Entre el asociacionismo, el mercado y el Estado: una historia cultural de Bahía Blanca

Juliana López Pascual y Ana Vidal integran la Cátedra de Historia del Arte y la Cultura de la UNS y el Centro de Estudios Regionales Profesor Félix Weinberg. En el marco del ciclo ‘Entresiglos’, compartieron un recorrido que reconstruye más de un siglo de historia cultural bahiense, atravesada por disputas, continuidades y transformaciones.

“La cultura no funciona en una burbuja, forma parte de aquello que los ciudadanos hacemos todos los días y que nos permea”, sostuvo López Pascual.

Con esa premisa metodológica, las investigadoras -junto a Nieves Agesta- eligieron como punto de partida la primera modernización de la ciudad hacia fines del siglo XIX, entendiendo lo cultural como inseparable de los procesos políticos, sociales y económicos.

El relato histórico que reconstruyen avanza hacia la primera mitad del siglo XX, cuando la cultura comienza a consolidar espacios de profesionalización y el Estado asume un rol cada vez más activo.

“Ya en los ‘40, ‘46, incluso antes de que acá se consolide un gobierno justicialista elegido de manera constitucional, hay una lógica que va a ser compartida con los gobiernos siguientes, la lógica de que el estado municipal tiene algo que decir y tiene algo que programar en la cultura local”, subrayó López Pascual, en referencia a la creación de la Comisión Municipal de Cultura y luego de la Secretaría de Cultura.

Uno de los hitos fundacionales señalados es la creación de la Biblioteca Rivadavia en 1882, que permitió visualizar el entramado de asociaciones civiles, clubes e instituciones políticas que tejieron los primeros proyectos culturales modernos. “Lo estatal fue una demanda desde el inicio y en algún momento llega a construirse una institucionalidad estatal, pero que no desconoce para nada sino que parte de ese asociacionismo, esa es una de las hipótesis que manejamos, pensar que lo que sucede en términos de política pública estatal, cultural, de ninguna manera está aislado del asociacionismo, está en permanente diálogo con el trabajo de la sociedad civil”, explicó Vidal, resaltando la interacción constante entre sociedad civil y Estado en la construcción de políticas culturales.

Esa misma década también consolidó la idea de Bahía Blanca como cabeza regional y capital cultural. “Los primeros registros que vamos a encontrar en términos de documentación salen del terreno cultural, es decir, son intelectuales, entre ellos, se destaca claramente Domingo Pronsato porque es el estereotipo del intelectual preocupado por la región. Y van a empezar, a partir de los ‘40, todavía pensando en la posibilidad de que esto fuese la capital administrativa de una nueva provincia, la posibilidad de secesionarnos de la provincia de Buenos Aires y armar una provincia con salida al mar”.

Aunque la reorganización territorial del país frustró esa iniciativa, la ciudad reorientó su búsqueda de centralidad en torno a la universidad, el ballet, la orquesta y los proyectos portuarios.

En los años 70, el clima de radicalización política impactó de lleno en el campo cultural. “Una de las disputas era quiénes son los hacedores de la cultura: ¿una elite profesional o también los sectores populares que no tenían voz?”, señalaron las investigadoras.

El Teatro Municipal se convirtió entonces en escenario de tensiones: mientras sostenía la pauta de la cultura clásica y universalizante, grupos locales, teatrales y barriales buscaban visibilizar sus voces, articuladas a proyectos de izquierda y horizontes revolucionarios.

Finalmente, las especialistas resaltan el papel de las artes en esos primeros tramos: el teatro, con el surgimiento del Don Bosco y agrupaciones locales, y la música, ligada a los conservatorios privados y al mercado de las ejecuciones en vivo. Estas expresiones muestran cómo la ciudad fue construyendo un campo cultural propio en diálogo con la política y la economía.

La investigación de López Pascual, Vidal y Agesta revela así un arco temporal que va de 1882 a 2014, mostrando que la historia cultural bahiense no puede entenderse sin el cruce entre asociacionismo, Estado y mercado, ni sin las disputas por el sentido de lo cultural en cada época. Entre avances y retrocesos, la ciudad construyó una identidad cultural atravesada por la política, la economía y las luchas sociales.

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