Estupidez política y pobreza económica
(Por Astor Vitali) Ayer se cumplieron tres años del anuncio de las medidas de aislamiento por parte de Alberto Fernández en el contexto de pandemia. Han cambiado muchas cosas y a su vez no ha cambiado nada. Esta sensación de haber viajado a la velocidad de la luz y de permanecer a la vez en el mismo lugar hace necesario sacar la lupa de la cosa pequeña, de la cosa diaria –que es lo que da la sensación de que todo se mueve- y ponerla en las estructuras que nos fijan en un sitio.
La estupidez política acompañada de pobreza estructural es una receta que viene garantizando que no podamos movernos de lugar.
Cuando parece que aparece la inteligencia, es solo eso, una apariencia. Parece que aparece. Durante aquellos dos primeros meses, durante la situación más ruda, la dirigencia política adoptó una pose dialoguista intentando transmitir que, ante el horror que suponía el potencial desastre sanitario en puertas, lo prioritario era población.
El estado mostró además capacidades de las que ahora parece carecer: tratar de traer a la superficie a los caídos del mapa. El anuncio de los subsidios IFE tuvo un impacto relevante y yo recuerdo, con cierta conmoción, una declaración de una vecina a esta radio: “fue la primera vez que sentí que alguien se acordó de mí”. Es decir, fue la primera vez que hubo una especie de conciencia de la existencia de que uno que no tiene nada es también sujeto de derecho y no solo los que “pagan sus impuestos” o pueden comprar ciudadanía.
Tanto la altura política para dirimir diferencias (tan solo sea no vivir descalificando a los gritos en televisión a diario y proponer salidas, por mediocres que resultaren) como la presencia del estado duraron unos pocos meses.
Pasamos de la foto entre Fernández, Larreta y Kiciloff hacia la foto del concurrido cumpleaños de la pareja del presidente –licuando cualquier estatura ética en un momento crítico-. Del otro lado, se pasó a la actitud violenta y ramplona de la derecha otrora intelectual que se alineó bajo la idea de la falta de libertad y se puso a combatir represores imaginarios, encuadrados en aquel documento cuyo título fue nada menos que “infectadura”.
Volvimos a la estupidez política.
La estupidez no es gratuita: la pagan los de abajo. Las de abajo, la pagan más caro.
Porque las desigualdades se acentuaron y para peor: se naturalizaron. El cinismo sin límites del capitalismo contemporáneo aprovechó el momento de mayor angustia masiva para avanzar con una reforma laboral de hecho en la que casi todos nuestros trabajos han sufrido modificaciones. No hace falta decir que lo que se modificó fue que ya nadie sabe cuándo comienza a trabajar y cuándo descansa, es decir, no hace falta decir que lo que cambió es para peor.
Lo que cambió es para peor en todo sentido. Desde el punto de vista remunerativo: trabajamos más tiempo y cobramos lo mismo. En realidad trabajamos más tiempo y cobramos menos por la pérdida de capacidad adquisitiva que nos ofrece a diario la economía argentina a quienes necesitamos trabajar para subsistir. (Porque este gobierno tampoco nos cuidó los salarios).
Pero no solo desde el punto de vista remunerativo: también y sobre todo desde el punto de vista de la salud mental. “El futuro llegó hace rato”, dice la canción. Y si salís a la calle y prestás atención, vas a ver a un enjambre de zombis enloquecidos por el estrés de llegar allá o acá, sacándose fotos para ser megusteados, llegando temprano para no perder una buena calificación en la aplicación, saliendo a correr para sostener su imagen, en definitiva, haciendo de todo porque siempre nos falta algo para llegar a cumplir el deseo de ya no sabemos quién. Lo que sabemos es que si no corremos sentimos que algo explota, que algo falta, que estamos en falta.
La calle está enloquecida y esto parece profundizarse en un sinfín donde el tiempo, la pausa, el abrazo, la sonrisa y sobre todo los trabajos que puedan ejercerse con calidad parecen un recuerdo de otro tiempo.
El mundo sigue girando y algunos se sienten más seguros en este vendaval. Notos pierdan. Unos pocos ganan. Los tipos que se hicieron ricos (y digo tipos porque en general son tipos) en medio de toda esta generación de estrés y de miseria: los Galperines. Pero también el sistema financiero que nunca actuó de manera tan desembozada como durante este período. Nos bancarizaron compulsivamente y lejos de registrarse por parte de esas empresas una actitud diferente, acorde a lo socialmente necesario, una postura solidaria, los hijos del dólar siguieron embolsando. Tenía razón la canción: “si nuestro sudor sirviera, ya habría algún sudoructo”.
A todo esto, pasados estos tres años, también estamos por llegar al final del gobierno del Frente de Todos. Con la discusión política fijada no en lo estructural sino en la nimiedad estúpida y el consiguiente resultado de fuerzas populares sin capacidad de articular una política común para mejorar su situación.
La estupidez política y el empobrecimiento nos encuentran nuevamente frente a la discusión de internas para votar al menos peor, sin un proyecto desde abajo hacia arriba que permita volver a soñar que se puede algo más que vivir balanceándonos entre la angustia del hambre o lo locura de la vida precaria.
Acá viene el lugar donde el editorialista levanta la cosa con un mensaje positivo. Sepan disculpar.
Si hubiera algún elemento de esperanza siempre está por abajo. Por ejemplo, ver acciones de solidaridad que se producen por doquier, siempre dese abajo. La gente de abajo es la que sostiene a la gente de abajo. Pero la gente de abajo no está interesada en lo que ofrece la política (que sigue siendo el lugar donde hasta el momento es posible tomar fuerza y rejuntar poder para transformar a escala social, no micro) y la dirigencia política insiste en ofrecer solo estupidez política.
Parce un círculo, no un espiral. Parece una maldición.
Ensayemos lo siguiente: si por arriba nos imponen miseria y que se salve quién pueda, enloquecernos en trabajos precarios, obsesiones por la calificación en aplicaciones y una vida corriendo, tal vez, por abajo tendríamos que tomarnos en serio distribuir la riqueza y oponer la solidaridad, plantarnos en la estabilidad y el respecto por las luchas de un movimiento obrero todavía con peso (y los CCT), dejar de mirar la vida por una pantalla y poner pausa a cualquier exigencia de respuesta inmediata y la necesidad de catalogar todo.
A la propuesta de sobrevivir apenas -y pasando malos ratos- opongamos momentos de despliegue de existencia plena.