Femicida no se nace, se llega a serlo.
(Por Helen Turpaud Barnes) Hagamos por un momento un ejercicio mental. Pensá en todas las veces que –si te identificás como mujer- un varón “te tiró onda” y vos lo rechazaste, o bien en las veces que decidiste cortar con un hombre, o cuando pretendiste sentar posición sobre cómo y cuándo tener relaciones sexuales o no con un hombre.
O pensá en las veces en que le cuestionaste a un familiar o compañero de trabajo un comentario machista o le tuviste que poner los puntos por ocupar tu espacio personal a un varón en un transporte o la cola del supermercado. Pensá en todas las veces en que te enfrentaste a ALGO que dijera un varón sobre las mujeres. Recordá si se puso a pensar y te reconoció algo de razón. O si no hizo nada de eso. Pensá en cómo reaccionó, recordá si se empezó a reír de vos, si te insultó, si dijo que él sí estaba a favor de la igualdad entre varones y mujeres (mientras desautorizaba tu palabra como mujer). Recordá si te empezó a sobrar, si buscó una carcajada cómplice entre sus amigos, si te “ensució” en las redes sociales, si te la siguió, si se hizo el que no entendía, si te hostigó, si se victimizó, si te siguió camino a tu casa, si te mandó al frente, si siempre hace chistes sobre vos aun cuando sigas siendo su amiga, novia, hermana o colega. Recordá si se enojó, si te pasó factura, si te tiró el cuerpo encima, si te golpeó, si se hizo el ofendido o el resentido de ahí en más por toda la eternidad, si te castigó con el silencio, si se muestra siempre incómodo con vos, si dice que sos una amargada. O si simplemente siguió tratándote como siempre o incluso empezó a plantearse su lugar como varón.
Todas las personas tenemos una cuota de narcisismo, no siempre aceptamos tranquilamente cuando nos dicen que no a algo. Pero hay subjetividades en que esta cuota de narcisismo se fomenta con creces. La subjetividad masculina es particularmente sensible a que se le diga que no. En cambio, a las subjetividades femeninas se nos forma en el desapego, la abnegación, la renuncia, la culpa por no satisfacer al otrO. AMBAS subjetividades son un problema y deben ser puestas en cuestión.
A partir del descubrimiento del cuerpo de Micaela Ortega el pasado fin de semana cientas de personas salieron a la calle en Bahía Blanca. Sin tener aún demasiados datos, aparentemente una de las “razones” aducidas por el femicida confeso para asesinar a la niña fue que esta no habría querido “tener relaciones sexuales” con él. Las reacciones de la opinión pública repiten a menudo un mismo patrón: la tendencia a llamar al femicida “monstruo”, “enfermo”, “inhumano”. El femicida es nombrado desde la subjetividad “indignada” en términos que lo destierran del terreno de lo humano. El femicida para muchos/as excede los límites de lo comprensible en nuestra sociedad, aparentemente tan ajena a su existencia.
Cuando a principios de 2007 una compañera feminista me dijo “el violador no es un enfermo, sabe muy bien lo que hace” me sonó casi a justificación de la violencia machista. Yo frente a esos hechos en cambio me “escandalizaba”. El escándalo es la reacción de la pretendida supremacía moral: me “horrorizo” ante lo que es demasiado malo para mí, que soy buena, que no tengo ninguna responsabilidad en lo que pasa.
Sin embargo, esa compañera feminista tenía razón, y ahora me toca intentar explicar eso que en su momento me pareció increíble: el violador, el femicida, el golpeador, no son enfermos, no son monstruos, no son inhumanos. Son más bien SANOS HIJOS DEL PATRIARCADO: son los elegidos por la sociedad patriarcal para ejercer el terrorismo machista que “hace falta” para controlar a las mujeres. Los femicidas son simplemente las fuerzas armadas de un sistema que intenta en primer lugar doblegar a las mujeres “por las buenas”, pero que cada dos por tres debe hacer un despliegue de poder asesino para “mostrar quién manda” (cada vez más seguido, porque se está notando que ya no nos creemos las “buenas” intenciones de los “protectores”, los “caballeros”, los “proveedores”, los “progres que se unen a la causa” solo en la superficie). El femicidio es simplemente un modo más de la pedagogía machista.
Y no es que todo femicida sea consciente de su rol “pedagógico”. Pero si hoy te da terror lo que le pueda pasar a tu hija o amiga o alumna, es porque el mensaje del femicida llegó. Un método educativo de una eficacia envidiable. Por eso hay que luchar por otro mensaje. El mensaje de la rebeldía, la justicia, la autonomía de niñas y mujeres.
Un femicida no “nace” así: es un producto social. No es un enfermo. Son muy pocos los casos en que coincide la conducta femicida con la patología mental. La antropóloga argentina Rita Segato hizo un trabajo de investigación con agresores sexuales de una población carcelaria brasileña. (El trabajo se titula “La estructura de género y el mandato de violación” y se encuentra en el libro Las estructuras elementales de la violencia.) Su estudio apuntaba a verificar si había alguna condición patológica común a los abusadores sexuales, fueran o no además femicidas. El resultado fue negativo. Sin embargo, encontró con que sí había otro elemento en común: la concepción sobre las mujeres que tenían. En todos los casos, los violadores pensaban que las mujeres eran sujetos que ellos tenían derecho a considerar de su propiedad, que debían someterse a sus designios, y que debían “castigar” si no lo hacían. Y, oh, casualidad, esta es una concepción extendida en la gran mayoría de la población sin solución de continuidad entre el o la machista que conocemos de todos los días y el femicida (quizás conozcamos a ambos). Y el cuerpo femicida por excelencia es el cuerpo del varón: la gran mayoría de las mujeres asesinadas mueren a manos de varones, lo mismo que la gran mayoría de los hombres asesinados.
