Megacausa Zona 5: declaró por primera vez ante un tribunal y falleció horas después
María Teresa Lodieu tuvo que esperar 46 años para contar su historia en una audiencia oral. Su esposo Mario Waldino Herrera fue secuestrado en Capital y torturado y asesinado por militares del V Cuerpo de Ejército en Bahía Blanca. “Este juicio tiene la importancia de que se conozca, que se divulgue la crueldad de ese grupo militar, que se haga justicia”, afirmó.
Marité, como le decían sus allegados, había declarado por escrito en 1985. El crimen de su marido figura entre los casos relevados por la CONADEP. También brindó testimonio en México, durante su exilio.
Con ochenta años y después de esperar más de la mitad de su vida, la mujer pudo declarar por primera vez en un debate oral por teleconferencia desde un hospital. Pidió hacer un relato para no tener problemas de audición y luego contestó preguntas y recibió la admiración de la querella y la Fiscalía y el agradecimiento del presidente del tribunal.
“Se siente en paz de poder haberlo hecho”, dijo minutos después del testimonio su hija Lucía Herrera, quien también prestó declaración el jueves. Ayer por la mañana trascendió la noticia del fallecimiento de María Teresa.
Mario Waldino Herrera fue periodista y militante peronista. Fue secuestrado en su casa en Capital Federal el 19 de abril de 1976 por un grupo de hombres que se presentaron como miembros del V Cuerpo del Ejército, quienes posteriormente lo trasladaron al centro clandestino de torturas y exterminio La Escuelita y lo fusilaron.
En 1973 Herrera había sido responsable de la Juventud Peronista durante el Operativo Dorrego, mediante el cual militantes realizaban tareas solidarias en el marco de las inundaciones registradas en la zona de Pehuajó. Fue un despliegue conjunto con más de 1500 soldados del Ejército dirigidos por quien luego fuera ministro del Interior de la dictadura genocida, Albano Harguindeguy.
Mario era sobrino del dirigente de la democracia cristiana Rodríguez Sueldo. Por medio de contactos familiares, su madre y su esposa hicieron averiguaciones ante el propio Harguindeguy.
Lodieu contó cómo se enteró del secuestro de su marido y refirió el llamado que recibió para informarle que su cuerpo había aparecido junto al de Néstor Farías en un “enfrentamiento” fraguado por la misma fuerza armada.
La Nueva Provincia publicó la operación psicológica del Ejército bajo el título “Efectivos del V Cuerpo abaten a 4 subversivos en la Ruta 51”. Sostenía que las víctimas habían intentado sustraerse, a bordo de un vehículo, de un procedimiento de control por lo cual habían sido asesinados.
La mujer tuvo que viajar hacia Bahía Blanca a reconocer el cuerpo en la morgue del Hospital Municipal.
“Sacaron el cajón de mi marido, pedí que lo sacaran más para verlo mejor y saber si era de él. Yo sabía que era él, lo que más me impactó fue la boca, estaba abierta, sangre por todos lados, las encías totalmente destrozadas, pensé que le habían pasado un torno o picana eléctrica por las encías, tenía unas marcas en los brazos, pensé que lo habían colgado, eran las marcas de las sogas. Fue terrible, no voy a poder olvidarme jamás. Es lo que más me aterroriza de toda la situación”, detalló Lodieu.
Agregó: “Mandaron enterrarlo sin ningún tipo de ceremonia porque estaba prohibido. Mi suegro me dijo que yo estaba diciendo el estado de Mario, yo no había dicho nunca nada, salvo a la CONADEP. A partir de ahí traté de irme del país. Llegué a México, estuve viviendo ahí. Hasta que en un momento encontramos toda la casa revuelta y ahí también el miedo, ellos se fueron un tiempo de la casa. Había un grupo de argentinos y mexicanos que nos conseguían trabajo, cuando ya trabajaba y pude pagarme un alojamiento y me separé de ellos”.
