No todo el año es carnaval
(Por Astor Vitali) Estamos terminando de disfrutar de los feriados de carnaval. Decirlo así no más suena a olvido porque no hubo feriados de carnaval durante mucho tiempo. Su recuperación significó una lucha muy importante llevada adelante por distintas organizaciones, asociaciones civiles, espacios barriales vinculados a la actividad murguística que incluyen a un actor fundamental soslayado por la comunidad durante la mayor parte del año: la niñez. ¿Qué pasa hoy con este evento cultural tan importante?
Bahía Blanca también participó activamente por la recuperación del feriado de carnaval. Cabe recordar los Corsos a Contramano, por ejemplo, y todos los corsos barriales en los que las murgas se invitan entre sí de manera solidaria para organizar corsos en cada uno de los sitios. Grillas solidarias para recuperar el feriado de carnaval.
Lo institucional y lo plebeyo
Una vez recuperados los feriados –que fueron destruidos por la última dictadura cívico militar- uno se pregunta ¿qué pasa cuándo, luego de una larga lucha, un reclamo pasa a ser un hecho institucional, algo oficial? ¿Qué pasa cuando se institucionaliza algo que era un reclamo desde el barro? ¿Esta institucionalización impacta positivamente o se desdibuja algo de lo plebeyo y popular? Puesto en otro términos ¿cómo recuperar el espíritu de alegría y de rebeldía del momento instituyente (el momento de lucha por instalar el derecho) cuando la cosa se convierte en elemento ya institucionalizado? Este es el dilema central de toda lucha genuina.
Hoy el carnaval está instaurado en el calendario oficial y oficioso pero ¿qué pasa con las murgas en tanto movimiento social? La pandemia ha pegado fuertemente en los sectores populares. Pero no sólo la pandemia: durante las gestiones culturales de Ricardo Margo y Morena Llanca Rosselló en el gobierno de Héctor Gay se perdió el corso céntrico y se atacó con vigor toda expresión popular.
El capítulo actual no está basado en el ataque sino en la falta de reconocimiento: “que se hagan pero no son nuestra política de estado”, piensa el gobernante actual. “No son mi política de estado: mi política de estado es la fiesta pensada para el sector privado”.
El feriado de carnaval estaba pensado como una instancia para que estos colectivos populares pudieran dar peso específico al suceso cultural a través esta instancia de agenda municipal. A partir de la renuncia de Sergio Raimondi en el Instituto Cultural de Bahía Blanca se empezó a instalar una política de desprestigio, una campaña: se construyó la idea de que en el corso céntrico se generaban hechos de violencia.
Como se sabe, donde está la policía aparece la violencia. Porque las organizaciones populares son capaces de autorregularse y dar un tatequieto a los violentos cuando estos ponen en juego la cuestión de fondo que, en este caso, es el festejo popular.
El rol de las murgas y el desfinanciamiento estatal
No hay duda de que el rol social y cultural de las murgas en los barrios es asunto de todo el año. En ese sentido, sí: todo el año es carnaval. Los roles de contención, formación y socialización (cada uno cumple una función en relación a otros; percusión, canto, danza, indumentaria, etc.) se aprenden y se ejercen. Es un trabajo silencioso en cada uno de los barrios y está sostenido desde la comunidad.
En cambio, desde las políticas públicas se ha ido desarticulando el aliento concreto para que esta fiesta efectivamente ocupe las calles y tenga recursos económicos para hacerlo.
Se ha dado un cambio estructural respecto de la financiación: en la actualidad muchas murgas presentan solicitudes de subsidios dentro del marco de la legislación municipal que financia eventos comunitarios. Sin embargo, los corsos deberían ser parte de una política pública que estuviera por encima de políticas de fomento (que son otorgadas a demanda): deberían estar presupuestadas dentro del mismo Instituto Cultural.
Hay una diferencia sustancial entre una política universal garantizada por el estado (esto implica su correspondiente presupuesto) y una política de fomento que se entrega a demanda y se aplica a través del otorgamiento de subsidios parciales.
La política actual del gobierno municipal
Para jerarquizar lo que la norma dice debe haber políticas públicas. Si la norma dice que se ha recuperado el feriado nacional y esto es un conceso social ¿por qué entonces a nivel municipal no hay políticas del estado que respalden este consenso?
No hay funcionarios ni recursos abocados a estas fiestas populares. Hay sí, en cambio, funcionarios pensando y ejecutando recursos y políticas para fiestas sin tradición, parecidas a animaciones privadas (“Disfrutá Bahía” y otros negocios), ligadas al consumo vía fudtracs y otros acuerdos entre animadores amigos de esos funcionarios.
No hay recursos legítimos para esta verdadera fiesta popular. Sí hay para fomentar nuevos negocios y nuevos clientes del estado.
Calentar la polenta
En otro orden de cosas, también es preciso señalar la crisis del campo popular en cuanto a su capacidad de organizarse. En otros momentos, el movimiento de murgas podía articular fuertes políticas en común. No cabe duda de que es un sector con una enorme polenta para dar batalla.
La división de algunos de sus dirigentes favorece la política municipal de desarticulación del sector. Ojalá los históricos se pongan de acuerdo para avanzar en lo que es común o las nuevas generaciones puedan trascender esas diferencias.
Dicho esto sin perjuicio del enorme trabajo llevado a cabo por estos colectivos en los barrios. Se trata de poder trascender diferencias particulares para superarlas hacia el encuentro de lo que es común. Hay que calentar la polenta.
La calle manda
Cabe destacar también cómo un festejo que es universal va cobrando sus formas particulares en cada uno de los lugares. En el carnaval bahiense hay muchos corsos con identidad propia. Por eso, para reconstruir este tejido debe hilvanarse de abajo para arriba. El carnaval, como todo lo verdaderamente popular, es un suceso que crece de abajo para arriba. El carnaval se hace en la calle. Y es de la calle.
En la vida murguística todo el año es carnaval. Pero en cuanto a las políticas de estado es necesario bregar por políticas públicas para que el carnaval tenga en materia pública el peso propio que ya tiene para la comunidad que los gobernantes deberían representar.