El amor y la igualdad

(Por Astor Vitali) Se cumplieron setenta y cinco años del último movimiento histórico que determinó dos grandes sectores de la política y de la cultura argentinas: el peronismo y el antiperonismo. ¿Qué se puede analizar fuera de la lógica estúpida de la grieta?

El mayor problema que tienen los antiperonistas en su relación con lo que consideran que es el peronismo es su famélico marco conceptual: el antiperonismo tiende a definir al peronismo poniendo motes o sentencias tales como “populismo”, “fascismo”, “ladrones”, “corruptos”, “vagos”, “negros”, etc. Y estamos claros en que cuando desde el antiperonismo  dicen “fascismos” no se están refiriendo al concepto fascismo en sentido amplio –como describió Bobbio-: esos que hablan de “fascismo” gozaron del modelo de Martínez de Hoz y aplaudieron a Videla.

Cuando intentan una descripción un poco menos monosilábica, sólo se basan en un aspecto de las culturas peronistas. Sí, así: en plural. Para definir el peronismo no se puede tomar un pedazo y buscar hacer de él la totalidad. No funciona. No funciona para pensar, no funciona para actuar, no funciona para hacer política.

Pongamos un ejemplo. “No hubo otro movimiento que haya reconocido más derechos de los trabajadores y de las mujeres”. Correcto. “Perón –aliado de Franco y otros fascismos- vino a detener el avance del comunismo”. También es correcto. Como reflota ahora el ortodoxo Moreno: “ni yanquis ni marxistas”, sigue definiendo el marco conceptual justicialista. Buscar un posicionamiento contra el peronismo basado en un aspecto aislado del mismo es vincularse con un cuerpo sin alguna de sus partes.

Otras preguntas recurrentes que le sirven al antiperonista para profundizar su etiqueta.  ¿El peronismo es revolucionario? El peronismo tiene de revolucionario históricamente una potencia territorial, una cultura  de supervivencia y lucha (según los momentos) que vive en dirigentes populares, trabajadores y trabajadoras, artistas, y allí hay un núcleo dirigente capaz de conducir. El contexto histórico y la geopolítica son determinantes para el peronismo. El primer peronismo articuló detrás de si a buena parte de la dirigencia sindical que venía conduciendo (de origen de izquierda) y la articuló en un solo bloque supeditado a las necesidades de la política: la CGT. Esto es un modelo contrario al de la democracia obrera, claramente. ¿Pero cómo oponer a esas visiones conceptuales –democracia obrera- el hecho concreto de las trasformaciones que se generaban entonces a través de la política en el medio del despelote? ¿Las revoluciones socialistas no supeditaban también las organizaciones sociales a las políticas?

El peronismo no es revolucionario en sentido marxista porque el peronismo es otra cosa distinta del marxismo. Fidel y el Che no son Perón y Evita. No cabe buscar una visión socialista en una doctrina surgida en un momento de histórico donde la producción y la riqueza iban de la mano y en el que la idea de un capitalismo con pleno empleo no resolvería el problema marxista de la “explotación del hombre por el hombre” pero sí resolvería el drama de la pobreza, la educación, la salud. Los sesenta son un momento que requirió de los Cocke. Pero el contexto de nacimiento de la doctrina se fija en otro contexto histórico.

El peronismo nace como movimiento de masas, por lo cual, plagado de disputas internas. Esas disputas internas tienen que ver con todos los sectores que lo integran en un marco teórico dentro del mundo capitalista con “justica social”.

En este momento de la conversación es preciso hacer una diferenciación: una cosa es el antiperonismo y otra el no peronismo. ¿Por qué irrita tanto el peronismo al antiperosnismo? En la actualidad, ninguno de los mascarones de proa del discurso antiperonista es un motivo válido: no es la República, no es la democracia y no es el “respeto a las instituciones”. Ninguno de los sectores que militan el antiperonismo carece de prontuario basado en el ejercicio del poder directo en base a sus capacidades económicas en detrimento de la calidad democrática.

Lo que irrita al antiperonismo militante podría sintetizarse en dos grandes aspectos: que el estado les toque algo de sus privilegios de clase (aunque algunas veces sea en porciones nimias) y que las personas sin recursos gocen de derechos humanos). En ese sentido, en las marchas pueden escucharse cosas como “los pobres usan celular y se tiñen el pelo”. Para el gorilaje hay cosas en la vida que no son para la chusma. Por eso nos venden por ejemplo “música para pobres” y tienen a Mozart secuestrado, hasta que aparece una orquesta escuela.

El no peronismo, en cambio, tiene otras características que podrían sintetizarse en dos grandes aspectos, también: se viene de otra cultura política -por familia o por opción-, es decir, no hay una identificación con el movimiento o lisa y llanamente no se acuerda con la visión del mundo que propone el peronismo, pero no desde el punto de vista oligárquico sino desde la óptica de que las transformaciones sociales que requiere un país con justicia social no son de orden capitalista.

En ese sentido, el peronismo y el no peronismo tienen en común visiones contrarias al antiperonismo, cuya característica central está basada en el desdén de toda partícula que provenga del ámbito popular. ¿Cuántas veces frente a los ataques del gorilaje virulento el no peronismo tiende a buscar posturas de defensa de ciertas medidas tomadas por el peronismo ante la violencia explícitamente antipopular de los postulados antiperonistas?

Como decíamos la comienzo, setenta y cinco años de peronismo y antiperonismo en el que el no peronismo tuve vaivenes de todo tipo. Desde merodear a Braden hasta aliarse en la transversalidad. También construir opciones partidarias propias. Asimismo, el peronismo fue pasando desde el Plan Quinquenal, por la reforma estructural del menemismo en sentido liberal o la Triple A.

Asumir la Historia en sus términos complejos es lo único que puede ayudar a buscar posiciones en la actualidad concreta. Porque la actualidad tiene muchos desafíos para todo los sectores. El antiperonismo está desplegando un discurso violento y sus dirigentes deben resolver si quieren seguir camino a sus antecesores del 55, es decir, a aquellos capaces de masacrar a su propio pueblo o serán capaces de hacer política. Si optan por lo segundo, necesitarán formar cuadros puesto que su dirigencia actual es conceptualmente paupérrima. El peronismo tiene que resolver en su disputa interna a cuál de sus momentos se quiere parecer y si el movimiento obrero será columna vertebrar o furgón de cola de un proyecto de “políticos profesionales” que “administran la crisis”. En otras palabras, si el peronismo de base definirá rumbo o acatará modelo de gestión (que viene con pobreza estructural en el paquete). El no peronismo, tiene la necesidad de articular una visión no testimonial de la política que tiene puntos de contactos con las necesidades urgentes de las clases populares identificadas con el peronismo  pero que difiere respecto del hecho central de la conciliación de clases que plantea el justicialismo.

Recién van veinte años de este siglo con una población estructuralmente diferente a la de 1943. La pobreza estructural creó un sujeto fuera de sistema que representa una gran parte de la población. El capitalismo ha demostrado que no tiene rostro humano. El gorilismo amenaza con su cara más despiadada.

¿Cuáles son las discusiones pertinentes para este momento del siglo en este contexto geopolítico? Una pregunta que no mide puntos de reiting: no mide. Sin embargo, son las preguntas que se hacen quienes toman las decisiones, lejos del pueblo.

Para empezar: un movimiento popular -a esta altura del siglo veintiuno- debería contener la participación del pueblo. Una obviedad, sí. Sin embargo, una obviedad claramente soslayada si se observa el bajísimo nivel de participación política.