Elías, La Nueva, la memoria y el presente

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(Por Astor Vitali) En un artículo titulado “Día de la Memoria: la mirada del director de ´La Nueva.´ de cara al 24 de marzo”, el titular del medio, Gustavo Elías, quien pocos días atrás acababa de censurar la edición impresa del periódico que dirige, afirma que en su empresa “no existe el menor espacio para la oscura intención de fomentar el arrebato de las libertades democráticas”.

Un analista debe agradecer cuando la sustancia de lo declarado contrasta en franca contradicción con lo que todo el público puede constatar a simple vista.  

Sin embargo, el artículo debe analizarse en un doble sentido: en su contenido literal y, en perspectiva ampliada, en razón de que quien lo escribe ocupa hoy un lugar de poder central en el entramado de conducción actual.

Elías hace un recorrido por su biografía y sus deseos de “dar trabajo”, vicio del discurso de quienes nos explotan. Dice que para el desarrollo de una dinámica empresarial -para él saludable- “sea posible es fundamental la existencia de un Estado que también funcione armónicamente. Y para que eso ocurre (sic) tiene que existir sobre la base de un sistema. Creo sinceramente que la democracia es el mejor de los sistemas para garantizar esas metas”.

Para este sector empresarial, los gobiernos de las características actuales (lo que ellos consideran “el estado”), formales, apenas representativos, vaciados de participación real –es decir, poco democráticos- y lleno de influencias de pocos poderosos, los recursos públicos son fundamentales para garantizar sus negocios y sus privilegios. Pagar un impuesto extraordinario no alcanza para reparar una política de precarización laboral sistemática, esquemas de desigualdad consolidados y gambetas impositivas. Los ricos se quejan de los “choriplaneros” pero, si tuvieran que confesar qué tan buenos empresarios son y cuánto arriesgan (ojalá algún día se publique cuánto se debe a los supuestos riesgos –que nunca corren- y cuánto a los salvatajes estatales), terminaríamos por descubrir que ellos son los verdaderos choricontratistas.

En un guiño que caracteriza con claridad los cambios culturales de la dirigencia actual respecto de la anterior, Elías sostiene que alguna vez le “dijeron que un empresario no sabe de historia justamente porque está ocupado construyéndola”. A un empresario lo definiría el “hacer cosas y al mismo tiempo propiciar que los demás las hagan”. Diana Julio y Vicente Massot hacían y sabían.

Luego de una serie de ambigüedades sobre “a quienes los avatares de nuestro recorrido como Nación les han provocado un enorme sufrimiento” Elías dice que su “sueño presente es que el diario de la ciudad y la región sea el noble territorio de discusión para definir un modelo de progreso”. Esto se haría sobre un sistema de valores morales y espirituales” a su vez con “el carácter decisivo de resolver lo material y generar el sustento que nos permita vivir dignamente en el marco de aquellos valores”.

Sin más, recupera la idea del paladín contra “el narcotráfico, el crimen organizado y cualquier otra actividad ilícita que le robe el futuro a nuestros hijos”. ¿Qué decir de los crímenes financieros? ¿Cabe señalarlos? ¿No es una de las principales causas del estado actual de las cosas? El encierro de perejiles no puede ser el fundamento de la construcción de un relato épico. Agrego, por sumar al debate sobre el progreso que nos propone nuestro pro hombre.

Luego del intento de despegue del pasado, la idea de pertenecer al firmamento local no le permite deshacerse del pegamento y aparece llanamente la reivindicación de ese pasado: “´La Nueva Provincia´ fue un verdadero pilar del desarrollo en esta región. La voluntad de su fundador y sus continuadores era apuntalar el progreso junto a su comunidad”. ¿Cómo? ¿Pero cómo?

Para Elías, “la decisión de aquellos que apoyaron y fueron funcionales desde las páginas del diario a la dictadura militar que tomó el poder entre 1976 y 1983 cometieron un enorme error histórico y un fallo moral de una gravedad mayúscula”. La memoria del pueblo puede responder esto desde su voz histórica y sus cantos en la calle: “no hubo errores”.

