“Sin ciencia básica no hay futuro”: el impacto del ajuste en el sistema científico argentino

Diego Rayes es doctor en Bioquímica, investigador independiente del CONICET y presidente de la Sociedad Argentina de Investigación en Neurociencias. Es docente de la Universidad Nacional del Sur y dirige el Laboratorio de Neurobiología de Invertebrados del INIBIBB, donde investiga cómo funcionan los circuitos neuronales y los mecanismos de regulación del sistema nervioso a partir de modelos animales.

En un escenario de recortes sostenidos, Rayes consideró que el desfinanciamiento de la ciencia básica no solo compromete la producción de conocimiento, sino que pone en riesgo la continuidad misma del entramado científico y universitario argentino.

“Financiar ciencia aplicada es necesario pero no podría existir la aplicada sin la ciencia básica. La ciencia básica, es la que trata de entender cómo ocurren las cosas y la ciencia aplicada muchas veces modifica esos mecanismos en función de un interés productivo. Pero yo no puedo modificar absolutamente nada si no entiendo cómo funciona”, afirmó.

Afirmó que “la ciencia lleva tiempos largos y el rédito económico no lo vas a ver hoy ni mañana, quizás lo veas dentro de 15, 20 o más años”.

El problema, según Rayes, ocurre cuando se interrumpe ese flujo de investigación, el daño no es inmediato pero sí profundo. “Si cortás la ciencia básica, probablemente la sociedad no note diferencia en un tiempo, pero después revertir eso es extremadamente complejo”.

En ese contexto, la cancelación y la no ejecución de proyectos de investigación, como los PICT (Proyectos de Investigación en Ciencia y Tecnología), marcan un punto de inflexión. Explicó que no solo no se financiaron nuevos proyectos de ciencia básica, sino que incluso convocatorias evaluadas y aprobadas “nunca se pagaron”.

Para muchos equipos de investigación, buscar financiamiento alternativo resulta casi imposible. “Nuestro ecosistema empresario de biotecnología es limitado en Argentina, no hay demasiadas herramientas para ir a buscar ese tipo de financiamiento”, explicó Rayes. En su caso, fue claro: “Nosotros hacemos ciencia básica pura y dura. No la podemos adaptar”. La consecuencia directa, según Rayes, será la “fuga de cerebros” especialmente entre investigadores jóvenes.

Ese impacto no se limita a los laboratorios: “El 90% de los científicos que hacemos ciencia somos docentes universitarios”, recordó Rayes, y reconoció la investigación como condición indisociable para sostener la calidad académica.

El deterioro del sistema científico, sumado a una fuerte caída del salario universitario, empujó a muchos docentes al pluriempleo o a dejar la actividad. “Eso también va a redundar en que la calidad de la educación universitaria baje”, advirtió.

Según el investigador, la situación actual es incluso más grave que la vivida en los años noventa. Frente a ese panorama, cuestionó la falta de diálogo: “El sistema era perfectible, claro que sí, pero nunca nos sentaron en una mesa de discusión para ver cómo mejorarlo”.

Mientras tanto, desde las sociedades científicas intentan sostener la motivación de las nuevas generaciones, una tarea que definió como “cada vez más complicada”.

Argentina, recordó Rayes, tiene una tradición y un prestigio construidos durante décadas en ciencia básica y aplicada, que la ubicaron dentro del mapa científico mundial.

Abandonar la investigación básica implica, en sus palabras, perder ese lugar y quedar reducidos a desarrollos marginales, dependientes del conocimiento producido en otros países. “Sin ciencia básica no hay ciencia aplicada, y sin ciencia no hay futuro”, concluyó.

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