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(Por Pablo Becher) A 50 años del Córdobazo (1969) y de la extensión de las rebeliones populares en distintos lugares del país (Tucumán, Corrientes, Rosario), caracterizadas por la fuerza de la insumisión obrera y popular frente al avasallamiento militar y corporativo, las consecuencias de ese fenómeno histórico implicaron el surgimiento de una nueva etapa en la lucha de la clase obrera y las masas populares. Este proceso de masificación continuó con fuerza, a pesar de los esfuerzos de las clases dominantes de neutralizar la conflictividad con las elecciones de 1973 (pensemos en las centeneras de luchas en los lugares de trabajo en ese año, la pueblada en Villa Constitución en apoyo a los obreros de la UOM o la radicalidad de la coordinadores interfabriles en 1975), aunque fue desarticulada con brutalidad por la dictadura militar[1].

Sin embargo, en un periodo posterior marcado por el asentamiento del neoliberalismo en la década de 1990, donde la subordinación de las grandes sindicales obreras (fundamentalmente la CGT) a los mandatos del gran capital concentrado y del propio Estado (garante de ese pacto) comenzaron a re-significarse con fuerza algunos de los términos y conceptos fundamentales del Cordobazo, y de las insurrecciones del movimiento obrero. Entre esos conceptos figura el clasismo, que si bien no fue una discusión propia de ese período, cobró particular importancia en los debates sobre las características del sindicalismo, de los partidos de izquierda, como así también sobre las formas de organización y conflictividad obrera hasta la actualidad.

Para empezar este breve artículo señalaremos que el concepto clasismo es un concepto polisémico que suele presentarse con una serie de cualidades específicas: autoorganización obrera, intransigencia en las demandas, antiburocrático, antipatronal, que se da a través de la democracia interna, la amplia participación de las bases, íntimamente relacionado con el sentido antagónico a la negociación y el participacionismo con el capital/Estado burgués.

Como fenómeno histórico ha sido estudiado desde diferentes perspectivas (como los trabajos de Brenna y Gordillo, 2008; Duval, 2001; James, 2005, Schneider, 2005 o Werner y Aguirre, 2009, por mencionar algunos). En un estudio reciente que enfatiza las relaciones entre memoria y construcción de los sentidos sobre el clasismo en los obreros, la historiadora Laura Ortíz (Universidad Nacional de Córdoba) expresa que existe un conjunto de operaciones realizadas para legitimar el concepto de clasismo, dando importancia a la tradición obrera, el contexto socio-histórico y la relevancia política como construcciones que atraviesan la producción significativa de la narrativa histórica[2].

En este sentido, las memorias disidentes de los actores obreros en los ´70, dirigentes o militantes de base, a través de entrevistas, encadenan una serie de definiciones, no siempre abarcativas ni ordenadas, que nos permiten ampliar el espectro de sentidos sobre el clasismo: 1)Por un lado, aquellos que comprenden el pasaje de “la clase en si, a la clase para si”, dentro del esquema marxista de lucha de clases; que se dirime en adquirir conciencia de que se pertenece a la clase trabajadora; aquí aparece la lucha ideológica o teórica; 2) Otros que entendieron que más allá de la conciencia adquirida por la teoría revolucionaria (que no siempre se conocía por los trabajadores), uno se dice clasista “cuando defiende la clase obrera”, porque “son los obreros quienes producen la riqueza y quienes más sufren el proceso”; aquí el sentido esta puesto en identificarse con la clase obrera, con la condiciones materiales de existencia; 3) Otra forma explicaba, que ser clasista implicaba hacerse respetar, buscar los más justo de las reivindicaciones, en muchos casos, más alla de la cultura revolucionaria (o de lo que se entendía como revolución) donde se presentan sentimientos de pasión por ser parte de la clase trabajadora, en la construcción de una subjetividad colectiva; 4) Por último, otra opción aplica con énfasis la lógica clasista al método de organización y lucha, apelando a la democracia popular y obrera, denunciando las practicas burocráticas corruptas, y la formación de dirigencias enquistadas en el poder, que basan su perpetuidad en la concentración de información, poder y negociación. Aquí se relaciona el método con la conformación de repertorios de conflictividad basado en la acción directa, paro activo, toma de dependencias, enfrentamientos, etc.

Estos significados hilvanados entre sí, con similitudes y diferencias, son los que subsisten hasta el día de hoy, reactualizados a las circunstancias históricas del momento. Ser clasista implica una especie de movimiento dinámico, cultural y social, que se define por su carácter procesual, relacionado con la construcción de una identidad dentro del propio recorrido de la lucha de clases. No se es clasista solo por la experiencia sindical, el sindicato puede ser “una palanca”, una escuela pero no reemplaza la organización política. Es una construcción que no solo se visibiliza en representaciones colectivas, sino en comportamientos que se materializan en la acción. En este sentido, resulta interesante la relación que establecen los obreros con sus dirigencias cuando visibilizan que son HONESTAS Y COMBATIVAS, a pesar de que no compartan una relación ideológica similar. Surgen aquí muchas preguntas: ¿Cuál es la influencia de los militantes de izquierda en la conformación de un sentido clasista dentro de un sindicato? ¿Qué relaciones se establecen entre clasismo y peronismo? ¿Pueden reducirse los sentidos del clasismo solo a los dirigentes y las conducciones sindicales?…Por otro lado y reflexionando sobre una actualidad marcada por el auge del movimiento feminista y decolonial, ¿Cómo pueden relacionarse sin privilegiar uno u otro, las relaciones de clase, de género, étnicas con el clasismo?

