Noventa años de Fernández Stacco: diálogo con su memoria
Por Astor Vitali.
Yo espero que se concreten los deseos de los estudiantes
y de la población de Bahía Blanca y del sur argentino
y que ésta sea una universidad nueva y no una universidad más.
Ezequiel Martínez Estrada
No deja espacios vacíos. Su ternura, con la que nunca dejó de asegurarse la victoria, no deja hendija sin cubrir. Su obra es haber podido construir lo que yo denomino “cultura no represora”. Sostuvo uno de los trípodes necesarios de la implicación: maestro, amigo, compañero.
Alfredo Grande sobre Alberto Morlachetti
Hoy se cumplen noventa añitos del nacimiento de Edgardo Luis Fernández
Stacco. Murió en 2022 pero parece que fue hace mucho más. Han cambiado muchas cosas y muchas siguen igual o peor. Mientras me lamento por mis demoras en terminar su biografía, hoy se me hace ineludible proponer algunos asuntos que orbitan en derredor de este nombre, que para algunos, todavía es camino.
No se trata de una reseña biográfica sobre su persona, su personaje ni sobre sus roles docente o político. Para leer sobre eso pueden visitar esta semblanza que escribí en su momento. Se trata de recuperar capacidad crítica de pensamiento en un momento en el que priman relatos de reaccionarios, fascistas y cómplices.
Este artículo es dos cosas: un recuerdo de esta figura más presente que nunca para quienes no aceptamos la servidumbre voluntaria a este estado de cosas insoportable y, a su vez, una serie de preguntas respecto del proyecto universitario vigente.
Voy
Hace pocas semanas fue noticia que un muchacho de clase obrera pudiera terminar su carrera en la UNS. Muy bien. ¿Por qué? ¿Por qué sería destacable el suceso? ¿Qué es lo que hace noticia? Evidentemente, su carácter de excepción.
Dicho positivamente: alguien que pertenece a un grupo social al que no le es dada regularmente la posibilidad de culminar sus estudios tuvo un derrotero alternativo: pudo. Una cantidad de funcionarios, amigos, oportunistas y alegres paspados militantes del cinismo obligatorio señalan el valor del esfuerzo personal y destacan que este sujeto particular en una circunstancia particular finalmente llegó (así se refieren al asunto). Con esto nos quieren decir, en la hipocresía de la política del bueno ejemplo (como el pobre que devuelve la billetera al rico), que la anomalía en cuestión nos señala el camino posible para los demás muertos de hambre que, en general, no pueden acceder puesto que están abocados a menesteres del más acá; están pensando en la milanesa para hoy.
El problema de este asunto es que si lo que le pasó a este muchacho (ser trabajador y poder recibirse) reviste un carácter excepcional, esto quiere decir que el resto no puede, como norma general, y esto lo convierte en una excepción a la regla. O sea, quiere decir que hay regla, y esta regla excluye sistemáticamente a los de su condición.
Uno puede compartir la alegría personal del sujeto partícipe de la excepción; pero uno no puede olvidarse de todos los otros (la mayoría) que constituyen nada menos que la regla.
Dicho negativamente: la mayor parte de la población en similares condiciones no puede recibirse en la universidad pública de esta ciudad.
Vengo
Este tipo de asuntos me dejan de cama durante varios días porque todo lo que se plantea en estos elementos es escandaloso y todo hace a un debate de fondo, relevante, fundamental: para quién es esta universidad.
Favor de no joder con “para todos” porque después me cuesta quitarme el hipo que me produce la risa.
“Todos” es “todos los que pueden”. El análisis concreto de qué elementos configuran al grupo que está adentro de “los que pueden” arrojará claridad sobre el asunto. Por supuesto que se debe incorporar como asunto de análisis (queda para alguna investigación) los aspectos subjetivos en tanto no solo deben darse, para acceder a universos simbólicos complejos, condiciones materiales sino la producción de una propia auto conciencia en la que se nos revele como positivo hacia nuestros intereses acceder a conocimientos más complejos; del mismo modo que para votar un proyecto el concepto de interés no es, salvo en un mero sentido clásico material, la única forma de percibir esa noción de interés.
De nuevo: ¿para quién es esta universidad? ¿Para los hijos de la clase media-alta? ¿Para satisfacer las necesidades de las empresas que van metiéndose –desde hace mucho– en la financiación de áreas “estratégicas”? Y se sabe que quien paga, elige; quien financia, define qué y por dónde. Cada vez que este tipo de asuntos me abruma por importante (y casi ninguna de las cosas importantes para la existencia humana como el arte, la ciencia, la finitud, etc., son parte de la pelotuda agenda mediática generalizada) yo me acuerdo de Edgardo.
