Aborto: ¿Qué dice tu espejo?

(Por Astor Vitali) Ayer se presentó por octavo año consecutivo el proyecto de ley que busca regular la Interrupción Voluntaria del Embarazo (Ley I.V.E). Como parte de un proceso complejo de concientización social, con muchas campañas en contra impulsadas por instituciones de peso (que otrora reivindicaran figuras como la tortura y la esclavitud), el movimiento de mujeres y los feminismos logaron poner en el centro de la escena la hipocresía que subyace al tema: la práctica del aborto existe, el problema es si las mujeres podrán acceder al derecho al cuidado de su salud a través del sistema público o libradas a su suerte cultural, social y educativa.

Nadie debería hacerse el distraído. Las personas que se oponen al aborto y dicen defender la vida deberían hacer el ejercicio de mirarse al espejo y hablarse con sinceridad. Todo el mundo conoce, sabe o le tocó. Todo el mundo sabe de “la partera” que por unos miles de pesos “te resuelve el problema”. Si viviste en barrio Pacífico seguramente te acordás de “la señora” de calle Juan Molina al 700. En cualquier barrio todo el mundo puede acordarse de quien “se ocupaba del tema”. Todo el mundo sabe de la cantidad de pibas que terminaban en los hospitales públicos padeciendo sepsis y muriendo dolorosamente por infecciones generalizadas. Todo el mundo sabe que ninguna ley va a tener como resultado que “se hagan abortos” porque los abortos ya se hacen pero, si no fuera por la militancia de las redes de profesionales locales o las brigadas socorristas, entre otros esfuerzos individuales, esos abortos clandestinos, oscuros, estigmatizados son escenarios de tortura física y sicológica.

La ley viene a asignar el derecho humano de cualquier mujer de acceder a la salud pública.

Luego, hay una cantidad de argumentos cientificistas acerca del inicio de la vida humana y una caterva de argumentos que en rigor no interesan a ninguno de los opinadores de café porque de fondo se trata del ejercicio del poder de una sociedad machista, patriarcal e hipócrita sobre el cuerpo de las mujeres. Someter a alguien a hacer algo con su cuerpo contra su voluntad es tortura. No tiene otro nombre.

A esta altura de la civilización, discutir si un ser humano está facultado por el derecho para decidir sobre su cuerpo debería aparecer como una postura al menos retrógrada. Lo que subyace es otra cosa y es cultural.

No sean hipócritas. Senadores putañeros de doble moral, de sábado de merca y fiesta y domingo en misa. Empresarios que fundan sus fortunas un poco en negocios declarados y otro poco usufructuando cuerpos de mujeres. “Jefes de familia” cuyo éxito familiar burgués en general ha dependido siempre de que alguien hiciera las cosas.

A ninguno de ustedes les interesa más vida que la suya y caen en la bajeza de condenar a una muerte segura e infecta a miles de pibas con tal de no bajar a su Cristo de la Cruz. Cruz a la que ustedes nunca son clavados, ni arrastrados, ni apedreados. Ustedes no quieren para sus hijas lo que buscan imponer a millones de mujeres.

El otro tema es la influencia de las iglesias en este asunto. Como en todo hay de todo en todos lados. Pero muchos de sus referentes inspiran un clima de oscurantismo puertas adentro, de represión y de violencia cobijados bajo el manto de vendedores de paz en cómodas cuotas. ¿Desde qué altura moral levantan la voz con la moralina? Ustedes son los que pagan costosas intervenciones… pero en silencio.

No se puede desvincular este debate del de la hipocresía de una clase dominante que dice una cosa y hace otra.

Cualquier persona con un sentido de justicia y con los prejuicios de lado, observando una simple realidad que lleva mucho tiempo y que padecen las mujeres en sus cuerpos, debería sumarse con firmeza al grito de: ¡Aborto legal, ya!