Día del periodista: ¿se puede informar en Bahía Blanca?
(Por Astor Vitali) Hoy asesinan palabras. No hay nada más triste para un periodista que la palabra muerta. Hoy se acribillan palabras. No hay cosa más dolorosa para un periodista que sentir las balas entrando por las minúsculas, destruyendo un texto -que es la vida, frente al editor. Nuestra vida. Hoy se manosean ideas y no hay cosa más escabrosa para un periodista que sentir ultrajada su conciencia. Hoy se miente de todas las formas posibles hablando de la “importancia del periodismo”.
Especulo que de la lectura de este primer párrafo surgirá a más de un lector la siguiente reflexión: “no es para tanto. El periodismo no es así hoy”. Sepa disculpar: no hablo de “la prensa” sino del periodismo.
La prensa local se redujo a la aventura pseudo empresarial de un par de testaferros del poder y algunos envalentonados ignorantes, con excepciones. El periodismo es la víctima de capitalistas de baja monta desinteresados de los menesteres de la profesión, muertos de ganas de sentarse en mesas de pomposos integrantes.
El periodismo es un cúmulo variable de voluntades que, más allá de sus anhelos de pertenencia de clase, son parte de la clase trabajadora: deben trabajar para subsistir. Es, además, un grupo social que comparte conocimientos profesionales y objetivos sectoriales.
Con los cambios de gobierno hubo también una reconfiguración de la prensa y del periodismo. Hubo despidos y cambios de formato. En otros medios la cosa es algo más arcaica y ni si quiera se puede hablar de despidos porque la situación contractual es absolutamente irregular. Sepa que en esta ciudad cualquiera es empresario de medios: se compran tres micrófonos, se pone un nombre al proyecto, se negrea a medio mundo y listo, ya tienen un medio. Es decir, se pone la idea (en el mejor de los casos) pero el riesgo lo corren los periodistas y los técnicos.
También hay cambios cualitativos que afectan el ejercicio periodístico en general, excediendo nuestro medio. En muchos casos, la profesión varió de ser el ejercicio crítico de la pregunta al anhelo por participar de un ejército de burócratas de instituciones, de figuras o de las “nuevas tecnologías”.
Más allá de posicionamientos políticos, hay ciertas operaciones sobre la profesión que la han modificado y damnificado: se busca al más funcional y no al más apto. Cuando izquierdas y derechas disputaban ideas y noticias en los medios del siglo XX, había parámetros de rigurosidad, por ende de calidad, que no estaban en discusión. Si usted no era bueno en lo suyo estaba fuera de juego. Había que esforzarse por amor propio, amor a la profesión, exigencia patronal, respeto al público, respeto a la inteligencia del consumidor o cualquier otro motivo.
Hoy, en cambio, cuanto menos formado y más funcional sea el periodista resulta mejor para la empresa. El analfabetismo funcional atraviesa nuestra sociedad y también opera en el “nuevo periodismo” cuya novedad no es una “nueva mirada” sino una falta de mirada sobre la complejidad de actores sociales, políticos y culturales que conforman la trama institucional sobre la cual trabajan a diario.
Los medios públicos nunca han sido tal cosa. Radio Nacional siempre operó como la radio del gobierno y no como la radio de la ciudadanía. Durante la gestión anterior había logrado a nivel nacional altos estándares de calidad pero fue consumiéndose en la identificación con un solo color político, pudiendo haber jugado un rol mucho más amplio en la disputa de ideas. Hoy la han desaparecido del mapa local. Siempre las gestiones de derecha la han relegado a “la radio cultural” (en sentido despectivo). En la actualidad está dirigida por un ex LU2, Rubén Baltián, marido de la ignota funcionaria del Instituto Cultural, Andrea Guerras.
El periodismo independiente no existe: alguien financia todo proyecto periodístico. Los mayores aportistas a las empresas periodísticas en la ciudad son las empresas transnacionales del polo, el municipio y las corporaciones. En una ciudad cuyas empresas periodísticas están financiadas por los sectores de poder ¿es esperable que esos medios sean críticos del poder? Sin hacer más esfuerzo argumentativo que el recién esbozado y que no constituye otra cosa que un postulado evidente del sentido común, la respuesta está a la vista.
Los medios sin fines de lucro no han tenido mayor desarrollo en la ciudad. Juegan un rol clave en el marco de un escenario de desinformación pero no son capaces de disputar sentido común a un nivel que ponga en jaque real a quienes se jaquea simbólicamente. No desarrollaron un aspecto fundamental para la supervivencia de cualquier proyecto: su financiación.
La pequeña y mediana burguesía local, aquella que por progresista o por condición objetiva de rehén de las políticas que definen los peces gordos, suele quejarse de los medios hegemónicos pero luego termina financiándola. Seamos claros: si un 5 % de las PyMES se decidiera a financiar proyectos comunicacionales que no hayan caído en la pegajosa senda de la babosa mediática (algunas radios y programas que no se dejan escribir el guión) sería posible poner en pie a esos medios para que exista disputa de ideas en un plano más equitativo. Pero no es así: se quejan de los grandes pero, desde abajo, le lustran las botas. Si algún día despertaran y tomaran conciencia de que parte de la respuesta está en sus manos a través de su capacidad de financiación, otro será el cantar.
A esta altura, usted se preguntará cuál es el desafío de un periodismo que no sea una mera burocracia. Voy a ensayar una respuesta bastante simple: informar. El periodismo crítico no es, a priori, un periodismo ideologizado o de opinión sino aquel que tiene la capacidad de informar lo que sucede en un medio social. En general, todas las ciudades tienen factores de poder y al poder no se llega vendiendo chocolates. Ahí es donde juegan la censura y la auto censura: informar qué ocurre en una sociedad determinada siempre (en tanto haya injusticia social) implica partir de una pregunta hasta llegar a un momento en que se afectan intereses.
La prensa local protege esos intereses. El periodismo, en cambio, debería sacudirlos a interrogantes. Informar lo que ocurre con profesionalismo y agudeza es el más valioso de los aportes sociales que el periodismo puede hacer. Opinar, opina cualquiera.