¿Por qué? Primero, porque sí. Luego, porque cabe preguntarse lo siguiente: ¿cómo es que el hijo de una maestra rural y un obrero ferroviario nacido hace noventa años se convierte en un matemático egresado de una universidad pública aquí en Bahía Blanca y, a su vez, toma la dimensión de un intelectual de la izquierda latinoamericana? ¿Se trataría también de una excepción por esfuerzo individual o sería ni más ni menos que el producto de un mundo y de una comunidad universitaria preocupada por los lazos comunitarios con su entorno –que hoy están
reducidos a la idea de gerenciar el contacto con “la gente” por la vía de la desfinanciada secretaría de “extensión” (en cuyo nombre se evidencian implicancias tanto cartesianas como peyorativas de qué significa ese afuera; es el lugar donde está permitido tocar al pueblo que, desde ya, no accede a la vida institucional plena)-.
Edgardo era de familia laburante. Se hizo de izquierda, comunista. Murió comunista. Edificó parte de los ladrillos de lo que hoy está en pie en materia de matemáticas de esa institución. Fue perseguido. Lo cagaron no reconociéndole la devolución de su trabajo (mientras se llenaban la
boca hablando de la recuperación “democrática”). Fundó un gremio para defender el trabajo junto a sus pares. Dio pelea. Torneo de ajedrez por allí. Aportes a la biblioteca por allá. Todo esto luego de aportar a las matemáticas en Venezuela, el país que cobijó su exilio, luego de ser perseguido por la Alianza Anticomunista Argentina.
Quiero decir con esto, tenemos un hijo de la clase obrera nacido en un pueblito de ferrocarril –hoy existente en derredor del museo-, que sentía que debía todo a su pueblo y estaba a su disposición dentro del aula y fuera de ella.
Sin duda era otro mundo. Pero ¿no cabe preguntarnos por el actual y qué queremos de este? -¿Tenés para los libros, pibe?-, recuerdan sus alumnos que preguntaba.
La dimensión material de lo que significa acceder a una carrera universitaria (pero sobre todo a los conocimientos, que sería lo que deba importar) siempre estaba presente en él.
Vuelvo
Edgardo Luis Fernández Stacco siempre dio todo el programa. Esto era su compromiso con sus alumnos y alumnas. Para lograr ese objetivo, incluso seguía dando unos días más en julio o en diciembre. Él me contó que siempre dio clase a las 8, que no le gustaba faltar y que, afortunadamente, no solía enfermarse. De 8 a 10 daba teórica y de 10 a 12 práctica.
Para Edgardo la responsabilidad es dar (hablo en presente porque su presencia me resulta mucho más real que la de numerosos fantasmas que se apersonan en oficinas y aulas varias).
-Uno tiene dedicación exclusiva-, recordaba. Se reía secretamente de quienes se quejaban por descuentos por paros; suponía que luchar implica, además de hablar de derechos abstractos, poner el cuerpo asumiendo que hay sanción si hay lucha.
-Una vez que solucionaste el tema salarial hay que ver cómo recuperar-, refunfuñaba. Como buen profesional ligado a los números, tenía plena conciencia de la pelea por defender el trabajo y sus condiciones. Decía: “hay que hablar de recomposición salarial, no de aumento”.
Porque lo que se dice ganar más por hacer la misma tarea… no es algo que suela acontecer al trabajo en Argentina desde hace mucho mucho tiempo. Ni siquiera a los profesionales de salud luego de la pandemia a quienes se les hizo un “reconocimiento”… simbólico. Palabras, nada más.
Me quedo
¿Por qué traigo estas –sus– palabras hoy aquí en su nonagésimo aniversario? Porque para defender un proyecto de educación pública universitaria hace falta que esta tenga un proyecto vinculado a lo popular de manera de que la universidad contenga al pueblo (pueblo, sí, esa noción).
Podemos plantearlo en términos políticos bien concretos, con categorías bien claras: Edgardo fue reformista (de la Reforma Universitaria) y por ello creía en todas las libertades que se manifestaron entonces para las enseñanzas. Luego, fue guevarista y con ello sumó la necesidad de pensar un modelo humano posible que implicaba pensar indisociablemente universidad y comunidad, pueblo y proyecto educativo, hacia una labor de orientación socialista.
En este momento las universidades nacionales están amenazadas y concretamente atacadas por la política activamente destructiva del presidente Javier Milei. Desde el radicalismo (que en paz descansaba, hasta la marcha universitaria) hasta otras especies de liberales pasando por marxistas y peronistas, socialdemócratas y desclasados, se hizo manifiesto en las calles que en este país se espera que la universidad pública y gratuita continúe siendo un valor positivo, reivindicable y del
que estemos orgullosos.
