Arte y trabajo en la actualidad

En el marco del Día Internacional de los Trabajadores y de las Trabajadoras, nos referiremos al asunto del arte y el trabajo. No está demás aclarar que, un primer debate al respecto, está referido a la cuestión de si un artista es un trabajador.

Este tema es crucial porque da una referencia del lugar que ocupan los y las artistas en la sociedad donde se desenvuelven. Hay una idea del artista como alguien especial, despegado de la realidad y de su entorno. Esa idea fue construida por los mercados, generando una especie de figura ideal a la que aspirar –hablamos de este contexto histórico, en otras etapas el debate fue distinto. Figura a la que, en rigor, jamás se alcanzará. Ser Madonna es un imposible pero ¿cuántas gentes quisieron serlo?

Entonces, esa idea de artista es una idea construida con intereses económicos, con el afán de inventar ídolos inalcanzables. Un producto de mercado.

Muy por el contrario, los y las artistas, para llegar a dominar una disciplina (música, teatro, danza, pintura, dirección, cine, dibujo, un largo etc.) deben dedicar un arduo y sistemático esfuerzo. Esto es trabajo y capacitación. Igual que un ingeniero. Tal vez, hasta le cueste al artista mayor rigor y disciplina. Luego, para mantener su destreza y actualizarse, quien se dedica al arte debe tener un constante trabajo de entrenamiento y puesta al día.

A esto hay que sumarle las horas invertidas en aparente ocio. Silvio Rodríguez se ha referido al tema, en defensa del ocio. Spinetta, también. Cuando un artista esta aparentemente haciendo “nada”, en rigor, está procesando información, elaborando conceptos que luego verterá en su obra. Está pensando. La obra no es el resultado de los 5 minutos en que se ejecuta un instrumento, o la hora y media sobre las tablas, o el tiempo del trazado de una obra, ensamble, escritura, etc. La obra es el proceso de maduración de una ética, una estética y un pensamiento-sentimiento puesto en acción.

En otras palabras, el/la artista (o quien se precie de serlo) trabaja sin descanso, todo el día, aun cuando aparentemente no hace nada.

A esto hay que sumarle que la persona es cuestión (o la mayoría de ellas) no son millonarias sino que son hijos e hijas de la clase trabajadora. Clase que tiene prejuicios sobre el famoso “no laburar”. Así que, viento en contra, estas personas, como el resto de sus pares, lo único que tienen como herramienta para subsistir es su fuerza de trabajo: si no tocan no comen, si no dan clase no comen, si no venden obra no comen, si no actúan, no comen y así podríamos seguir. Con lo cual, como el resto, el artista tiene que trabajar para vivir. Como aquella canción que rezaba “actuar para vivir”.

Por último, y aclarando que estamos hablando muy someramente dada la extensión de esta columna de opinión, está el debate del valor social de la producción artística. Porque la postura conservadora que cuestiona el carácter de trabajador del artista plantea que un albañil, por ejemplo, debe cobrar porque su trabajo cobra valor social al satisfacer una necesidad concreta. En cambio el arte no sería una necesidad básica.

Muy bien ¿cómo subsistirían los medios de comunicación sin música, cortinas, etc.? ¿El trabajo en el cine lo imaginan sin música? Aun cuando las películas eran mudas, había artistas en escena para dar vida a esas obras. ¿Comercios sin música? ¿Reuniones sociales sin música? ¿Encuentros sin música? ¿Cómo es que la música no cubriría una necesidad concreta en nuestras vidas si nuestras vidas están llenas de ésta? ¿Y el diseño no cumple una función? ¿Y sin literatura habría civilización? ¿Y sin teatro habría un relato de la humanidad? Y muchos otros interrogantes sobre el arte y su carácter de necesario.

Decir que el arte no cumple una función social es tan estúpido como plantear que se podría vivir sin los conocimientos que tiene un albañil.

En términos de generación de riqueza, que requiere un apartado en particular, podemos decir que la industria cultural argentina llegó a aportar al país mayor riquezas que lo que ha hecho la industria de la minería, en términos relativos del Producto Bruto Interno. Sin dudas, las industrias culturales son generadoras de valor y, por ende, es justo que quienes crean esas riquezas sean retribuídos/as. .

Aclarada esta cuestión revisamos la situación actual entre arte y trabajo. Primeramente hay que destacar que, en un contexto de ajuste general en los ámbitos público y privado, las mayorías (o sea, las víctimas del ajuste) deben priorizar en qué gastar su salario.

