Está en riesgo la propiedad comunitaria (por concurso violento de la privada)

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(Por Astor Vitali) Salgo a caminar para reconocer este tiempo y esta tierra luego de un año de aislamiento y distanciamiento. Uno cubre periodísticamente aquello a lo que se denomina “la realidad” desde el estudio de radio y habla con les protagonistas y va tomando nota. Pero pisar el suelo es convertir el cuerpo en un sensor infalible de la metamorfosis urbana. A esta altura del año, puedo decir, sin dudar ni regodearme en un gran descubrimiento, que sí, que están avanzando ilimitadamente; es como Casa tomada de Cortázar pero ahora es la ciudad la que se ve amenazada por un inmenso monstruo que domina todo (hasta la cultura): así que sí, está en riesgo la propiedad comunitaria.

Durante todo el año sufrimos sistemáticamente la contaminación sonora, a modo de mantras elaborados por las usinas de los monjes negros del capitalismo argentino, que rezaban: “está en riesgo la propiedad privada”. Se trata de una constatación más de la victoria de la opinión sobre el pensamiento. No importaba mucho –o nada- de qué se discutía ni en base a qué datos ni si en efecto lo que ocurría era todo lo contrario. Lo fáctico es un detalle innecesario para la militancia de la tontera. El existencialismo está en oferta y los vacíos de la mentalidad media contemporánea se llenan de colesterol argumentativo. “Está en riesgo la propiedad privada”, repetían.

Volviendo a la caminata, en un momento me encuento ingresando al Parque de Mayo por el camino que se origina en el Paseo de las Esculturas. Veo un bebedero muy pro, tuneado por la firma de la farmacia Lipstein: les aseguro que me estremeció. Otra vez el sector privado en medio de lo público. Y digo otra vez porque este fue un año signado por ese debate, un tanto sordo.

Algunas realidades constatables. El gobierno de Juntos por el Cambio sub ejecutó el presupuesto municipal en áreas sensibles como acción social y cultura. En Salud –en medio de la pandemia- no invirtió todo lo que podría y de hecho mantuvo a les profesionales en carácter de voluntaries, por ejemplo, en el sistema del 147. Es decir: achicaron lo público. No se puede decir que el estado “no logró” llegar a la comunidad sino que es perfectamente adecuado decir que el gobierno decidió no ejecutar fondos disponibles en medio de la desesperación.

Mientras tanto, el mismo gobierno impuso, a través del sistema de medios oficiales, algunos temas para favorecer al sector privado. Decimos sistema de medios oficiales porque se gastaron mucho más millones de pesos en dicho esquema que en la propia emergencia sanitaria. Son datos constatables. Entonces, a través de ese sistema de medio traficaron temas que no estaban en la agenda social. Por ejemplo, y uno muy importante en términos de recursos económicos, la privatización del sistema de recolección. Nuevamente, los amigos en el gobierno para hacer negocios. Los verdaderos chori-contratistas que reciben del estado y que nunca arriesgan con las reglas del liberalismo serio. Son ellos los que viven del estado.

Luego, en medio de la pandemia, Gay expulsó a organizaciones, que trabajan con lo social y lo cultural, del mercado municipal Eugenio Martínez para hacer un polo gastronómico e insiste con la destrucción de la Plaza del Sol/De la Resistencia y la Memoria/Lavalle para dar paso al capricho de la cochera subterránea que promueve un privado. Nuevamente, utilizando el estado en favor de intereses privados, no sociales.

El gobierno de Héctor Gay tiene como estandarte la bandera de la co gestión público privada (otro mantra). Sin embargo, no se trata de eso ni siquiera: se trata de la utilización de lo público para  rédito de unos pocos pseudo empresarios. Que es otra cosa. Todo esto al mismo tiempo que sub ejecutan las áreas más sensibles. ¡No se puede no ligar la subejecución de presupuesto en medio de la pandemia, con veinte mil nuevos pobres, con esta política de beneficiar al sector privado! ¡No se puede no ligar! Lo más raro del equilibrio democrático es que no siempre desde las oposiciones hay un criterio que se diferencie de manera tajante respecto de esta idea constatablemente antipopular de beneficio de lo privado a través de lo público. Nunca ganó la población con ello. Los efectos concretos de la aplicación del mantra “público privado” siempre redundan en beneficio para las empresas -invirtiendo nada, en términos relativos- y ganando en materia de publicidad y legitimación social. Lo que dejan socialmente siempre es pasajero y está pensado al revés: no desde la comunidad y desde sus necesidades sino desde los objetivos de “responsabilidad social empresaria” (el más chistoso de los mantras) y en el marco de una visión de acumulación económica. La publicidad sigue siendo un arte de la expansión capitalista.  

Pero el problema de mayor profundidad que subyace en el anverso de la fiesta de la hegemonía de liberalismo mentiroso no la encontramos en las acciones concretas del gobierno de Juntos por el Cambio ni en los elementos señalados: polo gastronómico, piquetes empresariales que nos van cerrando las calles, etc. El problema de fondo es la profunda colonización mental.

Han pasado las fiestas. Las fiestas en medio de la pandemia, con algún grado de relajación por parte de la población y campañas de concientización insuficientes por parte de todos los estamentos del estado. La recomendación era estar al aire libre.

¿Vos te acordás las fiestas con tus abuelos, con tus abuelas, en los barrios, en los clubes, en los pueblos, con los banderines, las lucecitas y las mesas en la calle? ¿Por qué es que en medio de esta situación tan particular no se nos ocurrió, como población, que el espacio comunitario es nuestro y no privado? ¿Por qué terminamos, con un clima apacible al aire libre, en muchas casas que no tienen patio amontonades adentro con la puerta abierta, cagándose de calor? ¿Por qué no la mesa en la calle y el distanciamiento? ¿Por qué no la navidad en el espacio comunitario, en el espacio público? Habría sido, por cierto, una actitud cristiana.

A esa altura del año, de la pandemia y de las políticas aplicadas a nivel municipal; del coro desafinado que ha gritado durante el año “está en juego la propiedad privada” y otras yerbas, a uno no le preocupa tanto la tontera de esas opiniones impuestas por el sistema de medios oficial, que no revisten carácter de pensamiento, sino más bien la colonización cultural manijeada. Preocupa la batalla ideológica de fondo. ¿Por qué no se no nos ocurrió estar afuera, en la calle, en el espacio comunitario? ¿Y por qué terminamos por aceptar cada vez más contaminación visual, cada vez más propaganda empresarial que no pone y no puso un mango en medio de la pandemia –queda el debate por la tasa especial-, por qué vamos aceptando todo esto y decimos “está en juego la propiedad privada” cuando en la actualidad no hay nada más ratificado que los intereses privados a través del usufructo del estado.

¡No! Si hay algo que no está en juego –lamentablemente, muy a nuestro pesar (teléfono para la AFI)- es la propiedad privada. Pero lamentablemente está en jaque la propiedad comunitaria –y dependerá de nuestra inteligencia para organizarnos que no se trate de jaque mate.