No se puede condenar a La Nueva Provincia, parte integrante y actor fundamental del genocidio en el sur de Argentina y a su vez reivindicarla como actor social: por ser un actor social hegemónico tuvo ese rol central en la dictadura. No se puede separar. En el fondo, para este empresariado que busca el lifting social, los efectores del genocidio apenas incurrieron en un error. No acompañaron, fueron parte necesaria y llevaron a cabo el proyecto, junto a otros actores civiles, clericales y militares.  

Saliendo ahora del contenido del artículo, desde que, en noviembre del año pasado, Elías asumió como presidente de la Unión Industrial de Bahía Blanca (fungió como vicepresidente durante tres mandatos anteriores) éste comenzó una nueva etapa de su aventura política. Hubo el comienzo de una búsqueda de cambio de imagen. Hasta entonces, el referente empresarial se mostraba reticente a aparecer mediáticamente. Se le conocían pocas entrevistas en las que, fiel a la filosofía del empresariado contemporáneo, marca gestualmente a su entrevistado qué sí y qué no. Además de elegir personas bajo su influencia como interlocutores.

En los últimos meses, en cambio, ha comenzado a ser protagonista de puestas en escena criollas que buscan posicionarlo como un hombre de diálogo y consensos hacia la ciudadanía -con su aparato mediático de confección victoriana, en pleno siglo XXI. Por ejemplo, la misma noche en que asumió su cargo, pasó por el programa de televisión La Brújula TV, ansioso y vehemente. La construcción de la idea del paladín del progreso, es decir, del modelo económico hegemónico, no podía esperar.

En esa línea de construcción de relato, resulta inolvidable cómo, en diciembre del año pasado, parte de la dirigencia cegetista local lo recibió en su casa, cobijando también al intendente, el jefe de la oposición y rectores de universidades públicas para rubricar nuevamente la fórmula de la dirigencia local: el anuncio del anuncio de lo que será anunciado en donde nada concreto puede constatarse. A uno le dio un poco de cosa que la central obrera bese el anillo de quien, pocos meses atrás, despidió ¡nada menos que un primero de mayo! a todos los obreros gráficos del matutino. “La memoria pincha hasta sangrar”, dice la canción. Hay a quienes la amnesia les sienta bien.

Curiosamente, la dirigencia política no habla públicamente de este empresario, aunque debe ser el referente de la pseudo burguesía local más nombrado en mesas de café y encuentros informales: el miedo no es gratuito y cala más profundo que los intentos de la tecno ciencia contemporáneos, como los chips subcutáneos. “Cada cual tiene un trip en el bocho”, y en la ciudad de Bahía Blanca el miedo a La Nueva, se reconozca o no, es algo que atraviesa a la dirigencia política. No es parte del pasado.

Claro que no es lo mismo y ninguna época histórica es comparable: no es el miedo a que la familia Massot te mande a reventar la casa o a que asesine a obreros gráficos: es el miedo a que no te llamen más, a que desaparezcas de la agenda publicada. Esto ya ocurrió con la oposición en el legislativo local, en un período en que la jefa política de ese espacio con casi la mitad de los votos no era publicada. ¿Y la democracia? ¿No requiere que se escuchen todas las voces? ¿No requiere al menos el gesto de su mímica?

Peor que el miedo, para las personas que se auto proponen dirigir a la sociedad, son el cholulismo y el oportunismo. Hay dirigentes que se mueren de ganas –incluso de izquierda- de salir en la foto (hoy en un vivo) con algún editorialista de La Nueva o de La Brújula. Lo curioso no es que se hable en/con los medios que representan y construyen el proyecto de poder económico, social y cultural local –con su correlato de pobreza estructural, desempleo, violencias, etc.-. Como cualquier dirigente sabe, es preciso hablar hacia todos los actores existentes. Lo curioso es que asiste allí a una suerte de ceremonia de aceptación social hegemónica (“yo también soy aceptado y salgo acá”) sin que los iniciados se animen a plantear ningún elemento crítico de fondo –solo la superficialidad de lo permitido- y sobre todo, sin decir una palabra de todo lo que se dice en los café y en los pasillos acerca de ese medio, del modelo de concentración, del proyecto economía política que representa Gustavo Elías y del propio Gustavo Elías como “empresario” y como articulador de las tramoyas del poder regional.  

