Ingredientes del estofado electoral

(Por Astor Vitali) Cuando invito a comer, no soy muy amigo de la cocina colectiva: los resultados nunca son los deseados por nadie en particular sino que, finalmente, lo que se sirve contiene muchos deseos frustrados que tienen sabor diferente al deseado por quien metió cuchara. La cocina popular es otra cosa, desde el vamos, cada persona es consciente de que el plato tendrá sabor a un todo, a algo más que el resultado de la suma de individualidades.

Si bien, metafóricamente, se cocina con amor, en la vida material, yendo a los bifes, digamos, los ingredientes determinan el resultado del plato. Y, en un mundo material, generalmente, los mejores ingredientes son los más costosos.

¿Quiénes cocinaron el estofado electoral con el que ayer fuimos convidados a nuestra realidad política y con qué ingredientes se hizo el brebaje?

Los cocineros

El plato salió mal y se debe a los desacuerdos superficiales sobre la receta. ¿Por qué superficiales? Porque, en última instancia, hay una receta compartida que es retener lo que se tiene en términos de poder formal. Ese es el acuerdo más profundo; lo cual, es por cierto, tremendamente superficial como perspectiva política.

Las otras recetas son de política económica (política) y de proyecto ideológico (cultura). En los dos armados mayoritarios conviven –o perviven, hasta que gane el más fuerte o alguien no necesite a alguien– diferentes cocineros que tratan de imponer su receta. En Juntos hay: liberales, neoliberales, radicales que alquilaron la cocina pero a veces se les viene alguna receta del abuelo a la memoria, peronistas que añoran las pócimas del Brujo y que anhelan aquel Viejo reaccionario, y los dueños de los restaurants y de la materia prima y del transporte y de “todas las otras cosas” que son los responsables del hambre del resto; el plato fuerte siempre se lo quedan ellos. En el Frente de Todos hay socialdemócratas sin pimienta, peronistas de Eva (Duarte), izquierdas de antaño en busca de sujeto, aMassadores que se inspiran en el libro Doña UCeDé, cegetistas que se comen el corazón de mesa antes de servirla a los afiliados. También hay acciones de “los dueños de todas las otras cosas”. Cada quien puede completar su lista.

Sí, yo estoy escuchando la pregunta… Astor, ¿y cómo no ponés en la lista a los cocineros populares? A las que hacen del cucharón varita mágica y multiplican los panes en cada barrio. Bueno, porque me estoy refiriendo a los cocineros del estofado electoral y, lamentablemente, los movimientos sociales y de base son convocados apenas como ayudantes de cocina por las autoridades partidarias: son los que trabajan pero no deciden.

De hecho, es curioso que cierta dirigencia política haga explícita esa diferencia, fije esa distancia, en el momento formal de los agradecimientos: “gracias, gracias, gracias a todos los que trabajaron, los que nos acompañaron en esta campaña”. Los de abajo simplemente acompañan, son como el pan, nunca definen al plato principal. Un político popular no siente que él mismo es alguien distinguido a quien el pueblo acompaña: siente el honor de trabajar para el pueblo para el que trabaja. No agradece el apoyo, es parte de ese pueblo unido en una sola columna que sostiene al conjunto.

La materia prima

No hay duda de que, salvo cuando las cosas están repartidas en muchas manos, o sea, cuando la cocina es comunitaria, las mejores cosas de las bateas se las queda quien tiene más recursos para pagarlas. “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.

No hay duda de que en todos los territorios de este complejo país nuestro, la incidencia del poder económico es notable. ¿Cómo? Cosechan las mejores verduras que compramos en la tele en las redes –que además pagamos caras–, le compran las mejores cocinas a sus candidatos, desabastecen a los competidores y, claro está, le escupen el estofado a los ayudantes de cocina.

Pero aquí también cabe una pequeña disquisición: ¿cuál es la materia prima de un estofado electoral? ¿La papa está en la carne o en la mejor receta? ¿Con qué ideas se hace una receta? ¿Por qué nadie le pregunta a los que trabajan, a los ayudantes de cocina, qué ingrediente aportarían a una receta deseable?

Más allá de los porotos

Por estas horas todo el mundo está fijando su atención en los porotos: el estofado electoral se mide así. Pero detenerse solo en el poroteo no permite percibir todo lo que se juega en la olla. Por ejemplo, la reformulación del libro de cocina: doña Patrona.

¿Quién es la Patrona? La deuda. El cocinero a cargo tenía previsto el último capítulo. Lo tenía grabado, de hecho. El rito es conocido: le puso primero el azúcar para sacar la acidez a la noticia: “queremos seguir con el crecimiento y la inclusión”.

-¡Ese azúcar es Ledesma!, grita mi inconsciente.

Pero no se le puede sacar la acidez a una salsa rancia –que toda la mesa conoce, que vos conocés–  aunque la etiqueta sea colorida: hay acuerdo con el fondo y va a pasar por el nuevo congreso.

¿Cómo? Pero si ese nuevo congreso no tiene mayoría absoluta del gobierno (que dice que no va a ajustar) y tiene que ser consensuado con la derecha neoliberal clásica y la nueva derecha negacioncita ¿cómo será ese plan económico plurianual consensuado por estas gentes?

Políticas del FMI y políticas populares no conviven en el mundo real. Por más fuerza que hagamos con las ganas.

Uno es apenas un aprendiz de cocina que, a esta altura de las cosas, viene buscando tomar clases con el más pobre de esta cadena: el campesino, que es el único que siembra. ¿Hay lugar para el que siembra en el estofado actual?

Saliendo del metarrelato: en la actual configuración del juego de la democracia formal, no hay fuerza política que contenga organizaciones de base en lugares de definición concreta sino que son convidados para legitimar a políticos profesionales a quienes se apoya. Para arrogarse la representación de lo popular, las referencias de ese pueblo deben ser parte de los lugares de poder. Esto no ocurre más que a modo de simulacros, de puestas en escena que utilizan lo popular como herramienta en lugar de que la política sea la herramienta de lo popular.

En esta lógica, el único espacio que hizo el guiso a su gusto fue la derecha negacionista, que pone sus ingredientes con claridad y que no teme decir que no dudará en meternos en la olla para aflojarnos la piel hasta desplumarnos.

Por terminar, volvemos al principio: el estofado electoral tiene gusto raro porque se mezclaron las recetas: la competencia de cada boliche no está en hacer un plato propio sino en robarle el cliente al otro boliche.

¿Qué pasará con la cocina comunitaria?