De la subsistencia a la resistencia
“Gárgaras se hicieron
con el espanto ajeno”
Rodolfo Braceli
De Federico García viene a nacer
(Por Astor Vitali) El gobierno de Argentina anuncia y despliega una serie de políticas rapaces contra la economía del pueblo argentino y contra las organizaciones populares. Las masas apelan a la creatividad práctica para la subsistencia. La pregunta del momento es ¿cuáles serán las nuevas herramientas políticas para la resistencia en esta nueva etapa?
Lo que está ocurriendo no es otra cosa que un plan de acción de gobierno que busca, a modo de shock, llevar adelante los sueños de la burguesía vernácula más profundos y húmedos (ellos también sueñan).
El método es directo, llano y conocido: que las mayorías paguen con su dolor, con su cuerpo, a través de la economía, los costos de una reestructuración económica que no hace más que ordenar para el saqueo (para lo que queda por saquear).
La angustia puede olerse. Pero la angustia está moldeada por las condiciones subjetivas neoliberales previamente configuradas: la angustia se vivencia, mayoritariamente, en el plano individual. No nos referimos aquí a la reacción solidaria que aparece en condiciones de catástrofe, para el caso de Bahía Blanca, o de las minorías intensas que reaccionaron inmediatamente ante el DNU y las otras (des)medidas con que nos arroja Milei.
Es por eso que por estas horas lo que escuchamos en la calle son planes de subsistencia económica para enfrentar lo que viene. Pero son planes reducidos al campo del individuo. Trabajar más horas. “Emprender”. Guardar stock para salvar el comercio. Hacer una compra para salvar la alacena (mí alacena).
La pregunta que está apareciendo es ¿cómo me voy a salvar de ésta? Y la pregunta que nos hacemos nosotros aquí es ¿cuáles son las condiciones políticas, económicas y subjetivas necesarias para que la pregunta pase al plural? O sea ¿cómo pasamos del “cómo me salvo de ésta” a “cómo nos salvamos colectivamente de esta que nos afecta colectivamente”?
Hace rato que el neoliberalismo estableció las reglas de juego de la sociabilidad, reduciendo, con excepciones de proyectos aislados de resistencia, que el mercado es el único ámbito de sociabilidad posible.
El mercado piensa, junto con la filosofía liberal, que hay en la vida humana individuos aislados puestos en juego en el universo económico. En este juego desaparece la comunidad: son individuos aislados rumiando la subsistencia y que gané el mejor. Contrariamente, nosotros pensamos que no es posible la vida humana sin comunidad: la persona, de una en una (para evitar el término “individuo”), no es posible sin la comunidad: simplemente se muere, no puede subsistir. Sobre esta diferencia se construye la pirámide enmarañada de la dominación cultural.
Los procesos progresistas no criticaron estos postulados de la subjetividad contemporánea. Más bien, los profundizaron: la idea de “incluir” era incluir a las personas al ámbito del consumo, es decir, a constituirse como nuevos actores del mercado (consumidores, cuando no “emprendedores”), pero no al ámbito de la ciudadanía, es decir, a la constitución de una subjetividad política comunitaria que diera cuenta de un sentido que trascienda las reglas de juego neoliberal.
El juego es laberíntico, entonces: una encerrona. Pero, como lo verde que destroza el cemento, como la vida que se hace lugar siempre en medio del horror, nos está dada la posibilidad de quebrar las paredes del laberinto que nos separan.
De la burguesía argentina no esperamos nada (nada más que terror). Hablamos de los que tienen el gobierno: Rocca, Galrperin y ese hato de sanguijuelas que se enriquecen con la miseria ajena. Nunca hubo tal cosa en este país como una fuerte “burguesía nacional”. Nunca fue nacional. Ni Perón pudo convencerlos. No solo viven del estado y de prebendas, sino que nunca fueron verdaderos liberales arriesgando su capital: son capaces de reventar el país, endeudar y que pague la población y, a su vez, construir la ficción de que el problema es la ideología popular, “cómo piensan los pobres que no trabajan”. Si la política tradicional no fuera hecha de oportunismo y pleitesía, una dirigencia política soberana los hubiera echado a patadas en el culo, expropiación mediante. Pero ocurre que los candidatos surgen de las usinas nauseabundas de sus institutos y de su financiación. Están hechos de su materia.
La pequeña y mediana empresa es la que sí intenta, busca y no encuentra un estado que regule en su favor, sin desregular los derechos del trabajo.
Para cerrar el año 2023 desde estas líneas, y puesto en otras palabras, de fondo lo que comenzamos a preguntarnos es cuál es el pueblo. ¿Cuál es el sujeto colectivo que debe constituirse para enfrentar esta crisis? ¿Son las cacerolas capaces de organizarse por quienes se reúnen en derredor de una olla, una vez que se les regularice el tipo de cambio o sus cuentas de media clase? ¿Es posible que quienes no perdieron nada porque nunca tuvieron nada articulen organización de lucha política mientras corroe la urgencia del hambre? ¿Es posible que quienes tienen mejores condiciones económicas y simbólicas tiendan una mano para la organización política total de esto que queremos ser, un pueblo que no muera carcomido por la vergüenza del suicidio colectivo, de trazar las líneas del terror al otro? ¿Será posible que la gente que vive este país se constituya en pueblo?
¿Será posible pasar de la subsistencia (personal) a la resistencia (colectiva)? Sólo lo responderán los cuerpos puestos en la palestra política. Luego, el asunto de las selfis y de los puros discursos sin sustento, son apenas materia de márquetin. Y aquí estamos intentando hablar de política.
Quien suscribe, firma: por un año nuevo en el que busquemos la dignidad humana; por un año nuevo en el que reconozcamos los colores vitales de la tierra que nos cobija, para poder sembrar.
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