“Se fue provocando una grieta”

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El ex sacerdote Miguel Sarmiento abrió la ronda de testigos en el segundo juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en jurisdicción de la Base Naval Puerto Belgrano de la Armada Argentina.

Desde Azul, dialogó con FM De la Calle y reconstruyó la historia del grupo de curas tercermundistas que trabajó pastoralmente en Bahía Blanca y Punta Alta desde fines de los 60 con la participación de jóvenes militantes junto a quienes, luego, fueron perseguidos por la Triple A y la dictadura genocida.

“Hubo una clara grieta entre una iglesia preconciliar, colaboracionista, y otra iglesia que era muy comprometida con los sectores más marginados, con los sectores más empobrecidos de la población que demandaban justicia y que buscaban salir de ese estado de opresión y de desprotección en que estaban sumergidos. La iglesia que se volvió hacia ese sector sufrió las consecuencias de la dictadura”, recordó.

La próxima audiencia del Juicio Armada II será el 20 de diciembre a las 14 en Colón 80.

-¿Cómo fue la experiencia del grupo de curas católicos que proponían una mirada distinta en la iglesia?

Podríamos decir que entre los años 60 y 70 coexistieron dos formas de iglesia. Una que podríamos considerar victimaria y otra que fue claramente víctima. Entre la mayoritaria, la preconciliar, la defensora del statu quo, empecinada en el país occidental y cristiano que pregonaban siguiendo un poco a Onganía y a Videla, estaba casi enfrentada con esa segunda iglesia, la víctima, la que aun siendo minoría era, sin embargo, la que mostraba una gran fidelidad al Evangelio, en base a los documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II que terminó en el 65, la Encíclica Populorum Progressio de Pablo VI del 67, los documentos de Medellín del 68, el documento del Episcopado de San Miguel del 69 que empujaba a la proliferación en el país de curas obreros, curas villeros, los curas del Movimiento del Tercer Mundo.

En Bahía Blanca éramos un grupo bastante reducido en ese aspecto, partidarios de lo que se denominó “catolicismo liberacionista”, en base a la Teología de la Liberación del padre Gustavo Gutiérrez de Perú o la Teología del Pueblo que pregonaban grandes teólogos argentinos como Lucio Gera o Rafael Tello.

Nos fuimos juntando alrededor de diez, entre los cuales podría recordar a Pepe Zamorano y Emilio Flores de la Iglesia de La Loma; Coco Segovia, que era secretario canciller y a su vez actuaba en Punta Alta; Benito Santecchia, Benjamín Stochetti, Oscar Barreto, que eran salesianos; Néstor Navarro que estaba en el Seminario como profesor y mucho más adelante fue obispo en Río Negro; Heriberto Bodri que era párroco de Lourdes y luego fue párroco de la Catedral; algunas monjas como Gloria y Kotska de la Pequeña Obra o Norma Gorriarán en el caso de La Inmaculada. Todo eso conformaba el grupo que podemos denominar tercermundista. Si bien nunca llenamos una ficha de adhesión coincidíamos con los postulados de ese movimiento que reunía a aproximadamente a 600 sacerdotes de todo el país.

Trabajábamos cada uno en su lugar, pastoralmente en base a esos documentos que mencioné y al hecho de que nos reuníamos todas las semanas en base a la metodología de “ver, juzgar y actuar” para desarrollar cada uno en su lugar una pastoral más o menos similar.

-¿En su caso estaba trabajando en Punta Alta?

Yo trabajé primeramente en el Seminario de Bahía Blanca, en el año 68 y el 69, allí fue donde tuve como alumnos a Néstor Grill, a Daniel Carrá, a Juan Carlos Colona y tuve como compañero en la preceptoría a Carlos “el Negro” Rivera.

Después de eso dos años fui trasladado a Punta Alta. Dos años estuve en la parroquia del centro y luego me destinaron a la Capilla Cristo Rey del barrio Nueva Bahía Blanca, un barrio más apartado del centro.

Simultáneamente era asesor de un Grupo Misionero Bahiense cuya presidencia ejerció durante un tiempo Daniel Bombara y en el cual participaban también Diana Diez, Ricardo García, Norma Gorriarán, algunos seminaristas y hacíamos la misión en Puan.

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La etapa de mi vinculación con la iglesia del centro, donde el párroco era Alejandro Fan, trabajamos juntos con varios chicos que a su vez también conformaban el grupo que asesoraba Coco Segovia. Entre ellos estaban los hermanos Néstor y Hugo Giorno, Mónica Bonin y Stella Barraza que hoy integra el MoVeJuPa, Mabel Pérez, Rafael Rodríguez.

Ya cuando llegué a Cristo Rey realizamos una acción pastoral muy intensa y muy particular, muy especial, muy distinta a lo que era una parroquia dentro de la Arquidiócesis de Bahía Blanca que siempre se caracterizó por un conservadurismo bastante notorio.