“Mario era un político, pero político político”, remarcó. “Por supuesto que no dijo nada, no es que sea bueno o malo no denunciar a nadie. En el caso de él no denunció a nadie, la gente que estaba vinculada no cayó ninguno, incluso nos agradecieron a mi hija y a mí también que no cayera nadie porque hizo silencio total. Lo que quiero decir es que no es ni bueno ni malo, es lo que él pudo hacer. No está mal no poder callarse la boca, es siniestro lo que hicieron. El se cayó la boca porque pudo, por sus convicciones políticas y religiosas. La persona que no ha podido hacerlo esta correcto también”, explicó.
“Es un alivio poder llegar a esta instancia después de tantos años de lucha y espera”
Lucía Herrera, la hija de Mario y Marité, diálogo con FM De la Calle y La Retaguardia durante la transmisión colectiva de la audiencia. “Tras tantas cosas que sucedieron poder llegar a esta instancia y que mi madre haya tenido la posibilidad de llegar y con su situación tan delicada es muy bueno para nosotros”, dijo.
Explicó que para su madre “era vital poder hacerlo, así lo transmitió. Era su voluntad poder dar testimonio con todas las dificultades que podía tener, quería venir. Si se hubiera sentido mejor hasta se hubiera animado a venir. Ella dio testimonio en la CONADEP y en los juicios del 85 y hubiera querido venir. Se siente en paz de poder haberlo hecho”.
“Es muy difícil para una niña entender porqué suceden las cosas, los hijos e hijas de desaparecides tuvimos noticia del horror desde muy temprano. Enterarte que puede existir semejante nivel de crueldad, convivir con la historia, hacer terapia y andar un poco más en la vida como para poder no sé si entender -porque hay cosas incomprensibles- el nivel de maldad al que pueden llegar seres humanos y un sistema”, dijo Herrera.
Durante su testimonio, Lucía contó que “fue fundamental para salir del agujero interior, dimensionar lo colectivo. Este inmenso daño que se había hecho a la historia de un país, a las posibilidades que tenía el país”.
Lucía sostuvo que, aunque no comparte la misma ideología política que su padre, le hubiera gustado poder debatir la realidad con él. “Parece que mi papá tenían una gran capacidad de oralidad y escucha, era muy ducho en el diálogo y en la argumentación. A veces hago el ejercicio contra fáctico de qué hubiese opinado, es parte de lo que hemos perdido, que sigan construyendo esta historia y poder transmitir estas historias”.
Texto leído por Lucía Herrera durante su testimonio:
Para quienes somos víctimas directas del Terrorismo de Estado, esta instancia, estar frente a un Tribunal, dar testimonio, verles las caras a los genocidas, es un acontecimiento trascendental en nuestra vida. Es un antes y un después. Estoy segura de que, el día en el que cierre los ojos para siempre, volveré a ver esta escena, a revivirla. Sentí el efecto reparador desde el momento en que fui citada a declarar. Han pasado 46 años de estos hechos. ¡46 años! Es una vida, es casi medio siglo, es mucho tiempo. Pero a la vez, es como si hubiera sucedido ayer. Decirlo así parece un cliché, un lugar común, pero así se siente en el cuerpo. Es como si el tiempo se hubiera detenido aquel 19 de abril de 1976. Y ahora, el reloj vuelve a andar. El tiempo vuelve a transcurrir.
Es porque estar, hoy, aquí, es algo que hemos deseado, y sobre todo algo por lo que hemos luchado muchos años. No unos pocos y pocas, por supuesto, es la lucha de todo un pueblo. Aún sabiendo que esta “Justicia” no alcanza. No sólo porque ninguna condena nos devuelve a nuestros seres querides, no solo porque esta justicia tiene sus limitaciones: muchos responsables ni siquiera han sido identificados, muchos han fallecido, otros se han fugado. Sino también porque, como hemos dicho muchas veces, la verdadera justicia para la historia de este pueblo se realizará el día en que los proyectos de cambio social profundo por los que luchaba esa generación que fue masacrada, se hagan realidad.
Sin embargo, estar hoy aquí, nos devuelve algo de paz al corazón. Sentimos que cumplimos con nuestra palabra, con nuestro compromiso en la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Personalmente, me permite decirle a mis abuelos, donde quiera que estén, que al fin pueden descansar en paz. Ellos murieron con el dolor intacto, sin siquiera imaginar que esto podía ser posible. Quisiera, con estas palabras, abrazar especialmente a mi abuela Elba, y quisiera creer, como ella creía, que en algún cielo se reencontraron con mi padre y estarán celebrando este gran paso que significa esta audiencia para nuestra familia.
