Corrección política y discurso de los valores
(Por Helen Turpaud Barnes) El surgimiento de los movimientos de DDHH en los países latinoamericanos y de los activismos por los derechos civiles en los países europeos y anglosajones con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial trajo aparejada –entre otras cosas- una disputa por el lenguaje. Las luchas campesinas, de grupos LGTBQ, el movimiento de mujeres, los reclamos indígenas, de presos/as, de las personas con discapacidades, la emergencia de actores sociales como piqueteros/as y desocupados/as, implicaron también un cambio en el modo en que se nombraba los sectores con algún grado de subalternidad. Cuestionar las palabras aún es visto como una nimiedad. Minimizar el rol del lenguaje en la construcción de las representaciones sociales es una manera de justificar la prevalencia de términos discriminatorios: parece que si “no importa tanto”, tampoco es tan grave si no lo cambio. (El término “discriminación” tiene sus bemoles, pero no es el tema de esta nota.)
Se suele definir lo “políticamente correcto” como todo lenguaje o comportamiento destinado a evitar “ofender” o “incomodar” a un determinado grupo o individuo en razón de su clase, raza, género, religión, edad, nacionalidad, características corporales, etc. La expresión implica toda una concepción respecto de lo que significa “poder hablar” cuando nombramos la otredad. Por lo pronto, nos referiremos solo al tema del lenguaje para no abarcar cuestiones de gestualidad.
Hablar de lo “correcto” es hablar de una determinada norma y también de cierta idea moral de lo “bueno” y lo “malo”. Hablar de “evitar” cierta cosa estaría indicando algo que en principio esa cosa seríaesperable o “natural” pero que en aras de la concordia social debe esquivarse. Este proceso implicaría un aprendizaje. Y no es que esto no sea así, pero enfocar el tema desde esta perspectiva pone el lenguaje discriminatorio en el lugar de algo meramente desafortunado y no algo también aprendido. Haciendo un cruce etimológico entre el griego y el latín, lo “correcto” es también lo “ortodoxo”. Pero el lenguaje propuesto habitualmente como propio de lo “políticamente correcto” y que tiende –por lo menos en la superficie- al tratamiento digno de todas los sujetos sociales, especialmente los subalternos, difícilmente pueda ser presentado como la “ortodoxia” en la sociedad. En el actual sistema de mega explotación capitalista, feminización de la pobreza y racialización del flujo de las poblaciones, no es nada “ortodoxa” la idea de un trato justo para todo individuo.
Y tampoco se trata de que sea ortodoxia. En este sentido, la invocación de que la ley estaría de “nuestro lado” nos pone en una posición incómoda a veces. El hecho de que haya leyes que garantizan derechos fundamentales para grupos históricamente oprimidos no significa que la situación de estos grupos sea óptima, aunque sería obtuso negar que hubiera cambiado en algo. En muchos contextos, referenciarse con la ley a lo mejor da cierta ilusión de hegemonía y ortodoxia que no favorece nuestras causas.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek provocadoramente compara corrección política y totalitarismo, planteando que es mucho más difícil rebelarse ante alguien que es “políticamente correcto” que ante alguien abiertamente violento. Sin embargo, en determinados contextos la captación de la voluntad de la víctima es esencial para ejercer la violencia. O la dialéctica del amo y del esclavo. No es nada nuevo y no es algo que haya inventado la corrección política: es un modo específico de ejercer poder.
En rigor, los mandatos de tener “cuidado” y ser “correcto/a” en el trato con otros sujetos son parte de todo un corpus moralista propio de los sectores de derecha que apelan a un discurso de lo que llaman “valores”: respeto, tolerancia, amor, buenas costumbres, etc. Hasta la Dictadura Militar pretendía fomentar estas “virtudes”. Difícilmente podríamos llamar esto “corrección política”. La “cultura de los valores” se propugna negando la conflictividad inherente a la sociedad. En cambio, casi todos los movimientos de DDHH (de algunos de los cuales surgen los planteos de lo “políticamente correcto”) parten de la premisa de que existen opresiones y que el trato justo entre las personas no vendrá de cambios individuales con “buenas intenciones” sino de una lucha que deconstruya las bases culturales y materiales que permiten dichas opresiones. Ambas perspectivas son contrarias entre sí. Tal vez se nos está escapando la tortuga con tanta crítica a lo “políticamente correcto” (que puede ser o no un error de lectura de ciertas reivindicaciones) mientras que por detrás nos vienen pasando discursos similares pero con trasfondos políticos muy diferentes. Pensemos en el discurso macrista o incluso en la Ley de Educación Sexual Integral en la cual las presiones eclesiásticas lograron que se incluyera el término “valores”. La derecha curiosamente nunca se queja de este otro modo de “corrección” pero sí despotrica contra un puñado de términos que les cuesta demasiado adoptar. Y mucho progresismo se está subiendo al mismo tren.
Las quejas contra lo que habitualmente se entiende como corrección política apelan sobre todo a invocar la libertad de expresión: se habla de “censura”, de un “ahora no se puede decir nada” o “hay una hípersensibilidad”. No puede negarse, claro está, que hay quienes usan la corrección política como un lavado de cara que oculta sus verdaderas posturas. Cuando se propone el uso del lenguaje no sexista o no racista no estamos pidiendo cambiar una “etiqueta”, sino que estamos proponiendo que reflexionemos sobre por qué decimos lo que decimos. Pero siempre alguien nos va a mentir en el mundo.
