¿Cómo nos entretenemos? II

(Por Astor Vitali) La semana pasada comenzamos a preguntarnos ¿cómo nos entretenemos? Nos referimos, en primer lugar, a las formas en las que escuchamos música. Esbozamos entonces que habíamos pasado de una actitud de búsqueda activa (salir a buscar discos, sintonizar un programa de radio, comprar una revista) hacia una actitud pasiva (recibiendo lo que nos envían las plataformas y rehenes de logaritmos). Hoy nos dedicamos a lo audiovisual.

Mirar películas y series: hace algunos años veíamos las películas de la televisión abierta, quien tenía mayores recursos accedía a contenidos audiovisuales por cable o se alquilaban video cassettes. El cine era una alternativa, también.

De todas maneras, siempre es necesario contextuar cualquier comentario para referirnos concretamente a la cuestión: vivimos en Bahía Blanca. Argentina es un país nada federal en todos los ámbitos y el ámbito cultural no es la excepción. De manera que, por ejemplo, no podría compararse el nivel de acceso a tipos de películas que se estrenaban en los cines de Buenos Aires con las que en los cines de Bahía Blanca. Allí hubo y hay salas alternativas y aquí llega en general la porquería industrial (a nivel masivo, puesto que siempre hay instituciones públicas como las universidades o asociaciones civiles que militan el cine independiente o curan ciclos de proyecciones).

Esta diferencia que notamos al contextuar, ya es un punto de partida desigual y muestra, una vez más, que no todo el mundo corre con las mismas zapatillas.

Hace quince años la cosa pasaba por el DVD o quienes tenían computadoras ya comenzaban a descargar películas o ver propuestas cinematográficas o series a través de páginas web que iban subiendo contenidos. Se suponía que a partir de ese momento teníamos acceso a todo. Sin embargo ¿teníamos acceso a todo? En general, salvo en sitios especializados, las páginas que suben películas desde entonces no hacen otra cosa que subir las mismas películas que estrenan las compañías de la gran industria cinematográfica. En otras palabras, se empezaba a piratear no para tener acceso al cine más ingenioso, más creativo y más interesante sino para acceder al cine pochoclero que la industria quería imponer a través de los oligopolios mediante de los cuales lograban someter al cine independiente al ostracismo, la falta de financiación y los lugares de marginalidad.

En la actualidad, las plataformas han ganado un lugar central como hábito cultural de quienes consumimos contenidos audiovisuales. La lógica de los algoritmos vuelve a imponerse: “Astor, este contenido es para ti”. “Porque viste tal cosa te sugerimos tal otra”.

El otro elemento que aparece es la homogeneización: Netflix, como ejemplo de estas plataformas, se ha convertido en una maquinaria de imposición de criterios. Ahora, cuando una productora se propone hacer un contenido, en lugar de tener en su cabeza la pregunta ¿cómo hago un contenido de gran valor artístico? está invadido por la pregunta ¿cómo hago para llegar a Nétflix? Porque es una plataforma de alcance mundial y se supone que uno quiere llegar al mundo. Entonces, para eso hay que adaptarse a una serie de preceptos, formatos y premisas. Un problemón, porque esos preceptos, formatos y premisas están llenos de ideología. Así es como la vida de Trotsky se convierte en una surte de culebrón, por ejemplo.

En la confusión general, hay muchas personas que buscan en esas plataformas fuentes de información y de formación. Se asume que viendo una película sobre Bergoglio como jefe de Estado del Baticano o cualquier otra ficción sobre un proceso histórico lo convierte a uno en una persona curiosa y estudiosa de la Historia. Pues no: lo convierte a uno en el consumidor de propuestas de ficción que bajan línea a lo tonto y tienen intereses comerciales concretos con preceptos de entretenimiento. La cátedra de Historia sigue estando en la universidad, en las propuestas de educación popular o simplemente en los libros. Billiken trabajaba para convencernos de los buenos y de los malos. Ahora somos nosotres los que vamos con el cerebro abierto a recibir adoctrinamiento de baja calidad.

Mientras tanto, los estados que se autodenominan progresistas tienden a alentar esa construcción de la maquinaria simbólica: dan estímulo a las producciones para que produzcan como piden desde esos centros de poder. Manufacturamos ideología voluntariamente para encajar en ese sistema ideológico. ¿No sería conveniente desarrollar nuestros propios sistemas de distribución de contenidos basados en preceptos y criterios que definamos desde nuestros propios pueblos? Hay algunas experiencias como Contar pero siguen siendo marginales. ¿No sería un objetivo deseable que las estructuras de la Patria Grande acuerden estrategias de defensa de sus contenidos en lugar de pujar por entrar a la boca de la bestia?

En términos generales, además, se aplica el mismo criterio que señalamos para el caso de los modos de escuchar música: la actitud es absolutamente pasiva. En general miramos contenidos a través de esas plataformas deteniéndolos en los “estrenos” (o sea, las cosas nuevas que quieren que veamos) y en las propuestas generales de contenidos que otros deciden por el conjunto.

¿Pero cómo? ¿No es que hay más oferta y que puedo ver en portales y elegir entre los últimos lanzamientos? La ilusión de que uno elige es fundamental para este tipo de herramientas. “Elegimos” entre una gama de productos que impone la oferta absolutamente acotados. ¿Dónde está la producción independiente del mundo en estas plataformas? ¿Dónde estás las grandes creaciones disruptivas que me pueden ayudar a pensar y que no se adaptan a esos formatos por duración, por estética, por millones de variantes?

Para ver otro tipo de contenidos hay que acudir a festivales y lugares hiperespecializados. Lamentablemente, elegimos cada vez menos. Nos servimos la comida audiovisual de una sola fuente que parece grande. Pero es una fuente pequeña, muy pequeña, que le da de comer al mundo entero. Y le da comida chatarra. Podríamos hablar de malnutrición audiovisual en la actualidad sin temor a pifearle.

Mientras levantan millones, no desarrollan contenidos con el afán de mejorar los aspectos artísticos de la disciplina cinematográfica: desarrollan políticas de ganancia basadas en la homogenización de productos para sub alimentar a millones.

En síntesis: comemos porquerías en la pantalla y cada vez pedimos más.