El femicida (así como el violador) es un sujeto profundamente moral. Digo esto en el sentido de que su función social es la de “enseñar”, “disciplinar” y “servir de ejemplo” para las demás mujeres, para que “aprendan” a vestirse “modestamente”, para que la única capacidad en el planeta que reconozcan sea la fuerza física (así ellas se olvidan de todas sus propias capacidades), para que subordinen su sexualidad a la del macho.
¿Y cómo “se hace” un femicida? Un femicida “se hace” gracias a muchas instituciones que hoy siguen sin ser mayormente cuestionadas. La familia les enseña a los varones que estos deben creerse fuertes, campeones, importantes, racionales, invulnerables, “ganadores”. La familia machista educa “machos” (descarados o camuflados), no varones de masculinidades deconstruidas. La escuela reproduce esto. Las/los docentes hablan de los cuerpos de las chicas en los colegios como algo que deben “patrullar” porque “ya sabemos lo que pasa”. Un sobreentendido que ubica a las/los docentes misóginas/os en el lugar del “sentido común”: se autoadscriben un saber ancestral de lo “inevitable” que ¡quiénes somos las docentes feministas para venir a cuestionar! Y si la escuela no logra “disciplinar” a las chicas que desean libertad, ya vendrá un violador o un femicida a disciplinarla para que los sectores educativos conservadores tengan el secreto placer de poder decir “¿viste?, no justifico, pero así terminan” y recordárselo pedagógicamente a las chicas cada vez que renuevan un código de vestimenta sexista por enésima vez. Una teleología escolar machista.
Los medios de comunicación, lo sabemos, refuerzan todo esto sin dudar: hipersexualización de las niñas, exposición de los cuerpos de las mujeres como adorno u objeto a comentar, ridiculización o farandulización de las trans, etc. El hallazgo del cuerpo de Micaela antecede amargamente por pocos días al momento en que Tinelli vuelve con su programa a la televisión argentina.
Un femicida no viene de Saturno ni es un niño feral: aprende lo mismo que el resto de los seres humanos. Pero tiene una misión un poco más arriesgada: matar niñas y mujeres de vez en cuando. Hacen el trabajo sucio que resulta “lamentable” pero aleccionador para la misoginia social que ostenta la gran mayoría de la gente. Son los señores de “seguridad” que llaman en un casino cuando las mujeres ya no queremos hacerle caso al circunspecto mafioso de guantes blancos quien a veces hasta nos “trata bien”. Los femicidas cumplen una función sagrada frente a nosotras las brujas profanas: son los verdugos de una Inquisición de machos que nos dice que nos quiere “proteger” del mal (que son ellos mismos). Y para la “disciplina cotidiana” ya están el resto de los varones y mujeres machistas de todos los días.
Entonces, ¿recordaste la reacción de los varones a quienes rechazaste, cuestionaste o remplazaste en algo? ¿Conocés las risotadas, los chistes, los silencios, las calumnias, el hostigamiento, la invisibilización, el resentimiento o los golpes de quienes se “ofendieron”? ¿Ya conocés sus “castigos”? Y por otra parte, ¿conocés a los que NO reaccionan así, a quienes se cuestionan sus privilegios, a quienes no vienen a explicarte cómo es el mundo, a quienes saben que NO ES NO? Bueno, ya sabés entre quiénes “se forman” los femicidas. El femicida se parece mucho a tu patrón cuando te subestima por ser mujer, al tío que hace chistes machistas en los asados, al que jamás acepta que una mujer “le” haga el asado, al que acosa a una alumna, al que se siente humillado si su esposa maneja y él va al lado, al operario que le dice a una mujer que algo mecánico es “peligroso” solo para asustarla y divertirse con su susto, al señor mayor que invade tu espacio personal en el colectivo. Las mujeres también tienen estas ideas, ya lo sabemos. Pero los cuerpos que matan son los de las masculinidades hegemónicas, no los de las mujeres, y hasta la mujer más machista puede ser víctima de un femicida: acordate. Y no hace falta decir “no todos los hombres”. Quienes no sean ese “todos” están ocupados cuestionando sus privilegios, sumándose a la lucha feminista.
El femicida es, simplemente, un machista común y corriente que un día mató. No me agrada usar metáforas médicas para describir realidades sociales, pero si hay alguna enfermedad en el femicida esa enfermedad se llama machismo. Casi todo el mundo tiene gripe, pero en algunos casos se vuelve mortal, no son dos enfermedades diferentes. Lo mismo con el machismo.
Por Micaela Ortega, por todas. Por las que están, por las que no están. El 3 de junio volvemos a la calle. Por justicia y por otro NI UNA MENOS.