La Cultura en la cornisa (Nota I)

(Por Luis Ponte) Con el título ¿Hacia dónde va la cultura?, el docente e investigador argentino Guillermo Mastrini (*) publicó esta semana en el portal periodístico LetraP un artículo donde expresa su mirada sobre el proyecto de ley de mecenazgo cultural que el gobierno nacional acaba de presentar en el Congreso.

El objetivo de esta ley es que las empresas financien proyectos culturales a cambio de reducciones impositivas”. Con lo cual,  dice Mastrini, “el Estado cede la iniciativa a la inversión privada para que ésta defina cuáles son los proyectos que merecen ser financiados.”

Remarca que “es éste el primer anuncio importante en el área de cultura, luego de 10 meses de gobierno” (de la Alianza formada por el PRO, la UCR y la Coalición Cívica). Y aquí, nos permitimos completar que las informaciones previas relacionadas con esta cartera tuvieron que ver con los despidos de cientos de trabajadores en ese Ministerio; los piedrazos sufridos por esos mismos trabajadores desde balcones del Barrio Recoleta, cuando marchaban en reclamo de sus fuentes de trabajo; el cargo de asesora de la novia del propio Ministro de Cultura Avelutto negado primero, pero confirmado finalmente por el periodista Alejandro Bercovich (C5N);  más despidos y el cierre del CCK por auditorías y supuestas fallas edilicias, mientras se lo recibía y homenajeaba allí a Obama con cortes y quebradas; las protestas aún desoídas de miles de alumnos y profesores de música en todo el país, por el cierre de las Orquestas infantojuveniles del Bicentenario, y más.

Este “detalle de malas noticias” viene a cuento no sólo por el hecho de ejercer el santo oficio de la memoria, sino también, para enmarcar que la presentación de este proyecto de ley, viene precedido de una serie de hechos y dichos para nada casuales ni ingenuos, que lo enmarcan en algo que varias columnas atrás describimos como un “clima de época”.

Como dice el autor con otras palabras “hay que reconocer que el proyecto de ley de mecenazgo resulta coherente con un gobierno que desde el Estado procura ceder la iniciativa al sector privado. Si la política energética ha quedado en manos de un ex CEO de una multinacional petrolera, no debería resultar extraño que la política cultural esté a cargo de un ex directivo de Penguin Random House, la mayor editorial del mundo.”

Cuando el Ministro de Cultura remarca que – transcribe Mastrini – “su colega Prat Gay entendió el sentido estratégico que tiene este proyecto porque el dinero no pasa por el Estado, la empresa lo deposita en la cuenta del artista”, nos queda poco margen de dudas acerca del encuadre y los objetivos a los que apunta la ley de mecenazgo cultural “marca Cambiemos”.

Pero a esta altura, hay que hacer foco también en las opiniones de aquellos que sentados en los confortables sillones del sentido común, aprueban que la empresa privada sume su aporte económico a la actividad cultural que el Estado debe gestionar y financiar.

Prácticas que, instaladas en el tiempo, se naturalizan e invisibilizan las verdaderas causas del uso de las mismas (falta de presupuesto, o de imaginación y/o de voluntad y/o de inoperancia del funcionario de turno; intereses creados, convalidaciones varias, o todo eso a la vez), ni mucho menos, en las consecuencias negativas que acarrean para una – de haberla, claro – política de Estado en Cultura.

Por eso nos preguntamos con el autor “para qué sirve una política cultural y cuál debe ser su orientación. Una parte de la cultura ya forma parte de una estructura mercantil en la que los capitales son invertidos, con dispar suerte cabe aclarar, para obtener una ganancia. Está directamente vinculada con la televisión, las cadenas radiales, la industria musical internacional, las grandes producciones hollywoodenses y el mercado del libro. Pero la industria cultural absorbe sólo una pequeña parte de la producción cultural. En paralelo, museos, bellas artes, pequeñas producciones editoriales, musicales y cinematográficas requieren de ayudas económicas para poder subsistir. La acción del Estado resulta decisiva para promover una oferta cultural diversa, federal, y más aún para estimular el acceso a los bienes simbólicos. Supone expandir los límites del mercado, tomar riesgos, promover vanguardias y valores culturales populares de reducida escala mercantil.”

Obviamente las empresas quieren el mayor rédito posible. Está en su ADN. Por lo tanto, respaldarán las propuestas culturales consolidadas, y/o aquellas que les sirve para mejorar su imagen. Lo cual, dice el autor, “va de la mano de varias amenazas contra la política cultural.  Como el desfinanciamiento público”.

También advierte al estudiar las limitaciones de estas políticas de mecenazgo qué sucede cuando se aplican en sociedades con una estructura social fragmentada y desigual como las nuestras.

Y pone, para ello, el ejemplo concreto del Brasil de Collor de Melo de los años ‘90s. Donde, una vez implementada la ley de mecenazgo, el financiamiento mostró un aumento de la inversión y las fuentes de trabajo al costo de concentraciones marcadas sobre tres tipos de beneficiarios:  a) ramas culturales específicas como el cine, el teatro y el ballet; b) sectores culturales con estrecha llegada a los círculos empresariales y c) una alta concentración de la producción cultural en los grandes centros urbanos de San Pablo y Río de Janeiro, en desmedro de zonas más desfavorecidas.

Con un Estado ausente y en retirada en casi todas las áreas, incluida la Cultura, cercenado por decisiones políticas que más tienen que ver con una larga, paciente  y nutrida construcción de lugares comunes a través del juego de intercambios entre medios masivos y hegemónicos  y  sus públicos consumidores, queda un terreno fértil para la restauración (elección de término no casual) de que lo privado motoriza todo.

Poco margen queda entre lo que define el mercado a través de las Industrias Culturales y lo que le resta un Estado que cede gran parte de sus iniciativas al sector privado, para todos aquellos sectores con una producción simbólica difícil de guiarse exclusivamente por la lógica de la ganancia”.

 Tema de nuestra segunda nota, la semana próxima.