Postales de Chile #1: Valparaíso, la verdad que no sé

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(Por Astor Vitali) Valparaíso está convulsionada. Tiene la densidad poblacional de Bahía Blanca. Se desarrolló como centro portuario. Tiene el centro plano, una calle principal, avenida y muy amplia, basada en seis filas interminables de puesteros que venden barato: ropa, desodorantes, lentes, empanadas, pilas, linternas, chucherías, cosas para resolver la existencia al paso y bajo costo.

En Chile todo es servicio: la producción de cosas, la manufactura, apenas recuerdo lejano, aplastado por la bota del pinochetismo y la imposición de un modelo espejado deforme. Un espejo que deforma, mejor dicho: un Chile rico, vestido de progreso liberal de un lado frente al Chile hambriento en el que la riqueza no “derrama” más que balas y carabineros.

A diferencia del centro, la mayoría de la población vive sobre los cerros, en terrenos y calles que requieren de piernas fuertes para la subida a pie; primeras y frenos acondicionados para la andanza en automóvil. Para facilitar el transitar, se dispone de elevadores cada tantas cuadras, de los que se sale al centro a través de unos túneles cuyas paredes transpiran y chorrean agua sobre unos surcos laterales. La iluminación transporta la imaginación del viajero y el freso y la humedad le recuerdan a uno la vulnerabilidad de sus pulmones. Al final del túnel, como todo en Chile al final de cualquier cosa, una boletería espera por su pago y un molinete permite el paso a quienes pagan. Todo en Chile supone un billete; o peor, como contrapartida, todo en Chile supone que quien no posea forma de pago está afuera de Chile, pero adentro.

-Acá fue peor porque tenemos el congreso nacional y las protestas llevan 45 días en que todos los días hay saqueos, robos. Hay una calle que se llama calle Condell, si tu vas por Pedro Montt, vas a ver todas las tiendas tapeadas, cerradas con láminas de acero inoxidable, que tienen una sola puerta pequeña donde tú puedes entrar. Todo el resto es como una ciudad del futuro… como Mad Max.

El nivel de desempleo aumenta y Esteban encuentra la responsabilidad en los desposeídos que protestan en lugar de ubicarla en las políticas económicas de los desposeedores que dejaron sin nada a quienes protestan porque no tienen nada.

Esteban, amable, servicial, el único mozo-gerente que quedó en una bonita y vacía parrilla céntrica, lamenta el actual estado de cosas.

-¿Qué opina del reclamo por una nueva constitución?

-Para mí es una equivocación del pueblo. Porque el pueblo quiere libertad. La libertad termina cuando transgreden mis derechos. Están viendo los derechos de ellos, no los míos. Hay mucha gente que tiene muchos intereses creados, en el gobierno. La que viene desde Pinochet hasta Piñera es más o menos equilibrada.

Esteban y su esposa hacen colaciones los sábados, en su casa, para “solventar los gastos”. Hasta hace unos meses ganaba 500.000 pesos chilenos. Su patrón despidió a dos trabajadores. En cambio, él pudo conservar su puesto de trabajo pero su patrón “se vio obligado” a reducir su salario a 250.000 pesos (la mitad, es decir, unos 19 mil pesos argentinos –pero con menor poder adquisitivo).

-Cuando empezó el conflicto en Santiago estaban reclamando por algo justo. Lo que no nos parece bien es el destrozo porque va en desmedro del trabajador. Si se quiere luchar contra el capitalismo, que se luche contra el capitalismo pero que no utilicen el trabajo de la gente común. Por ejemplo, en el rubro nuestro (gastronomía) bajó casi el 75 por ciento la afluencia de público.

Pegado a Valparaíso está Viña del Mar. Allí la cosa transcurre más turísticamente. En las playas hay gentes que bajaron de sus autos y turístas a los que las banderas chilenas pintadas de negro les resulta una curiosidad. Al aire libre, llenos de arena, preservados de las protestas, el turismo cacarea torsos depilados y jornadas en el gym sobre el pacífico y otros planes de quienes pueden hacer planes.

Sobre las horas de la tarde y tarde noche, los conflictos recrudecen. El centro de Valparaiso muestra una realidad que atraviesa varios centros urbanos: unas minorías presentes sostienen el conflicto, piden unas monedas a los transeúntes para aguantar la comida y esperan incólumes los enfrentamientos que tocarán durante ese día: los carabineros aparecerán con sus camiones blindados y atacarán a quienes puedan de la manera más vil. El diario dirá: maniobras disuasorias. A uno le parece más bien el pan suyo de cada día. Un ejército de desclasados gozando de la tortura.

La escena es contrastante: por las calles céntricas, algunos chilenos deciden tomarse unos chops y comer algo hablando como si nada. Necesitan mostrar que todo está normal. Pero una corrida les tensa las tripas. Pasa. Vuelven a la “normalidad”. Unos turistas preguntan por comidas típicas. De rato en rato, carabineros y pueblo corren el foco de los enfrentamientos unas cuadras más allá o más acá.

Nadie está tranquilo. Todos saben que la cosa así no va más. Quienes militan, permanecen en las calles. Muchos no creen en los partidos ni en las reformas: quieren que cambien las cosas pero no saben cómo. La izquierda clásica habla de las desigualdades en el congreso. La izquierda clásica habla. Nadie conduce. Los empresarios aprovechan para ajustar. El comercio sufre. El libre comercio aún está en pie.

Al finalizar el día, se me ocurre preguntarle a un taxista:

¿Cómo vive un laburante promedio en Chile?

-No sé cómo vive. La verdad que no sé.

 

Fotos: María Florencia Laiuppa