Ahí rompimos un poco los moldes y organizamos la capilla como una especie de cooperativa donde la mantención de toda la acción se realizaba a través de socios que aportaban una cuota mensual, lo cual nos permitía no cobrar ninguno de los sacramentos, ni bautismo, ni casamiento, ninguna acción que habitualmente era cobrada en otras parroquias. Se hacía todo gratis porque nos manteníamos en base al aporte de socios y un consejo de administración que manejaba esos fondos, de modo que yo no manejaba absolutamente todo el tema económico sino que recibía un pago de honorarios por mi desempeño.

Y simultáneamente organizábamos un montón de cosas muy vinculadas a colaborar sobre todo con la gente más necesitada del barrio. Organizamos una farmacia popular, una biblioteca pública, el servicio de Cáritas, una catequesis familiar distinta a la tradicional, grupos de reflexión, el grupo juvenil menor que eran chicos del secundario, ahí participaron en algunos momento Nancy Cereijo y Stella Iannarelli, que hoy están desaparecidas. Otro grupo juvenil mayor en el cual intervino en algún momento Norberto “Bocha” Eraldo y otros chicos que nombré antes que del centro se trasladaron a la Capilla Cristo Rey a seguir trabajando conmigo.

Y, sobre todo, organizamos un club infantil que reunió a más de 200 chicos y que fue un acontecimiento que hizo explosión en Punta Alta en muy poco tiempo y quizás haya sido lo que más perduró en el recuerdo y en el tiempo porque hoy todavía chicos que participaron en su momento se siguen reuniendo y recordando aquel acontecimiento que significó el Club Defensores de Cristo Rey que, además de organizar semanalmente partidos de baby futbol, también participaron como selección en los Campeonatos Evita.

Por otra parte, entre los que colaboraban en el club, que tenía su propia comisión dentro de la Capilla, había grandes ex jugadores como Víctor Rodríguez, Carlos Lorenzo, varios más que sin ser partícipes habituales en la liturgia religiosa, eran enormes colaboradores en lo que fue el desarrollo del club.

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También organizamos la campaña para llevar el gas natural al barrio, en fin, hubo una participación comunitaria muy importante y con mucho apoyo de la gente, que al mismo tiempo se diferenciaba bastante de lo que era lo habitual en otras parroquias de la zona.

-Muchos de los nombres que mencionó son de personas que fueron víctimas del terrorismo de Estado -algunos sobrevivientes y otros asesinados y desaparecidos-, jóvenes que tenían su participación en instancias vinculadas al peronismo. Todo lo que cuenta molestaba a una parte de la iglesia y de la sociedad, ¿por qué y a quiénes?

Es un poco lo que llamamos la iglesia integrista, la iglesia preconciliar, la que no aceptó -pese a que los obispos habían suscrito los documentos- el Concilio Vaticano II, de Medellín y sobre todo de San Miguel. En la práctica hubo como un maquillaje donde lo que se llevaba adelante eran las reformas litúrgicas, por ejemplo, la misa frente a la gente, en castellano, cánticos más populares, etcétera, pero que en el trasfondo de todo ello seguían vinculados a un estilo de iglesia más occidental y cristiana como pregonaba Onganía y que repercutía en actividades como los Cursillos de Cristiandad y otro tipo de acciones.

Esa iglesia, frente a la aparición, sobre todo de los sectores más jóvenes, tanto del clero como de las chicas y chicos que participaban en esta pastoral se fue enfrentando. Se fue provocando lo que hoy está de moda decir, una especie de grieta y esos enfrentamientos terminaron luego siendo ideológicos y provocaron todo lo que ya sabemos que sucedió.

-El grupo de curas y de monjas religiosas, se fue desarticulando desde antes de la dictadura, la Triple A puso los ojos sobre ustedes…

Sí, bastante antes. Ciertos hechos concretos fueron sucediendo ya a partir del año 70. Fuimos víctimas no solamente de la dictadura del 76 sino también de la iniciada en el 66 y que tuvo sus momentos más dramáticos a partir del año 70 con cosas que fueron acrecentando la violencia en el país.

Toda esa arremetida este grupo la fue sufriendo en una escala ascendente que tuvo su momento más dramático en el 75. Sobre todo con el asesinato del padre Dorñak que no formaba parte del grupo, era un salesiano que formaba parte de la comunidad del Instituto Juan XXIII y que sin comerla ni beberla sufrió un atentado que terminó con su muerte violenta, creo que fue en marzo del 75, y a partir de ahí se aceleraron las situaciones.

Hubo algunos atentados contra la escuela Nuestra Señora de la Paz en Villa Nocito. Estaba sostenida por Cáritas y manejada por la gente del Colegio La Inmaculada. Luego hubo algunos atentados también -en este caso me refiero a balear los frentes de los edificios-, pasó lo mismo en el pensionado católico que reunía a chicos secundarios en calle Zapiola, que pertenecía a la curia de Bahía Blanca y donde convivían chicos de la región que no vivían en Bahía Blanca y actuaban en ese pensionado para cada uno desarrollar sus estudios universitario.

