El espejo chileno

(Por Astor Vitali) El resultado de la consulta realizada en Chile en torno a la reforma constitucional representa una de las novedades políticas más importantes de los últimos años. Ya no hay duda: una amplísima mayoría de la población chilena rechaza el ideario neoliberal que implica la constitución impuesta por Pinochet. Por otra parte, la incapacidad del sistema político chileno de absorber el reclamo popular callejero sigue planteando interrogantes acerca de qué características tendrán los movimientos políticos anti sistema en nuestro siglo.

Un ochenta por ciento de la población chilena rechaza el cuerpo de ideas que guio a los diferentes gobiernos de facto y democráticos en ese país. La violencia neoliberal muestra una sociedad marcadamente dividida entre quienes ingresan a la posibilidad de acceder a bienes y servicios de del “primer mundo” y quienes sobreviven en la más absoluta miseria. Miseria de todo tipo, porque de la mano de la marginación económica va la marginación del acceso a la salud, a la educación y a la cultura.

Esa crudísima realidad fue impuesta a través de la violencia de la dictadura de Pinochet, que vino a interrumpir, por otra parte y nada menos, un proceso político de liberación a través del armado democrático que llevó a Salvador Allende al gobierno. Las clases acomodadas de Chile –las de cualquier lugar- manifestaron una vez más que no es cierto que se banquen la democracia y que interrumpen la legitimidad de gobierno porque les es insoportable algún grado de distribución e incluso los discursos políticos que suenen igualitarios. En ese proceso, impusieron un modelo salvaje que comenzó a implosionar marcadamente el año pasado a través de las manifestaciones populares. Un proceso que no fue sin costo: ahí aún presos políticos, faltan ojos y sobran abusos sexuales.

Si uno lee, ve o escucha las declaraciones de la dirigencia política en los medios de comunicación chilenos y los contratas con el mensaje que puede recogerse en la calle, va notar que aún existe una disociación entre el sistema de representación política y la crítica profunda que expresa el pueblo. La participación en la consulta de si cambiar la constitución y a través de qué metodología hacerlo (ganó la de la participación popular sin que sean los mismos de siempre quienes definan) se explica por la profundidad del plateo de cambio.

La población chilena no está cuestionando elementos de forma de la vida en ese país: está cuestionando los basamentos filosóficos e ideológicos acerca de cómo vivir en ese lugar del mundo. Nada menos. Rechaza centralmente el hecho concreto de que haya dos tipos de ciudadanías definidas: la ciudadanía plena que es habilitada por la tarjeta de crédito y la ciudadanía restringida de quienes no poseen recursos económicos. Ese espejo en el que quieren verse los poderosos de este país y de América latina.  

El gobierno de Piñera hace gambetas para ir dilatando el malestar popular y sostener, dentro de un ámbito de reformas que no modifiquen lo sustancias, la gobernabilidad chilena. El progresismo y las izquierdas están en jaque porque la representatividad de los planteos profundos encuentran serias limitaciones de desempeño dentro de los marcos de la “convivencia” del sistema político.

¿Cómo debe ser una fuerza política que busque integrar los cuestionamientos profundos a su plataforma? ¿Qué tipo de mediación debe articular esa representatividad política? ¿Cómo se suma la calle a la organización política con representación institucional? ¿Le interesa a la calle el tipo de representación popular vigente?

El momento histórico que vive Chile es de vital relevancia ya que representa un espejo en el que América latina, que compartió el dominó de golpes de estado e implementación de políticas neoliberales que perviven en la lógica de administración económica (que padeció el Plan Cóndor, para ser sintéticos), puede mirarse y comprender que es posible poner en jaque al sistema en cuestiones de fondo y ya no en aspectos formales, que no hacen a las transformaciones necesarias para que la población puede acceder plenamente al ejercicio de sus derechos.

La política tradicional sigue siendo el ámbito por excelencia donde se dirimen los diferentes puntos de vista de modelo social. Pero esa representación política tradicional ha excluido (precisamente a partir del Plan Cóndor) todo tipo de expresión política que plantee posturas radicales. En Chile, de hecho, fue la calle la que se mantuvo en consignas de cambios profundos, mientras el sistema político de ese país se limitó a administrar la pobreza de las mayorías al mismo tiempo que generó las condiciones para que “los inversores” gozaran de los escenarios propicios para garantizar sus ganancias para sí mismos, sin interés en la suerte social del país.

¿Cómo se articula la política partidaria con un reclamo que no quiere ceder “ni un tantico así” a las agachadas hiper conocidas de quienes, en el marco de la representación dentro del sistema político chileno, no terminan de construir un paradigma lo suficientemente sólido para oponer al modelo excluyente de las trasnacionales?

El paso dado adelante en Chile es muy significativo para revisar la subjetividad revolucionaria de las propuestas políticas; no reformistas. ¿Hay que aceptar las reglas de juego del bipartidismo (neoliberales y progresismos) que administran una estructura social con pobreza sine qua non o es posible construir acuerdos para cambiar los cimientos de la vida política contemporánea?

Una pregunta que no podrán resolver las dirigencias sin la participación activa de sus pueblos.