¿Ya no se puede cambiar el mundo? Puff… ¡Andá!
(Por Astor Vitali) ¿Ya no se puede cambiar el mundo? Mmm… ¿de qué estamos hablando? ¿Te parece una pregunta demasiado abstracta? Por mi parte, en cambio, tengo la sensación, cada vez con mayor firmeza, que abocándonos a las minucias de la política, a una suerte de sistema de recolección de lo que se cae de las agendas de los medios del poder, lo que hacemos es precisamente hablar de abstracciones. Como contrapartida, referirnos a cosas en apariencia abstractas, es hacer alusión a la más concretas de las realidades. ¿Por qué no hablamos del poder y del poder para cambiar el mundo?
La prensa hegemónica plantea temas que se nos presentan como concretos. A saber: “la grieta”, “la corrupción”, “la inseguridad”. Son construcciones simbólicas de una sola vía que están planteadas sobre asuntos que ocupan tapas de diarios y tiempo de programación. Sin embargo, cuando queremos profundizar sobre esos pseudo conceptos nos encontraremos con la imposibilidad de tomar lo concreto del asunto: nunca cuando se utiliza la palabra “grieta” se hacer referencia por ejemplo a los datos económicos concretos de la población que está separada por un abismo –más que una grieta- en términos de ingreso de otro sector social beneficiario de ese esquema de exclusión. Se habla de “repúblicas” en frentes llenos de personajotes autoritarios y nada democráticos (Macri, Vidal, Gay) y una serie de abstracciones idílicas que no pueden tener demostración fáctica ¿de qué se habla? ¿De algo concreto?
Si analizamos con este criterio la idea de que “la corrupción” sería una línea divisoria de la grieta –como plantean los medios de poder: ¿cuántas empresas financistas de campañas y cuántos referentes importantes pasan el examen con resultado de “libre de corrupción”? Nuevamente, la corrupción es una bandera que levantan muchos personajes del llamado círculo rojo que cuando pasan por la calle de la AFIP, cruzan de vereda.
Por último, si nos referimos a la llamada “inseguridad”, y queremos analizar de qué se trata, nos toparemos con un negocio millonario del que no participan (en sus beneficios) las masas ciudadanas en general sino más bien un conjunto de políticos, comisarios, empresarios ganadores de licitaciones y funcionarios judiciales. Cada vez más inversión en instrumentos represivos que no repercuten concertante en la modificación de los índices criminales y mucho menos en disminuir la violencia social generada por la verdadera inseguridad que padece al menos la mitad de la población: la inseguridad económica, la inseguridad de estar endeudades hasta la médula y la inseguridad de no saber si esta noche hay algo para el manduque o una frazada para el tornillo que nos atraviesa en el invierno.
Como dijimos, esos términos representan abstracciones que abonan a la confusión generalizada. Ahora, si alguien plantea cosas del orden de “cambiar el mundo”, discutir en manos de quién está el poder o nociones como “justicia social”, “soberanía política y alimentaria” o “independencia económica” inmediatamente el lúgubre coro de obsecuentes de la comunicación canta en famélico unísono (con afinación argumentativa difusa) que: “esas son cosas de otro tiempo”, del pasado, que son “vaguedades” y que “hay que hablar de las cosas que le interesan a la gente”.
Pues bien ¿cambiar el mundo no le interesa a la gente? Comer todos los días, educarse, acceder a la salud, acceder a las expresiones culturales, tener derecho a viajar, a saber que se puede vivir sin la angustia de la incertidumbre de la pobreza ¿no le interesa a la gente?
La mejor manera de tomar lo concreto en las propias manos es discutir un rumbo general de la sociedad que pueda dar lugar a políticas concretas. La discusión de un presupuesto no es un análisis de planillas: es establecer prioridades. Lo mismo ocurre en torno de los proyectos de ley –como IVE- que surgen de las propias organizaciones de la comunidad.
Las discusiones en torno de la articulación entre las organizaciones sociales, políticas y gremiales no son temas que no se toquen con la realidad: apelan concretamente a millones de voluntades que están construyendo concretamente en todo el territorio. Es mucho más concreto que ese “la gente”.