El problema podría encararse de un modo mucho más simple. ¿Qué es lo que tanto queremos decir y sentimos que “no podemos” si usamos expresiones entendidas como “políticamente correctas”? ¿Acaso tenemos semejante necesidad de decir algo racista, antisemita o machista que si se nos interpela por ello se nos está “coartando” la libertad de expresión? Que emerjan expresiones con las que se sienten más identificados ciertos sectores y se nos sugiera usar esos términos y no otros que no los identifican, ¿significa que se nos está “censurando”? “Libertad de expresión” no es “libertad de agresión”.
Las luchas sociales dieron lugar a nuevos términos así como en cualquier disciplina existen neologismos, disputas conceptuales, ampliación del léxico técnico. Nada que temer. La censura y la hípersensibilidad es la de aquellos sectores que no resignan sus privilegios ni sus modos de seguir definiendo a lo otro como degradado.
Esto no significa que hay que adoptar acríticamente todas las expresiones que se presentan como no discriminatorias. Más bien al contrario: implica aceptar el reto de pensar cada expresión, comprender su alcance, sus contradicciones, su historia. De hecho, muchos grupos tienen divergencias respecto de los términos a usar. E.g., en EEUU, la expresión “people of color” (“gente de color”) es usada con bastante consenso para referirse a sí misma tanto por la población negra, la latinoamericana o la originaria. Y sin embargo, no es una expresión que se haya aceptado aquí en Argentina: a nuestros oídos tiene cierto tinte exageradamente escrupuloso que no implicaría un reconocimiento para los grupos racializados sino mero eufemismo despolitizante. En nuestro país, la expresión “pueblos originarios” es ampliamente utilizada para lo que en otros países americanos los propios actores involucrados llaman población “indígena”, “aborigen” o incluso “india”, que aquí se verían como términos inadecuados. Cada colectivo discute el término que mejor le acomode. Forzar el modo de nombrar desde afuera es un acto de violencia. Claro que no siempre sabemos qué sujetos forman parte de un colectivo dado, y es habitual la aclaración de “a mí no me importa cómo me llamen”. Pero usar estas tensiones internas como mera excusa para desoír a la parte que no coincide con mi posición (y encima en nombre de una supuesta “apertura”) es muy deshonesto.
Tomemos por caso el tema del lenguaje no sexista: están las opciones “a/o”, x, “e”, “@”, “*”, etc. Hay razones en pro y en contra de cada posibilidad. La cuestión será en todo caso asumir esa disputa, informarse y no pretender que solo hablamos de lo gramatical. O sí, se está hablando de lo gramatical, pero este no es aséptico ni descontextualizado. Ya lo demostró Heidegger cuando hizo toda una lectura de la cultura occidental a raíz de la existencia en la gran mayoría de los idiomas de origen indoeuropeo de la estructura sujeto-verbo-objeto. Muchas veces no sentimos una interpelación subjetiva con este tipo de planteos, pero cuando se trata del lenguaje de todos los días, debemos tomar decisiones. Toda gramática es política.
Eso sí: es importante no centrarse tan solo en la denuncia. El intercambio de ideas en el escenario de los medios de comunicación y las instituciones sociales no siempre se nutre positivamente de ello. No es que no haya casos que lo ameriten, pero es necesario reconocer el nivel de debate social que llevan algunas cuestiones y saber conducir ese debate. Por cierto, en muchos casos, se oculta que estos debates YA se han abierto: el cambiar ciertos modos de nombrar o de presentar noticias o actores sociales no siempre es exceso de pruritos; en algunos casos es mera precisión.
Muchos de los llamados “peligros” de la corrección política son más bien modos de cooptación que se operan a través de ella. Cuando se dice que la lucha contra el acoso sexual en algunos países ha llevado a perseguir ciertos grupos racializados, el problema no está en querer combatir el acoso sexual, sino que es el propio racismo el que hace lecturas deliberadamente engañosas de algunas reivindicaciones a efectos de relanzarlas contra ciertos sujetos. Quienes tengan real interés en evitar el uso de –por ejemplo- las reivindicaciones feministas para criminalizar sujetos racializados deben combatir no las reivindicaciones feministas en sí, sino las fisuras que estas dejen para usos racistas (y el propio racismo, claro).
El conjunto de lo que se entiende como “políticamente correcto” no es algo homogéneo y –dado que la expresión ha tomado un rumbo irremediablemente peyorativo- deberíamos encontrar mejor modo de denominar lo que se suele definir con esa noción. En nombre de la “corrección política” se han propuesto muy malas ideas, o buenas ideas pero muy mal planteadas. Debemos pulir estas imperfecciones. Por otra parte, nadie escapa completamente a recibir cuestionamientos políticos a su lenguaje. Pero de eso se trata: de reinventar y garantizar la palabra una y otra vez.
No debemos renunciar a visibilizar las múltiples opresiones. Y no debemos poner en víctimas a quienes refuerzan estereotipos opresivos por medio del lenguaje. No hay fórmulas fijas en la búsqueda de las palabras que nos representen. Las luchas no se forjan a través de manuales. Pero que el árbol no tape el bosque.