Fundamentalismo cultural capitalista
(Por Astor Vitali) Así como la sociedad “sana” define como “locos” a quienes no adhieren al conjunto de “normalidades” definidas por los círculos de poder que imponen valores a las mayorías, el fundamentalismo capitalista excluye a quienes osen no adherir a las prácticas culturales impuestas por el modelo de consumo.
Según el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas, “todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural”. Sin embargo, los estados adherentes han desfinanciado a los órganos creados con el objetivo de garantizar los derechos culturales. De esta forma, la conducción de lo cultural queda en manos de lo privado.
Lo privado, en este contexto de capitalismo (siempre salvaje), se encuentra concentrado en las llamadas industrias culturales, que como todas las otras cosas, se manifiestan en su dimensión trasnacional. Es así que las producciones culturales que se consumen masivamente no están en manos soberanas de sus pueblos a través de sus instituciones y de sus estados sino que se encuentran en cabeza de los holdings que definen qué se consume y qué no.
La producción se encuentra concentrada en centros de confección cuyos objetivos están lejos de buscar garantizar los derechos culturales. Por el contrario, su objetivo es el lucro. En ello, la necesidad de homogeneizar y la vez segmentar públicos crean productos que destruyen el quehacer regional y así un niño argentino consume de igual manera que una niña japonesa un dibujito cuyo fin es el enriquecimiento económico de un grupo concentrado en lugar del enriquecimiento cultural de un pueblo.
Vulgarmente, uno ha escuchado empresarios referirse a quienes tenemos un pensamiento a su izquierda como “fundamentalistas”. “Vos porque sos un extremista”, también es un giro utilizado. Sin embargo, te invito a hacer el ejercicio de mirar en derredor tuyo durante un día. Sin duda, vas a notar el fundamentalismo cultural capitalista.
Así como los defensores de modelo occidental se horrorizan cuando un pibe les detiene unos segundos en una esquina con una expresión artística -sea por difusión cultural o por subsistencia-: ¿por qué no nos alarmamos por las pantallas luminosas que incandilantes que nos bombardean con publicidad privada? ¿Por qué no sentimos como una invasión el hecho de recibir publicidad en nuestro móvil sobre un producto del que hemos conversado con alguien durante el día, con el teléfono celular abierto?
El fundamentalismo cultural es implacable: cierra las puertas a toda expresión que no reproduzca sus valores y estigmatiza a quienes defendemos las expresiones artísticas con raigambre histórica popular. Si uno enciende las radios privadas de mayor alcance, se va a encontrar con que casi absolutamente toda la música que suena proviene de un acuerdo comercial con los sellos editores de alcance trasnacional. En cambio, la enorme producción discográfica elaborada en las regiones no tiene lugar en la grilla musical de esos medios, salvo en carácter de excepción. Esto constituye sin lugar a duda un mecanismo de censura. Los medios operan sobre frecuencias que son públicas pero con criterios de rédito privado.
A lo sumo, esa producción regional se presentará como un hecho exótico a un “artista local”. Hemos mencionado en más de una oportunidad desde estos micrófonos que no existe tal cosa. ¿Mozart vendría a ser un artista local de Salzburgo? ¿Silvio Rodríguez es un músico local de San Antoño de los Baños? ¿Astor Piazzolla era un artista local de Mar del Plata?
El arte es universal y los y las artistas viven en un lugar en determinado momento. Ponerles el mote de “locales” les restringe a un lugar como techo y es una política que privilegia a la producción realizada por las industrias culturales trasnacionales en detrimento de las expresiones artísticas genuinas de los pueblos.
Se trata de dos hechos de diferente naturaleza: la industria cultural es de naturaleza económica lucrativa, en cambio, las expresiones artísticas realizadas por los pueblos son de naturaleza cultural. En la actualidad, la desfinanciación de los organismos estatales que ofician como agencias de cultura deja a los pueblos inermes frente al fundamentalismo cultural capitalista.
Mientras las expresiones artísticas emanadas de las prácticas genuinas de los pueblos nos vamos defendiendo como podemos, algo encerradas en los círculos de la alternatividad sin lograr constituirnos en herramientas contrahegemónicas, el extremismo cultural capitalista barre con todo y está decidido a homogeneizar todo lo que deba homogeneizar para que su proyecto económico y cultural se imponga sin mayores recuerdos de un pasado en el que los públicos y los artistas tenían injerencia sobre los consumos culturales.
Sin duda, nunca hemos padecido un extremismo tan implacable.