La dinámica de los cambios sociales y los intereses que activan y conforman a los movimientos sociales contemporáneos no ha tendido a rescatar la relación capital/trabajo como lugar preponderante de las luchas sociales. Sobre esto, ¿tiene sentido seguir discutiendo la existencia de una contradicción fundamental y principal en el análisis de las relaciones sociales? ¿dónde se enmarca el patriarcado, la cuestión étnica, la racialidad? La realidad va demostrando que una mirada multidimensional que nos permita identificar las relaciones entre las distintas formas de antagonismos nos permitirá reunir con claridad mayores elementos para comprender las formas en que asume y se presenta la dinámica social. Coincidimos en la necesidad de repensar las formas en que se desenvuelven los antagonismos y contradicciones en las relaciones y las prácticas sociales. El clasismo ha funcionado como una teoría transformadora, como una lente que nos ha permitido verificar algunas de las formas en que se desenvuelve la sociedad. La invención de nuevas formas de sociabilidad que emergen desde el eco- socialismo, la perspectiva feminista, el pensamiento solidario y autogestivo, la horizontalidad en las relaciones, la tolerancia y la participación democrática plena, el cuidado del medioambiente desde una mirada que critique la sustentabilidad, funcionan como constructos de una nueva ética emancipadora, donde se invierten y rebelan las formas predominantes de hacer y pensar, de sentir y actuar. De ahí que la propuesta anticapitalista de los movimientos sociales sea todavía un eje de transformación incipiente frente al pensamiento único y la el fatalismo desmovilizador, que puede articularse con la noción de clasismo desde un plano que supere la mirada objetivista de las clases sociales.

Para finalizar, retomamos una serie de cartas y documentos escritos de Agustín Tosco, donde aparecen expresadas lucidamente una serie de apreciaciones acerca de la relación del clasismo con la praxis cotidiana, que condensan en forma magistral una serie de cualidades y nociones sobre esta construcción teórica, puesta en debate. Para Tosco, “ser clasista se trata de sentirse parte de la clase obrera, de sus injusticias, de sus necesidades, significa tener convicciones firmes, solidarias, fraternas, sacrificadas, que aspiren a la transformación revolucionaria de la sociedad, que desestime el ascenso personal y reivindique la voluntad popular desde las bases”.

He aquí algunas de las formas de pensar y relacionar el clasismo con nuestra actualidad que nos permiten reflexionar sobre las formas de acercarnos y comprender mejor el movimiento obrero.

[1] Agradezco a Enrique Gandolfo algunas precisiones críticas sobre este artículo que me sirvieron para revisarlo.

[2] Véase en este sentido Ortiz, M. L. (2018). Identidades obreras: el clasismo y sus representaciones. Sociohistorica, 41, e048. https://doi.org/10.24215/18521606e048

(Por Pablo Becher*) En 1979, la Universidad de Chicago (EEUU), editaba lo que sería un libro transformador para los estudios sobre relaciones laborales: Manufacturing consent (traducido al español como El consentimiento en la producción) escrito por el profesor británico Michael Burawoy. La obra finalizada en 1974 resumía parte de su tesis doctoral y fue realizada con una metodología inusual para el mundo institucionalista de la sociología del trabajo, apelando al trabajo etnográfico y la observación participante dentro de una empresa. El propio Burawoy fue participe de las acciones sindicales y obreras, al incluirse como trabajador a jornada completa durante 11 meses en la fábrica siderúrgica Allied corporatión.

La pregunta central de la cual hace eco su libro es la siguiente: ¿por qué se explotan los trabajadores a sí mismos en beneficio de los intereses de la empresa?; o en palabras más profundas ¿cómo se origina el consentimiento obrero en el lugar de la producción y por qué se legitima la autoexplotación?.

Para dar respuesta a estos interrogantes describe el medio del que se vale la dirección empresarial, con una cultura política acorde al modelo capitalista, con el fin de obtener sus beneficios y, al mismo tiempo, coordinar/consensuar los intereses de los trabajadores con el interés global de la empresa.

El autor realiza una comparación entre dos formas de organización de trabajo: una despotica (basada fundamentalmente en la coacción y el uso de la fuerza y de normas reguladoras por sobre el consenso) y otra hegemónica (donde el consentimiento predomina sobre la coacción). También menciona las “lógicas del juego” dentro de la fábrica, como un medio para disuadir la monotonía y la rutina diaria dentro de una fábrica.