Y el más decisivo fue un ataque a la casa de Pepe Zamorano, ya Emilio Flores no estaba más con él, se había ido a Colombia. Zamorano era el párroco de Nuestra Señora del Carmen en La Loma y una bomba le quemó la casa, se quemaron muchos archivos y todo eso motivó que prácticamente el grupo a partir de ese momento se diluyera. Tanto los curas como también muchos chicos que vieron que la cosa venía muy seria, muy brava, hubo un alejamiento hacia distintos lugares por un tiempo, algunos volvieron, otros no, y ahí se va desarticulando toda esta pastoral novedosa, de alguna manera revolucionaria, dentro de la iglesia de aquellos tiempos en Bahía Blanca.

-Usted marcó una diferencia entre los obispados de Germiniano Esorto y el de Jorge Mayer.

Tal cual. Creo que eso también facilitó que las cosas se entorpecieran y entraran en un estado de alarma y luego de dispersión porque mientras el arzobispo fue Germiniano Esorto -que era un hombre, por ahí no partidario de las grandes renovaciones, pero era un hombre esencialmente bueno, comprensivo de su grey, de su rebaño-, en momentos en que hubo ataques en los años 60, 70, siempre salió a defender, a mantener su postura a través de declaraciones o de comunicados donde hacía ver que el jefe de la iglesia bahiense era él y no alguien que no tenía nada que ver.

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En cambio, Esorto presenta su renuncia por edad en el 72 y es reemplazado por Jorge Mayer que ya entra con otra disposición, con mucha falta de conocimiento de lo que era esa comunidad difícil que es Bahía Blanca. Bahía Blanca y toda la zona. Y ahí ya las cosas empeoraron porque no se tuvo una defensa rígida por parte del arzobispo sino más bien todo lo contrario. Eso colaboró mucho más en la dispersión posterior que sucedió.

-¿Qué fue de su vida?

Cuando nos retiramos en el 75 por esta estampida, después de que le quemaron la casa a Pepe Zamorano, cada uno siguió un camino relativamente distinto.

Pepe Zamorano se incardinó en la diócesis de Morón. Coco Segovia que se había quedado se tuvo que ir en marzo del 76 porque lo siguieron hostigando en forma muy dura y terminó incardinándose en la diócesis de Mar del Plata. Néstor Navarro se alejó un tiempo pero luego volvió e incluso fue reemplazante de Pepe Zamorano en la Iglesia del Carmen en La Loma. Benito Santechia y los salesianos, como pertenecen a una congregación, fueron derivados a otros lugares.

Y en el caso mío en particular, fui pidiendo licencia de actividad ministerial y en el año 77 pedí la reducción al estado laical al Vaticano. Inicié una vida distinta, familiar, y me alejé de la actividad ministerial y de Bahía Blanca.

-¿Y ahora volver a contar esta historia ante un tribunal qué le significó?

Lo hice en función de dos postulados bien claros que me había propuesto. Primero, honrar la memoria de chicos y de chicas que fueron víctimas y que en los años 60 o 70 habían trabajado conmigo en actividades pastorales y habían demostrado la excelencia de personas que eran. Por eso, un poco como un acto de volver a traer a la memoria la calidad que tenían esos chicos más allá de lo que pasó luego durante la dictadura.

Por otro lado, dejar bien en claro que en esos mismos años coexistieron prácticamente dos iglesias en Bahía Blanca: una que fue victimaria y otra que fue víctima. Un poco en defensa de esa iglesia víctima es que también me propuse testimoniar en el juicio.

Porque los hostigamientos venían de muchos lados, no solamente desde dentro de la iglesia sino de sectores vinculados a las dictaduras, primero de Onganía y luego de Videla. A veces se pierde de vista que así como por un lado existieron obispos como Caggiano, Tórtolo, Bonamín, Medina, Plaza y tantos otros que de alguna manera fueron parte más o menos intensiva de la represión sucedida en los años 70, enfrente había obispos que fueron víctimas y que postulaban lo contrario. El caso de Angelelli, De Nevares, Devoto, Ponce de León, Hessayne, Podestá o curas como Mujica que fueron parte de la iglesia pero de la de las víctimas, de una misma iglesia que componíamos todos.

Ahí es donde hubo una clara grieta entre una iglesia preconciliar, colaboracionista, y otra iglesia que era muy comprometida con los sectores más marginados, con los sectores más empobrecidos de la población que demandaban justicia y que buscaban salir de ese estado de opresión y de desprotección en que estaban sumergidos. La iglesia que se volvió hacia ese sector sufrió las consecuencias de la dictadura.