial College London- recomendó el distanciamiento social.
En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro incita a sus seguidores mediante la campaña “Brasil no puede parar”, consiguiendo apoyo de numerosos empresarios. La mayoría de los gobernadores y las presidencias de la Cámara de Diputados y Senadores han repudiado estas iniciativas.
Tanto la violación del distanciamiento por algunos, como la subestimación por otros (¿o los mismos?) refuerzan los reclamos de tomar en serio la emergencia sanitaria. El miedo y la preocupación estimula las voces de quienes no ven otra salida que el “quédate en casa”. No obstante, también despierta voluntades que romantizan el control social y la denuncia del vecino.
El grito de “mano dura” corre en las redes sociales y algunos miembros de las fuerzas armadas y de seguridad tienen internalizado que ese es el camino (y lo aplican). En Asia, países como Japón, Corea del Sur, China, Taiwán y Singapur han optado por la vigilancia digital, y el uso masivo de cámaras y drones. En esas tierras, el modelo de la “supervigilancia” parece haber llegado para quedarse.
Con foco en la necesidad de controlar la actividad humana, un discurso similar arguye que nuestro planeta se está limpiando de nuestra presencia y que ya se empiezan a sentir los beneficios en el aire, en el agua, en la flora y la fauna. Una aproximación ecológica que romantiza la naturaleza y mistifica su relación con lo humano, sin decir una palabra del capitalismo. Esta visión idealizada nos describe que las emisiones de dióxido de carbono disminuyen, y los animales y las plantas avanzan sobre la ciudad despoblada. El ser humano “a secas” se presenta como responsable.
¿Mayor control para no morirnos? Bien, si estamos en guerra y hay un enemigo invisible, ya es hora que asumamos que esa es la salida.
LAS CLASES SOCIALES Y LA SOLIDARIDAD
Espero que hayan notado que anteriormente despojamos de manera intencional de las comillas a los términos “guerra” y “enemigo invisible”. El pasaje de una metáfora a la internalización de la necesidad de una sociedad autoritaria y controlada puede ser realizado también de forma sutil. Por eso hay que mantenerse despiertos.
En este escenario, ¿quién no tiene dudas sobre la situación que afrontamos? La duda es bienvenida. Si dejamos de interrogarnos pasamos a creer u obedecer acríticamente, pasamos a aceptar la “verdad” que nos fue dada.
Elijamos nuestras propias preguntas, hagámonos otras, reflexionemos y esbocemos posibles respuestas.
La ciudad de Wuhan -centro industrial que ha impulsado fuertemente la producción de hierro y acero de la economía china- no sólo fue el epicentro de la pandemia, también su situación conllevó a la emergencia de los discursos belicistas y orientalistas que caricaturizan desde el exterior la realidad de China. Todo tipo de conspiraciones se sucedieron a nivel mundial: desde la liberación accidental o deliberada del virus por parte del Instituto de Virología de Wuhan u otros agentes (incluidos los servicios de inteligencia estadounidense) hasta la propensión cultural de los chinos a consumir murciélagos, serpientes o pangolines. La reflexión al respecto de la naturaleza atravesada por el capitalismo es marginada, se prefiere hablar de una cultura particular o de la actividad humana en general.
La crisis epidemiológica le está ofreciendo al capitalismo una excusa de peso para incrementar los sistemas de control de la vida cotidiana. En estos días somos testigos del ensalzamiento de la delación policial, la celebración de la presión judicial y la criminalización de aquellos componentes que no se ajustan a los ordenamientos instituidos. Este renovado culto a la autoridad pareciera que es una de las cosas que van a quedar. A la vez, la crisis brinda a muchos capitalistas una especie de laboratorio laboral: el trabajo remoto desde el hogar (“home office”) les otorga una solución práctica y eficiente. En paralelo, se justifica la reducción de costos de la fuerza de trabajo (es decir, despidos o reducción de salarios). Subjetivamente permite internalizar que todo esto es necesario o que “así son las cosas”, y, como consecuencia, este escenario comienza a asumirse como una “verdad” incontestable.
En la mayor parte de América Latina, África y los países pobres de Asia, las masas marginales (incluidos campesinos pobres y pueblos indígenas) y el proletariado desocupado o dependiente de trabajos temporales no están en condiciones de practicar las políticas sanitarias tal como se plantean. Es decir que quedarse en casa (que es efectivamente lo que debemos hacer si podemos) es quedarse en un ambiente donde faltan alimentos y se hacinan varias personas, eventualmente sin agua potable, cloacas, etc.
En este terreno habría que exigir políticas diferenciadas para estas condiciones de desigualdad de las masas populares. Allí hay un núcleo duro, desde una perspectiva crítica del capitalismo, que -muy probablemente- estallará en conflictos en la medida que avance la pandemia y sus resultados imprevisibles. Aunque, de no presentarse circunstancias extraordinarias, eso puede ser más capitalizado por la derecha que por la izquierda. La situación en el centro de la economía mundial tendrá (ya las está teniendo) profundas repercusiones globales y en la disputa interimperialista (bélica o “pacífica”).
Además, con los intereses capitalistas al mando, el COVID 19 emerge como una sentencia espantosa para los adultos mayores. Cuando Bolsonaro, Trump, Johnson, y otros se resisten a las cuarentenas, argumentan considerando una letalidad concentrada en la franja etaria de mayores de 60 años. Es decir, no habría una afectación de grandes dimensiones sobre la mano de obra activa y sí sobre la población pasiva. El valor humano de los ancianos entra en contradicción con su valor para el capital.
Otro punto de reflexión, debería tener en cuenta que la transmisión de enfermedades de animales a humanos (salto de barrera entre especies) ha encontrado un terreno propicio para su reproducción dado por las condiciones en que se desarrolla la agricultura, la industrialización y la urbanización dentro de la actual dinámica capitalista global. Todos deseamos que esta situación de distanciamiento sanitario que hoy vivimos sea también la última. La historia de las pandemias en el marco del régimen capitalista de producción, la etiología de las recientes epidemias y su continuidad en el futuro no se presentan como escenarios muy alentadores. No se trata de un “cisne negro” sino del desarrollo del capitalismo (en relación intrínseca con la naturaleza) y sobre cómo se concibe y se configuran los sistemas de salud y la salud pública en general. La respuesta no puede ser menos seres humanos para más naturaleza (olvidando que las personas somos naturaleza), sino encontrar nuevas relaciones sociales de producción que impliquen nuevas formas de relacionarnos y reduzcan los impactos.
De este modo, empatía, solidaridad, y reflexión crítica de nuestra condición humana y de clase son nuestras herramientas de base para construir el futuro. El discurso dominante de “guerra” y “enemigo invisible”, oculta la lucha de clases (y otros sistemas de opresión) y las contradicciones de la economía capitalista con nuestras necesidades humanas y con la naturaleza. No se trata sólo de una representación, sino de una construcción social con consecuencias prácticas.
* Doctor en Historia y Magister en Desarrollo y Gestión Territorial. Director del Grupo Interdisciplinar de Estudos e Pesquisas sobre Capitais Transnacionais, Estado, classes dominantes e conflitividade na América Latina e Caribe (GIEPTALC) de Brasil y del Colectivo de Estudios e Investigaciones Sociales (CEISO), Argentina. Actualmente actúa como profesor de grado y posgrado en la Universidade Federal da Integração Latino-Americana (UNILA), Brasil.