El universo de Antonio
(Fragmento de la apertura correspondiente al dìa 19 de noviembre de 2015)
(Por Astor Vitali) Ha muerto Antonio Volpe. Digo ha muerto y sé que miento. Una parte de mí está hecha de los misterios de sus acordes.
Yo nací en 1985. Mi viejo es cantor y melómano. Me llamó Astor. Crecí escuchando piazzolleadas y músicas de todo tipo. Crecí escuchando radio. Cuando en la radio había algo que estimulara los sentidos, buena música, buenas reflexiones, mi viejo subía el volumen de la radio como quien no quiere la cosa, y así llevo músicas conmigo que me fueron constituyendo.
El disco del Grupo Volpe Tango Contemporáneo estaba siempre a mano. El disco era de acá y estaba hecho de músicos de acá no más, unos de Punta Alta y, en la dimensión enorme que toma lo mágico en la niñez, para mí el disco era de otro planeta. Ese planeta está en la órbita de mi universo.
Yo no sabía bien qué pasaba y porqué esos señores hacían cosas parecidas a Piazzolla pero que les sonaban tan propias, tan de acá y tan de ellos.
Cha ran chan chá ra ran. Cha ran chan chá ra ran.
Cuando fui creciendo me enteré que el señor que tocaba el bandoneón, que para mí era un maestro, estudiaba ocho horas por día. Ocho horas diarias. ¿Qué debía hacer yo para que una nota suene en mi guitarra si ese maestro tocaba así y, sin embargo, le metía ocho horas?
Ahhh. Entonces claro. Estaba el talento y la magia pero también estaba el trabajo. Y eso también era la pasión. Esas cosas iba pensando, yo, mientras iba creciendo. Y la “ciudad de asombro” era cada vez más asombrosa.
Cha ran chan chá ra ran. Cha ran chan chá ra ran.
Y entonces descubrí que no eran sólo los acordes sino cómo los tocaba. Porque un bandoneón está ahí y si abrís el fuelle y apretás la tecla suena una nota. Pero no suena tango, no suena Volpe. Para eso hacía falta la pasión, el estudio y tocar con el cuerpo.
Ahí aprendí que un instrumento no se toca con los dedos: se toca con el cuerpo.
Cha ran chan chá ra ran. Cha ran chan chá ra ran.
Entonces cuando hace un rato fui a saludar a ese otro pedazo de música de mi vida que es Victor Volpe, a la vuelta del abrazo, me vine pensando todas estas cosas.
Y me di cuenta, nuevamente, que hay músicos que no mueren. Y que sus sonidos habitan nuestros silencios.