Si bien actualmente, el libro ha sido puesto en discusión por su generalización excesiva, el argumento central sigue vigente. Justamente hoy en día comprender las formas en que se generan mecanismos de dominación sumamente sutiles dentro de una empresa, resulta un tema por demás ineludible para el movimiento obrero. Para que la explotación fuera consentida (y mantenida) se necesitan ciertos dispositivos de control que de alguna forma aseguren el consenso más allá del castigo, las multas o el ejercicio de la coacción.

En Argentina, sin lugar a dudas, un breve análisis histórico nos remite al pasado más reciente, marcado a sangre por la última dictadura (1976- 1983) que ejerció con fuerza devastadora la encarnación en los cuerpos de la disciplina burguesa, frente a un marco sindical y de base en ebullición. El disciplinamiento no sólo se esforzó en destruir, secuestrar, asesinar, desaparecer, sino también en recolonizar un pensamiento cultural occidental y cristiano que se había puesto en duda: El no te metas, el salvese quien pueda y el individualismo exacerbado fueron los nudos discursivos desde los cuales se sedimentaron imaginarios sociales anticontestatarios. A partir de la democratizaciónn “y normalización de la sociedad” el foco en torno a los dispositivos de control socio- cultural no cambió sino que tendió a complejizarse, expresándose en múltiples lógicas corporativas asimilables al conjunto social. La respuesta del capitalismo neoliberal ha sido sofisticar el disciplinamiento laboral, dinamizando un complejo proceso político y tecnológico orientado a trasponer los sentidos de la dirección empresarial en los procesos de trabajo.

En este sentido, las prácticas empresariales han construido diversas modalidades de actuación a través de agencias colectivas con el fin de generar nuevas subjetividades. Ente los ejemplos modernizantes y eficientes de esta nueva modalidad figuran la exacerbación por lo innovador, y el método eficaz, el predominio de la gestión de trabajo y de los recursos humanos con capacitación; se proponen sistemas de evaluación continua y permanentes que estén en un permanente cambio. Tal vez una de las formas más genuinas que expresa este nueva dimensión que intenta congeniar empresa y obreros sea la idea de visión compartida y la llamada acción de “ponerse la camiseta” para mejorar las ganancias entre todos. Los trabajadores deben pensarse a si mismos como nuevos lideres, que se instruyen y aggiornan en el manangment. La responsabilidad social empresarial forma parte de otra de las prácticas empresariales que pretende compatibilizar la creación de valor económico con valor social de la comunidad, apelando falsamente a objetivos en común que solo buscan blanquear ganancias, o hacer olvidar los problemas de contaminación ambiental.

El toyotismo enmascarado en una nueva gestión taylorista del trabajo, ya no desea trabajadores con antigüedad, sino trabajadores jóvenes con protagonismo, que sepan comprender la realidad en beneficio de la empresa, Se propone una productividad monitoreada y una pedagogía normalizadora que pretende de alguna forma capturar voluntades acallando las resistencias. Los trabajadores deben perder su capacidad de pensar en forma general, para solo reflexionar en partes programadas del proceso productivo, cobrando a destajo dentro de condiciones de flexibilidad y precarización.

Aquí aparecen dos elementos esenciales: el individualismo competitivo entre los obreros, mediante la posibilidad de ascender dentro de la empresa o de obtener pequeños beneficios y la constitución de una organización política interna, que se coloque en consonancia con el Estado. Esta se estructura a través de la implantación de instituciones, como la negociación colectiva, que transforman las relaciones de producción, en formas de un diálogo «tira y afloja» entre un comité obrero burocratizado y la dirección empresarial. Aquí la negociación colectiva (positiva en termino legales) aparece muchas veces como un mecanismo ideológico de la organización productiva en donde sólo se cuestionan aspectos puntuales y muy concretos de la producción, pero no la lógica capitalista intrínseca.

Para propiciar su consentimiento, las empresas deben jugar con un actor importante: los sindicatos. Desde múltiples perspectivas, los sindicatos han sido definidos como una institución sistémica que permitió la organización de la clase obrera y el logro de determinados derechos sociales. Sin embargo, de manera pesimista, los sindicatos se han trasformado en mecanismos de control e integración, creando un aparato de representación que lejos están en muchos casos de representar a las bases o de superar la mera reivindicación económica del mundo laboral para transformarse en un medio poderoso de cambio social.

Sin proponer una reflexión acabada del proceso, este texto trae a colación la posibilidad de repensar estas estrategias empresariales en el marco de las relaciones laborales con el fin de visibilizar los mecanismos que producen hegemonía dentro del mundo obrero, fragmentando las demandas y conciliando los intereses con los sectores dominantes. Frente a este problema esencial, solo puede desnudarse el consentimiento apelando a una lógica contrahegemónica, que resuelva el falso dilema de la cultura del trabajo para el logro de beneficios individuales, por el trabajo solidario, que tenga como meta el bien colectivo, humanizado y de goce de las propias tareas productivas, sin explotadores ni falsos profetas.

*Docente e investigador de la Universidad Nacional del Sur y del CEISO