Sabemos que durante los últimos años el salario perdió frente a la inflación. Esto implica que si antes un trabajador o una trabajadora podían, con esfuerzo, pagar alquiler, servicios, alimentación, educación, salud, etc. y además asistir a algún espectáculo o tomar clases de alguna cuestión artística, hoy ve vulnerados sus derechos culturales ya que se ve forzado/a a no efectuar consumos culturales, y pagar solo las cuestiones básicas para no morir de hambre o no vivir a la intemperie.

Sin duda, el ajuste ataca directamente a la espiritualidad y el aspecto simbólico que a los seres humanos les hace humanos. Comer, cagar y dormir son funciones básicas. La humanidad no está allí. Hacer que el consumo de cuestiones culturales sea un bien de lujo es atacar directamente a los derechos humanos básicos y reducir al hombre y a la mujer a una mera condición de máquina pasible de reproducción para cubrir los puestos de trabajo o las vacantes del ejército de desocupados/as necesario para bajar el salario.

Sumado a esto, hablando del pago chico, la decisión política del intendente Gay, de la mano del asesoramiento del ex animador de eventos Ricardo Margo y de la silenciosa pero destructiva (i)responsable de educación Morena Llanca Rossello, el gobierno local tomó la decisión de cerrar una cantidad de talleres cuyas víctimas van por partida doble: por un lado, los y las docentes con sus derechos laborales vulnerados. Por otra parte, cientos de niños, niñas y adolescentes a quienes el estado brindaba un servicio a modo de herramienta y ahora fueron abandonados/as. Esto se llama violencia institucional.

Si tomamos en cuenta sólo los lugares donde se denunciaron el cierre de talleres, debemos hablar de: 30 señalados por ATE, 20 cerrados en los NIDO de Nocito y Vista Alegre, la Orquesta Infanto Juvenil del Barrio Miramar (9 docentes, 1 por cada instrumento), y otros talleres barriales que pertenecían al programa Envión (al menos 16), talleristas de Cerri, y talleres cuyo cierre fueron denunciados de manera aislada. Hablamos de al menos 100 talleres cerrados durante esta gestión, sin temor a equivocarnos, apenas con la sumatoria de estos datos. Si se indagara con precisión (los datos no están publicados pese a ser públicos) observaríamos, sin vacilar, que el número es mucho mayor.

Sin exagerar, poniendo un promedio de 30 asistentes por taller, hablamos de al menos 3000 niños, niñas y adolescente cuyos derechos acaban de ser vulnerados por el gobierno del intendente Héctor Gay a través de la injusta administración del Estado. Esto pasa ahora y es responsabilidad de la dirigencia actual. Dirigencia que tiene la oportunidad de revertirlo; lo contrario, es una decisión.

El sector privado, por su parte, obviamente aprovecha esta situación de mayor oferta debido a escasez de demanda para negociar retribuciones salariales a la baja y lesionar sobre todo las condiciones de trabajo. Total, como en otras áreas, “si no te gusta hay una fila esperando”. El sector privado en Bahía Blanca y región es uno de los actores más precarizantes y explotadores. No consideran trabajo la oferta de los y las artistas (es decir, niegan sus derechos laborales) y han construido la idea que “hacen un favor al artista permitiéndole mostrarse” cuando en rigor, por ejemplo en el caso de la música, lo que están haciendo es ofrecer un servicio a sus clientes por el cual no pagan, a diferencia de otros servicios por los que sí pagan.

En esto hay una complicidad entre gobierno y privados ya que nadie quiere hablar de inversión cultural (es un gasto para estos actores) y pretenden negar la condición de trabajador/a, ocultarla bajo la idea de “prestadores de servicios” y con ello derivar fondos públicos para asesores improductivos y para los objetivos de sus acuerdos con el gran empresariado extranjero (no con PyMES) sobre ese supuesto “desarrollo industrial” (Polo) que hasta ahora no ha arrojado beneficios a la comunidad en términos laborales y, por el contrario, ha generado daños en términos ambientales, económicos y en materia de salud, etc.

Este es el contexto en que se desenvuelven un trabajador o una trabajadora de la cultura en la actualidad. Todavía hay artistas conservadores que defienden la idea de que un artista no es trabajador y que estaría despegado del mundo. Bueno, esa posición abona a los objetivos de un gobierno que ajusta y cercena derechos y opera contra sus pares. Aquí hemos explicado porque sí somos trabajadores y trabajadoras. Las consecuencias de la postura pretendidamente superior y hasta a veces entintada de “progre” deberán explicarla ustedes, quienes repiten el discurso de los que cierran talleres y cierran orquestas.

No hay gran obra de arte que no sea resultado de un gran trabajo. Es decir, no hay gran artista que no pueda ser considerado/a un gran trabajador/a.