El momento de los límites

(Por Astor Vitali) Hay un intento de correr los límites de los acuerdos a los que la sociedad argentina ha llegado. Es un intento amparado en discursos que, hace pocos años, nadie hubiera pensado que podían tomar encarnadura en países de las dimensiones como Brasil. Uno de esos elementos es el retorno del militarismo, instaurado por estos días por el ex presidente Eduardo Duhalde.

Duhalde opinó “lo ridículo que suena que piensen que va a haber elecciones. No va haber elecciones. Tenemos un record. Entre el 30 y el 83 catorce presidente militares. Quien ignore hoy que el militarismo se está poniendo nuevamente de pie en América es porque no conoce lo que está pasando. O no sabemos que Brasil es un gobierno democrático cívico militar (sic). Sabemos lo que es Venezuela. Sabemos lo que es Bolivia. Sabemos que Chile… no sabemos quién porque son las redes y los movimientos han puesto de espalda al gobierno y quedan nada más como factor de poder los carabineros, como antes y el ejército. Entonces, no va a haber elecciones. No va a haber elecciones. Para que haya elecciones tienen que ser unas elecciones consensuadas”.

Lo primero que hay que decir es que no se trata de exabrupto. Lo dijo durante días en distintos medios. Afortunadamente, el Jefe del Estado Mayor Conjunto salió a cuestionar las declaraciones. Y afortunadamente la democracia argentina está bastante más sólida, en cuanto a sistema de gobierno, que lo que unas minorías pretenden.

Pero lo que no cabe es descartar que, si bien es marginal, hay los que trabajan para generar clima, ir construyendo en un sentido. Que sea marginal no quiere decir que sea inexistente, por lo que, cabe (urge) poner límites claros desde el conjunto de la dirigencia.

Duhalde se basa, en su discurso, en que se va deteriorando el sistema de representación sobre la base de la falta de instrumentos para discutir acuerdos a largo plazo y que la acumulación de descontentos “puede terminar en una especie de guerra civil” sumado a una sociedad en donde se hace más visible “el avance espectacular de las adicciones”. Frente a esto “aparecen los salvadores”, en referencia a los modelos del tipo Bolsonaro.

Desde la presidencia de Menem, se ha sostenido que el partido militar se había terminado en Argentina por el simple hecho de la disminución de los recursos asignados. Por otra parte, el duro golpe simbólico que significó la pelea del movimiento por los derechos humanos en Argentina que devino juicios por la verdad, dieron la sensación de que la publicidad de la verdad sobre el horror que protagonizaron las fuerzas armadas -un horror puesto al servicio de los poderosos- hacían que la institución militar quedara desprestigiada.

Según una encuesta que citó Duhalde, las fuerzas militares serían de las que mejor calificación reciben por parte de la opinión pública.

Es por esto que hay una responsabilidad muy grande de la dirigencia política actual que considera el sistema democrático un ordenamiento social capaz de interpretar la voluntad popular. Hay, por un lado, quienes insisten permanentemente en horadar esa representación porque sus intereses económicos tendrían mucha mayor capacidad de operación sin los escasos controles de este sistema. Pero también hay, por otro lado, la necesidad de que la dirigencia política interprete el riesgo del bolsonarismo como fenómeno y construya espacios de participación real (más allá del momento electoral) para dar vida concreta a la letra muerta de la normativa democrática.

La pregunta es: ¿consideramos que es reversible la falta de participación y de representatividad? Uno cree que la política sigue teniendo la capacidad de enamorar, si estuviera dispuesta a hacerlo. Que para eso no se puede vivir en un sistema de partidos de los amigos de los principales empresarios sino que debe haber un acercamiento a la enorme cantidad de ciudadanos y de ciudadanas que participan de millares de instancias media (comedores, educación formal e informal, salud, sociedades de fomento, instituciones deportivas, espacios culturales, etc.)

Y si es posible dar un contenido real a la cáscara formal de la práctica democrática: ¿qué se está haciendo y qué falta hacer?

Es cierto que hay sectores que buscan mostrar la democracia como un sistema inútil y que sus negocios serían más fáciles de llevar adelante en caso de desarrollarse bajo un gobierno de tipo autoritario. Lo que los sectores populares debemos tener en claro, es que, por más tentados que se puedan sentir algunos por personajes de este tipo (mesiánicos, autoritarios, mano dura) no hay lugar ni capacidad de juego en un esquema de esas características para las organizaciones populares. Sólo habrá lugar para quienes tengan mayor capacidad de recursos económicos y busquen disciplinar con consenso social a quienes luchan.

Para defender la democracia es preciso adoptar el camino de profundizarla, otorgando más poder a las organizaciones y construyendo más instituciones, dentro del sistema de representatividad, en el que tenga lugar la ciudadanía, la gente de a pie, aquellos y aquellas que luchan a diario activamente y muchas veces no tienen el reconocimiento debido por parte del marco actualmente instituido.