La lógica de instituciones universitarias ligadas casi únicamente al sentido de la productividad hegemónica capitalista, la producción de eso que llaman peipers para sostener entramados de la nada, la articulación con el cuerpo productivo (cuya soberanía no está en manos de ningún estado argentino), y otras desgracias que fueron resultado de, por un lado, la avanzada del neoliberalismo de los noventa y por otro la aceptación de una parte de la docencia que se ocupó de socavar los
puentes con sus orígenes populares (hay que ver qué burro que se puede ser en política al mismo tiempo que se puede ser todo un especialista en alguna cosa incomprensible para el resto de la humanidad). Doctores que se disparan en los pies; empleados del estado que defienden una política que destruye el estado. En fin.
Me planto
-¿Para qué sirve la matemática a tus 82 años?-, le pregunté una tarde de invierno, poco pero muy lejano tiempo atrás, en el living de su casa, mientras le tiraba –como solía hacer en un juego que era rito– un chorro del sifón de soda a su perrita, que aportaba al encuentro con su queja recurrente.
– Pa´ entretenerse. Todos los días voy leyendo algo. Siempre uno pregunta alguna cosa.
A noventa años de su nacimiento, pregunto: ¿no deberíamos preguntarnos alguna cosa respecto de estos asuntos? ¿No hay que incorporar preguntas acerca del sentido de las cosas para que las cosas cobren sentido?
¿Qué piensa la filosofía de la UNS del medio en el que vive? ¿Dónde se entera uno qué piensa? ¿En qué repositorio lee nuestro pueblo? ¿A qué coloquio no es invitado? ¿Los filósofos de este territorio tienen más o menos algo que ver con el lugar que sostiene sus cimientos o están buscándolos en Atenas hace algunos siglos atrás? ¿Martínez Estrada existió en esta ciudad o será solo un recuerdo de museo?
León Rozitchner decía: “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”. Yo creo que piensa, pero en otras cosas; escribe para otros y a veces (lo que es peor) para sí misma.
Más preguntas. ¿Por qué hay tantos doctores que no pisan una asamblea de pares ni siquiera bajo amenaza de cumplimiento de sus peores terrores? ¿Por qué se cagan en las herramientas democráticas que les deberían ser propias? ¿Son liberales o indiferentes a la suerte común?
¿Distraídos o suicidas?
MIlei quiere destruir lo que queda de la educación pública y gratuita. Seremos claros: sólo podrá hacerlo en tanto el pueblo sienta que su universidad no le es propia. Dicho de otro modo: la única manera de defender –en serio– a la universidad del lugar de uno (para no hacer metafísica de las naciones) es que los hijos de otros más desfavorecidos que los pibes del colegio acomodado de turno puedan acceder… como regla y no como excepción. Y que puedan acceder a estudiar lo que
deseen; no lo que quiera Dow.
Cuando pienso en la universidad que conmovía a Edgardo, me interno en los bosques tullidos de las memorias populares en las que habría protección para quienes anduvieran perdidos a la intemperie de las desigualdades del mundo.
Cuando pienso en la orientación política que se viene implementando en esta universidad de Bahía Blanca lo único que aparece –más allá de esfuerzos individuales– es la noción de productividad y dependencia del proyecto privado que dirige a la política local. Y este es un proyecto que lejos está de la voluntad popular.
Aclaraciones necesarias: no estoy hablando en nombre de sino dialogando con la memoria de. Quién sabe qué diría Edgardo de cualquiera de estas cosas. Se pondría a estudiar. Probablemente, haría un chiste. Debo reconocer que, en mis diálogos imaginarios, me resulta habitual la aparición de este niño de noventa años, que no termina de morir y que, probablemente, permanezca de pie como memoria necesaria para que el pensamiento crítico no sea reducido al título vacuo de algún
congreso.
Todo el mundo sabe que presidió durante mucho tiempo la Casa de la Amistad Argentino Cubana y que condujo el programa De la Cabeza a la Cola del Caimán en esta radio y que su manifestación existencial la noción de solidaridad era tanto política, como ética y también personalísima.
La solidaridad también era una forma de lucha. Y el socialismo un desafío novedoso con algunas experiencias que salieron como salieron; pero siempre estaba a la mano tomar las riendas del deseo y constituirse en sujeto de la historia para salir a tallar nuevas sendas propias.
La solidaridad como potestad de vivir fraternalmente y con la idea de que eso no es posible sin el conocimiento y que éste debe estar al alcance de todos.