La máscara del monstruo

(Por Astor Vitali) La burguesía argentina (junto a sus aliados de otros lares) sabe crear monstruos de carnaval, dioses de cartón armados para la bacanal. Momos desenfrenados que desconocen que fueron creados para el sacrificio. Por eso actúan como si la impunidad fuera su materia y no el mero cartón del que están hechos para la historia. El monstruo, a su vez, oficia de máscara. La pregunta del momento, la pregunta política del momento es ¿qué hay detrás de la máscara? ¿Quién devora el festín oculto bajo la fachada enchastrada?

El nuevo invento de la burguesía argentina es el rostro monstruoso de Javier Milei. El cuerpo primigenio del monstruo era el de un vulgar economista sectario, defensor de una corriente de pensamiento marginal. A la figura del monstruo la fueron construyendo desde algunos medios de comunicación privados: es decir, un puñado de empresarios argentinos.

Un puñado de empresarios le fue cediendo espacio, le fueron esculpiendo el rostro monstruoso, seducidos por el desembozado (¿sobreactuado?) liberalismo que desplegaba en el aire de la tele con combatividad de caniche rabioso.

Es preciso señalar, de todas formas, que alimentar al monstruo solo fue posible porque, quienes hasta el momento cuidaban del chiquero, fueron descuidando a los comensales: el pacto que sostenía como consenso y punto de partida la necesidad del rol del estado en un sentido redistributivo se estaba resquebrajando porque se sostenía en el discurso una cantidad de conceptos justicialistas imposibles de encontrar en la vida corriente. En otras palabras, el estado no nos estaba cuidando (ni el salario, ni la salud, ni las goteras, ni los sueños y no hablemos de la reforma laboral de hecho que nos arrasó –con la mitad de quienes trabajamos objetivamente bajo condiciones de precarización-).   

Al empresariado argentino –que se ve reflejado en el mito fundante de un liberalismo que nunca ejerció– la aparición de un tipo que, abierta y verbalmente vehemente, defiende el ideario gorila (la justicia social es inmoral, el hambre es la cosecha de quienes no se esfuerzan, etc.), fungió como el aire lascivo de un sauna de sueños húmedos, el masaje que dispone a la relajación total previa a las tensiones liberadoras del orgasmo pequeño burgués.

Es necesario establecer algunas diferencias: con anterioridad, el discurso que sostiene actualmente Milei solo podría haber sido pronunciado luego de que una dictadura criminal hubiera arrasado por la fuerza a la dirigencia social combativa y luego de haber instalado el terror en la subjetividad de la población. Es decir, era el discurso de un sector social violento victorioso, luego de haber aniquilado a su enemigo de clase (a su representación política).

Allí se establecía la ligazón entre los valores cristianos de la sociedad argentina con el ideario liberal-conservador que intenta tatuar en el inconsciente colectivo.

En la actualidad, en cambio, con ese discurso se pudo hacer campaña electoral abierta, se pudo convertir en valor lo que hasta hace poco era un desvalor (desde la violencia contra las mujeres, las comparaciones medievales contra la comunidad LGBTQ+ hasta la idea del justicialismo como una ideología contra natura). Este cambio es, desde el punto de vista del discurso político, una cachetada a toda vanidad progresista-izquierdista que se auto proponga victoriosa en el tan afamado pero tan poco practicado arte de la “batalla cultural”.

Milei es el monstruo del momento.

El carácter monstruoso del monstruo no deja de verse afectado, en esta gran puesta política, por el escenario, por el contexto que determina la acción. El escenario en el que se desenvuelve un jefe de estado es diferente al que sostenía al candidato. Cabe tomar registro.

Los cambios que pueden observarse en las alianzas que Milei orquesta durante sus horas de presidente electo no tienen que ver –principalmente- con los votos “prestados” de Macri o del espacio que los radicales y el pro otorgaron para el acompañamiento en favor del monstruo durante el balotaje.

Los cambios que pueden observarse en la alianzas que orquesta Milei (que son momentáneas, o sea, que responden a este escenario y este momento del guion –el monstruo tiene un discurso duro pero un cuerpo político blanco, recordemos que es de cartón y que es maleable por sus creadores-), pueden explicarse por las necesidades de los creadores del monstruo que no son otros que los actores de nuestra economía: los bucólicos empresarios que arrasaron con la tierra para producir forraje, el puñado de industriales y contratistas que saben ronronear por los pasillos palaciegos allí donde haya contratos públicos y los especuladores que poseen las fichas más importantes del mercado financiero –la timba global–.

Este es el momento de rearticulación de las políticas económicas que los instrumentos del estado argentino va a disponer para que el dispositivo gobierno reoriente la suerte común durante el próximo período.

Este es el momento en que el monstruo comienza su acto central para reavivar el mítico guion neoliberal en el que se destruye lo común en lo económico (lo público) pero también se busca horadar en las consciencias para eliminar más aún (si esto es posible) cualquier noción subjetiva de comunidad.

El monstruo buscará incendiar lo común que es habitado por nosotros (lo público) y lo común que vive en nosotros (la memoria de las luchas ancestrales de los pueblos por justicia). Pero cabe recordar y tener presente que el cartón también es inflamable.