Con Vicente Massot había un “de eso no se habla” porque la sola posibilidad de que este sujeto ejerciera poder contra un actor político causaba autocensura. Se hablaba en pasillos; se hablaba por lo bajo, que es peor que no hablar. Llevar al ámbito del susurro aquello que pertenece a la órbita de lo público le asigna una relevancia insoslayable.

De Gustavo Elías tampoco se habla públicamente. Tiene “el diario”. Todo el mundo habla entre pasillos y todo el mundo busca despegarse –entre pasillos-. Sin embargo, nadie quiere ejercer las críticas públicamente. De Elías, públicamente, no se habla.

Lo mismo ocurría, muy pocos años atrás, con la figura de Néstor Luis Montessanti. Por lo bajo, el mundillo liberal sugería que el referente de la carrera de derecho ya no les representaba pero si no fuera por la militancia que sostuvo la memoria y acción políticas y judiciales, hoy podría seguir transitando por los pasillos desmemoriados de la Universidad Nacional del Sur. No era imposible lograr que ya no ejerciera poder a través del miedo: había que hablar, hablar y hablar. Había que hacer de la memoria un hecho político sustancial. Gracias a la militancia –que hoy espera además una sentencia en el marco de los crímenes cometidos por la Triple A- sabemos que las cosas no tienen que ser como los poderosos nos plantean y que hay que descolonizarse el cuerpo y las ideas. No aceptamos su poder sobre nosotres.

¿Por qué no se puede con las figuras que en la actualidad detentan el poder local? No habrá democracia si el ámbito de lo público guarda espacios oscuros sobre los que todos los actores (o casi todos) ponen el cuerpo para mantener la sombra.

A 45 años del golpe, ha quedado claro el plan sistemático de terror. Pero ese plan sistemático tuvo un objetivo: el modelo económico y cultural que la democracia formal no dio por tierra. Esta Bahía Blanca con altísimos grados de exclusión no es el resultado de una fatalidad: es ni más ni menos que la configuración de las desigualdades que –con el modelo liberal de Martínez de Hoz como horizonte- fueron y son construidos políticamente desde el poder real.

Una economía que no piensa en su comunidad y que se construye en torno al proyecto de trasnacionales emplazadas en derredor del polo petroquímico es la herencia del proyecto económico liberal construido a través del genocidio.

La nota de opinión del dueño de La Nueva quiso bajarnos línea respecto de en qué se diferencia el pasquín de la actualidad con el pasquín de la marina. Pero ¿en qué se parecen? ¿Acaso en ser el órgano de prensa del poder económico y desplegar un proyecto culturar hegemónico para la ciudad? ¿Acaso en concentrar la información y utilizar el medio para imponer temas que juegan en la política y la economía local?

La Nueva y la Unión Industrial despliegan un proyecto político, económico y cultural heredero de aquel proyecto que el conjunto de las fuerzas democráticas repudiamos (o que se supone que repudiamos). ¿Por qué aceptamos el instrumento de ese proyecto? Como propone la niñez para entender su mundo siempre cabe repetir y repetir la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué?

A veces, para conjurar el presente hace falta recurrir a la historia, abrir los ojos y ver que estamos rodeados de fantasmas que nos hablan y que nos guían. Digo: Rodolfo Walsh. Cabe decir, Rodolfo Walsh. Cabe señalar que la dignidad es una posibilidad para el aquí y para el ahora y que se puede construir ya un modelo social que nos quite el asco de encima, de los cuerpos y de los sentidos; esa costumbre de ejercer el poder en lugar de la conciencia.

Como síntesis, algunas preguntas que todes podemos ensayar, buscándonos. ¿Cómo describiríamos hoy lo que ocurre en la ciudad, si tuviéramos que escribirle una carta a Rodolfo? ¿Con cuántos horrores convivimos? ¿Quiénes son responsables? ¿Qué hacemos para cambiarlo?

Seguramente las respuestas no estarán publicadas en La Nueva.

Foto: Agencia Paco Urondo