Y esta audiencia no hubiera sido posible sin el trabajo arduo de la Fiscalía y de las querellas. Un trabajo titánico, que apenas puedo imaginar. Eso merece un reconocimiento y es necesario decirlo. Hay un compromiso humano, un compromiso histórico, que excede al rol estrictamente funcional. Y que agradezco con todo mi ser. Gracias, gracias a todes y a cada une de quienes, desde su función institucional, hacen realidad que estemos hoy aquí en las mejores condiciones posibles.
Sin duda esa labor sería mucho menos ardua, si desde otros poderes estatales se hubiera habilitado la apertura de los archivos de la Dictadura. Sabemos que existen, que hay mucha información que se mantiene en secreto. No solo qué pasó con cada desaparecide. Lo cual es vital, porque son solo (y aproximadamente) un tercio de los casos de los cuales se tiene información, los que fueron reconstruidos por la CONADEP gracias a las denuncias y testimonios. Por eso reafirmamos que SON TREINTA MIL. Y que queremos saber dónde están. Pero tampoco sabemos cuál fue el destino de las víctimas vivas, nuestres hermanes apropiades. Pensar en cuántas abuelas murieron sin llegar a recuperar a sus nietes, estando esa información disponible, nos llena de indignación. Esa es una injusticia irreparable.
Por eso, así como exigimos Juicio y Castigo a los responsables de esta masacre, exigimos también la apertura de los archivos. Decirlo así parece en vano, pero décadas atrás también parecía una necedad reclamar Juicio y Castigo. Sin embargo mucho de eso lo estamos logrando. Con los tiempos biológicos en contra y con todas las contradicciones que implica tener expectativas en un orden jurídico que obedece a un sistema político que está muy lejos de lo que muches anhelamos. Y vuelvo entonces a decir, que estamos hoy aquí gracias a la lucha popular. Que no fue el regalo de ningún gobierno, en todo caso, fue una concesión. Hoy y siempre, son los pueblos los que hacen la historia, y no los gobiernos. La Historia, esa con mayúsculas, sigue estando en nuestras manos.
Claro que en esa Historia hay protagonistas, y entonces es justo y necesario mencionar a nuestras Madres de Plaza de Mayo, que en su rondar y rondar marcaron un surco, donde sembraron Memoria y Lucha, y que son un ejemplo universal de valentía y dignidad. Un surco que marcó un camino que hoy es nuestro, de todo el pueblo argentino. Una conquista que ha costado mucho, muchos años, muchas vidas. Y que refleja además la historia previa, porque nada de esto es casualidad, porque como las mismas Madres han dicho, en esa lucha ellas fueron paridas por sus hijes. Esa generación que fue masacrada, esa generación por la que estamos buscando justicia, hoy, aquí, era también parte de todo un pueblo dispuesto a dar vuelta la tortilla de una vez. Una voluntad representada en distintas ideologías y metodologías. Pero todas conscientes de que era necesaria una transformación social profunda y verdadera. Que lograra, como dice la canción, “que los pobres coman pan, y los ricos mierda mierda”. Y esa realidad sigue siendo necesaria.
Recientemente, por mencionar un evento reciente y ejemplar, la victoria de los obreros del SUTNA sobre sus patronales demuestra este poder: es posible, requiere mucha organización y lucha, pero se logra. Esa semilla está en la lucha de les estudiantes y docentes en la Ciudad de Buenos Aires, en la del pueblo mapuche que resiste en el Sur y en cada piquete de los movimientos sociales en toda nuestra geografía.
El daño que produjo la Dictadura atraviesa y se refleja en varias generaciones. Convivir con la impunidad tuvo y tiene un costo personal y colectivo altísimo. Pero no me presentaría hoy aquí, ni diría estas palabras, sino creyera que podemos hacer realidad los deseos de esa generación cuya masacre se investiga en estas audiencias. No podría sostener mi vida, si no creyera en eso. Me aferro, nos aferramos a sus sueños, porque son los nuestros también.