Día Internacional del Libro: ¿Qué se lee y por qué?

(Por Astor Vitali) Este marte fue el Día Internacional del Libro. Se supone que estos días tienen el objetivo de fomentar la actividad. La lectura es una acción que favorece el enriquecimiento espiritual y la autonomía de las personas. Cuánto más vínculo con lenguaje y con las ideas más rico nuestro universo. Leer nos hace más libres, podríamos decir, en sentido romántico.

Lo que se lee es lo que se publica. Lo que se decide publicar sobre lo que no se decide publicar. ¿Qué se publica y por qué? Es una pregunta válida en un mundo donde los recursos son acotados y la libertad de imprenta está íntimamente vinculada a la capacidad capitalista de llevar adelante las ediciones existentes.

En América del sur, Argentina fue un país destacado por su industria editorial. Borges y Cortázar son dos caras de una moneda literaria que expresó la voluntad de un pueblo que creyó en la cultura como lugar de encuentro y de creación. Las universidades y las bibliotecas populares también expresaban esto.

En el juego de roles sociales, hoy es la industria editorial quien tiene la manija de lo que se lee. Es una industria que está arbitrada para hacer negocios con el estado (sobre todo en materia educativa) y lucrar con producciones “vendibles” hacia públicos acotados.

Luego, por abajo, hay millares de pequeñas editoriales autogestionadas que llevan adelante una labor encomiable, fundamental y necesaria. Si fuera por la “gran industria”, una enorme cantidad de autores y de autoras, es decir, de obras de la comunidad, morirían bajo la guadaña de la censura silenciosa. La indiferencia ante las obras existentes por parte de la industria editorial es más violenta que la explícita quema de libros.

Pero hay un actor fundamental del que poco se habla: el estado. ¿Por qué no hay iniciativas estatales de edición de autores y autoras de su comunidad? Al menos no de magnitud e incidencia masiva. Porque la ideología del libre mercado impera y las autoridades a cargo no consideran que deban intervenir en la palestra editorial.

¿Por qué deberían? Por el viejo y desprestigiado término: soberanía. Si lo que se lee es lo que se publica, esto no puede quedar en manos de un grupo de empresas cuyo objetivo no es social sino lucrativo. La soberanía de lo publicable debe estar en manos de lo público, arbitrado por la voluntad del pueblo que cuenta con herramientas de organización (consejos consultivos, asociaciones civiles, gremiales, etc.) para participar de las decisiones y discusiones de criterios de aquello que debería ser publicable.

Cabe en estas breves líneas hacer mención a una paradoja: ¿Cómo es que, en el ámbito de las ideas por excelencia, es decir, el de quienes trabajan con las ideas, los escritores y las escritoras, se evidencia la mayor incapacidad para organizarse en pos de sus derechos laborales, editoriales y culturales en general? Gran paradoja cuya respuesta honestamente me resulta inaccesible.

En nuestra ciudad, gracias a la lucha de imprescindibles como Julio Tévez (en cuyo nombre pongo la acción, militancia y trabajo de muchas más personas) contamos con una herramienta fundamental como lo es el Consejo Cultural Consultivo. En rigor, importa poco el órgano en sí mismo como ente. Lo que importa es un ámbito de participación directa de quienes trabajan en la cosa cultural con capacidad de disputa de políticas culturales y de recursos materiales concretos para la edición de libros de autores y autoras de nuestra comunidad. Ése es el hecho relevante: la vitalidad de la voluntad popular aplicada a través de herramientas populares. Y su vigencia.

No casualmente, por el año 2016, el intendente Héctor Gay, asesorado por el inminente jubilado Ricardo Margo en el Instituto Cultural, intentó vetar la ordenanza que reglamenta el funcionamiento del cuerpo consultivo. Gracias a la vitalidad de hecho de las asambleas y del trabajo mancomunado entre pares, no pudo hacerlo.

Uno cree que es necesario, además de observar críticamente qué hacen quienes detentan los poderes económico y político, valorar críticamente lo que hacemos comunitariamente. Una valoración crítica de 10 años de trabajo en sentido asambleario, sistemático y efectivo, es necesaria para considerar que no es cierto que nada pueda hacerse y de que, si hay acuerdo y se sale a la cancha, además hay capacidad.

Durante este Día Internacional del Libro habrá actos, discursos y puestas en escena. Sin embargo, los más comprometidos serán los actores que ya vienen trabajando desde abajo, como las editoriales autogestionadas.

Tal vez sea momento de reconsiderar el lugar “alternativo” de estas propuestas para pasar a una ofensiva donde lo marginal sea la miserable política de una industria que nos desprecia como pueblo, como lectores y como sujetos.