El otro Cristiano
“Ci sono giocatori che con i soldi guadagnati si comprano lo yatch, una Ferrari, una villa al mare. Ecco io con questi soldi mi ci sono comprato la maglia del Livorno”.
(Por Luis Ponte) “Hay jugadores que con el dinero que ganan se pueden comprar un yate, una Ferrari, una casa junto al mar. Yo, con ese dinero, me compré la camiseta del Livorno.” Cristiano Lucarelli. Del libro “Tenetevi il millardo” (Quédate con los millones), de Carlo Pallavicino.
Picó por detrás de los marcadores centrales, mientras éstos veían como la pelota los superaba. Apenas la dejó picar, la colocó de derecha contra el palo del arquero. Sin detenerse, siguió hasta el cerco de las publicidades, detrás del arco. De cara a la tribuna, levantó su casaca de la selección. Debajo había otra remera con la imagen del “Che” a la altura del pecho. Donde viven las pasiones. Alzó su brazos. Miró a su gente. Cristiano Lucarelli, el otro Cristiano, acababa de marcar un golazo. Y cambiar el rumbo de su propia historia.
La de uno de los jugadores más recordados del fútbol italiano. No sólo por sus goles como centro delantero de varios clubes de la península, Europa, y la selección “azzurra”. Sino porque su trayectoria se moldeó al calor de sus convicciones políticas y el amor incondicional por los colores del club de su ciudad, el AS Livorno.
Hijo de un obrero portuario, afiliado al sindicato y militante comunista, justamente en la ciudad portuaria y obrera que en 1921, vio nacer al Partido Comunista Italiano: Livorno. Allí nació en 1975 Cristiano Lucarelli. A los 22 años llegó a la primera división del “calcio” italiano jugando con el Perugia. Luego de pasar por varios clubes italianos, pasó al Valencia de España.
Su impronta de “9” goleador lo llevó a la selección juvenil italiana sub-21. Validó sus condiciones: 10 goles en 10 partidos con la “azzurra”. Hasta aquel gol frente a Moldavia. El de la remera del Che frente a su gente y las cámaras de TV. El que fue considerado como un “acto político” por la Federación Italiana. Y se sabe, para la FIFA y sus obedientes “hijas”, las Asociaciones de clubes de cada país, el fútbol nació de un repollo que trajo una cigüeña desde un lejano lugar donde la política no existe. O existe, mientras no sea una amenaza contra el negocio.
Jugar un mundial en un país gobernado por una dictadura cívico-militar que desapareció a 30.000 personas, asesinó, torturó, secuestró bebés, quebrantó la vida democrática y cercenó las libertades individuales… no fue un “hecho político”. El 24 de marzo de este año, antes de salir a jugar contra la selección chilena, en el mítico Estadio Nacional de Santiago de Chile, los jugadores de nuestra selección se vieron impedidos por la FIFA de salir a la cancha portando una bandera alusiva a los 40 años del golpe. Como el de Lucarelli, ese sí fue otro “acto político”.
Lucarelli, fue separado de la selección por casi 8 años por aquel “gesto”. Hasta que Marcelo Lippi, el orientador de la selección italiana campeona del mundo 2006, lo convocara de nuevo. Previo a eso, en la temporada 2002-2003 volvió a demostrar que estaba muy lejos de ser el arquetipo de jugador que “pide” el negocio del fútbol. Entonces, jugaba para el Torino. Su representante, Carlo Pallavecino, tenía varias propuestas atractivas de clubes importantes para el delantero. Pero ese año, el Livorno había ascendido de la tercera división a la Serie B.
Lucarelli le indicó a su representante que quería vestir la camiseta de sus amores. Poco le importó que el AS Livorno no pudiera pagarle más que un modesto salario. Ni que tuviera que poner 500.000 euros de su bolsillo, para cancelar su contrato con el Torino para volver “a casa”, como lo narra el libro “Tenetevi il millardo” (Quédate con los millones), de Carlo Pallavicino.
En la temporada siguiente, la 2003-2004 Lucarelli fue el goleador del campeonato y el conductor de su escuadra para ganar la liga de segunda y concretar el delirio de ascender a la serie A. Allí se proclamó nuevamente goleador de la liga, luciendo en su camiseta el número 99, año de fundación de las Brigadas Autónomas Livornesas (BAI), como se autodenomina la hinchada del club. La que cada encuentro de local, viste las tribunas del estadio con banderas rojas con la hoz y el martillo, y la imagen del Che. La que tiene un histórico enfrentamiento con su par de la Lazio, afin a la ultra derecha xenófoba y fascista italiana.
En 2005 el alcalde de Livorno organizó la visita de la hija del Che. Aleida Guevara visitaba Italia para recoger fondos para el hospital pediátrico cubano donde trabaja. Se reunió con líderes de las B.A.I. y con Lucarelli. En su visita, la hija del Che, en referencia a la imagen del héroe cubano-argentino omnipresente en el AS Livorno, aseguró que “ese rostro es un símbolo de lucha. Espero que no se quede sólo en un mito, sino que sea un emblema para crear un mundo mejor”.
El equipo toscano, con Lucarelli como líder, no sólo logró finalmente mantenerse en primera, sino que además clasificó a la Copa UEFA, campeonato de clubes europeos en el que realizó una campaña inédita para el historial del club. El equipo humilde, de la ciudad obrera y portuaria, a contrapelo de cualquier lógica se hacía un lugar entre los poderosos. De la mano de un Cristiano. El hijo del obrero portuario y militante comunista él también, que decidió renunciar a una carrera deportiva exitosa y sus beneficios, fiel a sus convicciones y sus amores. Tan distante en su forma de pensar y actuar del otro Cristiano. El más famoso: Ronaldo, estrella del Real Madrid; el de los millones y millones de ganancias; el de las Ferrari, los Lamborghini y las villas frente al mar; el del culto a la imagen personal y al individualismo en contradicción directa con lo que es en esencia el fútbol: un juego colectivo.