Se supone que todo está ya dado en el marco del capitalismo y que eso no se puede discutir; como dijo impúdicamente un concejal local: “ya nadie discute el mercado”. Y sin embargo, las sociedades no hacen otra cosa que discutir el mercado. Lo hacen a través de distintas vías. Cuando se organiza en entidades intermedias porque no alcanza lo que obtiene a través de su salario, o cuando no hay salario y se organiza para poder acceder a derechos universales (AUH), está discutiendo el mercado. Está diciendo que no es cierto que la economía capitalista de lugar a todes y que al menos un tercio queda afuera.
En Chile –país de mercado por excelencia- ¿no se está discutiendo el mercado desde que comenzaron las masivas movilizaciones? Cuándo se votó por amplísima mayoría contra la constitución del mercado, domingos atrás ¿no está en discusión el mercado?
En Bolivia donde el mercado (asistido por la embajada, como siempre) realiza un golpe de estado y donde democráticamente la población restablece el gobierno del MAS ¿no está en discusión el mercado?
En Venezuela con todas las contradicciones, los problemas, los azotes del imperialismo, las dificultades internas y todo lo que quieran ¿no está en discusión el mercado?
En Cuba, desde el año 1959, también con todos los problemas del bloqueo y las contradicciones internas ¿no está en discusión el capitalismo?
En Argentina, donde sobre fin de año pasado la población claramente rechazó al neoliberalismo a través de la vía electoral mediante la fórmula Fernández y Fernández ¿no se puso en discusión al menos las “verdades” neoliberales?
En cada uno de los países africanos, europeos donde hay revueltas, levantamientos, represiones, modos de organización alternativa puestos a jugar ¿no está en discusión el mercado?
Hay un consenso en el seno de la política tradicional argentina que se basa en permitirse dar algún debate en torno de la economía concentrada pero no referirse bajo ninguna circunstancia a modelos alternativos al capitalismo. Debemos ponerlo en estos términos: es consenso vetusto, es un consenso que está detrás de lo que la población plantea en todo el país a través de experiencias concretas de economía popular, de organización social, de espacios feministas, gremiales, sociales, institucionales de participación. Incluso algunos frentes de carácter vecinalists.
Domina esta idea de que no se puede cambiar nada: ni el mundo, ni el país, ni la provincia, ni la ciudad, ni el barrio, ni si quiera la discusión dentro de un frente político interno sería rebatible; ni tampoco al menos la participación en una delegación municipal. Se trata de “administrar” lo dado. Este consenso que tienen entre lo que se llama políticos profesionales –no me gusta llamarles “clase política” porque las clases sociales son otra cosa- es un consenso que está muy por detrás de lo comisiones internas, organizaciones sociales y de otro tipo están dispuestas a reconocer y construyen concretamente a través de su trabajo diario. Puede verse en las formas de organizarse en los comedores que están a unas poquitas cuadras de cualquier persona en esta ciudad. Esos espacios reconocen que el capitalismo así como está no solamente no da de comer sino que no educa, que genera violencia social en el propio barrio, que genera adicciones y una serie de enfermedades sociales.
Según lo que analizamos, pareciera que lo más abstracto es seguir hablando de lo que parecen cosas concretas, planteadas por la agenta publicada (grieta, república y otras sandeces); y lo más concreto, en cambio, seguiría siendo -en las agendas populares- algo que gira en torno de una pregunta muy sencilla que se deriva de otra un tanto más compleja para la que todos los espacios tienen una mínima respuesta. La primera pregunta es ¿se puede cambiar el mundo? Si pensamos que no, a otra cosa.
Si nos animamos a esa pregunta –en apariencia abstracta y sin embargo es nada menos que la pregunta que abre la posibilidad a todos los cambios concretos-, surge la segunda pregunta para la que, como dijimos, todos los sectores tienen parte de la respuesta: ¿cómo se puede cambiar el mundo? Repetir para reponer: todos los sectores tienen parte de la respuesta.
Aquí un pequeño aporte abstracto para problemas muy concretos.