Apalapapa o Lenin y Martínez Estrada contra la autoayuda

Por Astor Vitali.

“Un derrotado es alguien que

no transformó su experiencia personal en conocimiento”

Alejandro Horowicz

(Por Astor Vitali) Conviene leerlos. Pero –para un artículo breve que quiere expresar cosas muy sencillamente transparentes– alcanza con tomar referencia acerca de los títulos de estos textos. Dos preguntas de autores, por estos días, más citados que leídos: Martínez Estrada y Lenin. Las preguntas son: ¿Qué es esto? y ¿Qué hacer?

¿Qué tienen que ver estos dos autores, estos dos títulos? En primer término, la voluntad de comprender qué ocurre. Ambos libros raspan la cáscara de la cosa hasta lograr herir la materia de lo político en búsqueda de alguna señal que nos oriente (con errores o sin ellos –pero sobre todo con ellos–) en algún sentido a comprender dónde estamos parados y por qué. Y por qué los de abajo están en un lugar dispuesto por los de arriba.

En segundo término, son consideraciones acerca de hacia dónde apuntamos colectivamente (en la pregunta de Lenin, pero está también imbricado en el texto de Martínez Estrada por contrapartida de lo criticado).

El concepto es, entonces, utilizar la pregunta como brújula y no la brújula como guía. De la sopa espesa de la experiencia popular emergen consignas claras que se pasan de mano en mano. Martínez Estrada y Lenin se sirven de ella a cucharadas.

¿Qué es esto? y ¿Qué hacer? son dos preguntas que nos hacemos todos, de manera más o menos lúcida o atolondrada. El filósofo político y el político filósofo ¿qué inventan? Nada; ¿qué hacen? Sientan el culo para proponer un modo de redactar lo que está dicho y está diciéndose (o, como contrapartida, lo que está perseguido y censurándose).

No es poca cosa sentar el culo y poner en palabras eso que el resto intuye con sentidos más amorfos y expone con gesto de bar de lunes de madrugada.

Destaquemos lo siguiente: en ambas propuestas encontramos miradas que tienen una perspectiva clara, un punto de enunciación reconocible. Algo propio, bah. Es decir, no reaccionan a la propuesta de debate público de sus enemigos ni de sus adversarios sino que se plantan arriba del cajón de la plaza del tiempo para vociferar su propio punto de vista acerca del mundo; sus fundamentos ontológicos, su cuerpo social, su ética, su estética, etcétera. Discuten con otros, sí. Pero no reaccionan a la agenda de otros sino que imponen la propia. Al menos trabajan para enunciar algo que será discutido entre el pueblo y, con suerte, entre los pueblos.

Hasta aquí: una pregunta nos sirve para intentar conocer lo que (nos) ocurre y otra busca dejar huella para caminar en un sendero propio (hacer camino al andar, según la verba popular). ¿Qué es esto? y ¿Qué hacer?

Muy bien. Pregunto: ¿cuánto del debate público actual puede inscribirse en manuscritos que se enrolen bajo esos interrogantes? ¿Qué somos y qué queremos ser?

¿Qué es esto? ¿Qué hacer?

En cambio, el carácter que puede leerse en la lógica del debate público es, digamos, ni más ni menos que reaccionario: vamos corriendo, chapoteando, a responder las paparruchadas de la conducción (más o menos a la derecha) de turno.

Casi toda lo que se discute públicamente, toda esta teoría política en vigencia, se basa en un conjunto de respuestas más o menos sesudas a la cuenta de Twitter de Milei. ¡Vaya cantera de la que nos nutrimos! ¿Se puede pensar una teoría política así?

Los temas de la política actual no son nuevos porque son temas de la política que es más vieja que nuestra memoria. Lo que puede variar es el arsenal técnico y el carácter de las relaciones sociales entre sí, según el tipo de estructura económica y cultural.

Decía Lenin en el texto al que nos referimos hoy: “la famosa libertad de crítica no significa sustituir una teoría con otra, sino liberarse de toda teoría íntegra y meditada; significa eclecticismo y falta de principios”. Se refería al reclamo de la un sector de su partido que buscaba, bajo el pretexto de libertad de crítica, suplantar elementos fundantes del pensamiento que daba sentido al marxismo.

¿Hace falta decir cuánto, en nombre de estúpidos motes como posmarxismo, pos verdad, libertarismo y otras banalidades, se ha destruido la base conceptual con la que se constituye la materia, el hormigón de los cimientos de una corriente de organización popular? En nombre de supersticiones como ritos electorales y otros métodos convertidos en altares a los que solo asisten dirigencias que traicionan, se ha desarticulado todo pensamiento crítico surgido desde abajo.

Vuelvo, a Lenin: “quien conozca, por poco que sea, el estado efectivo de nuestro movimiento verá forzosamente que la vasta difusión del marxismo ha ido acompañada de cierto menosprecio del nivel teórico. Son muchas las personas muy poco preparadas, e incluso sin preparación teórica alguna, que se han adherido al movimiento por su significación práctica y sus éxitos prácticos”.

De estas consideraciones se desprende la sentencia que Lenin lograba sintetizar a modo de consigna (maestro en estos menesteres): “Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario”.

¿Cuál es nuestra teoría crítica? ¿La doctrina del mal menor? ¿Que las organizaciones libres del pueblo tomen nota y estudien la teoría que se ofrece cínicamente, en talleres que organiza el municipio y que financia el enemigo del pueblo, por caso Dow?

Ahora, si miramos con detenimiento qué pasa en el hormiguero, ahí donde estamos todos reventándonos la espalda para sobrevivir, veremos que siempre hay lecturas más lúcidas que las que se publican por ahí en nombre de otras supersticiones como licenciaturas y doctorados.

Las sociedades van dejando sus notas al pie con su quehacer concreto; la crítica colectiva se lee en el movimiento del cuerpo social en su conjunto y en sus tiempos.

Por ejemplo, si nadie, en la conducción política de izquierda o popular, quiere responder seriamente a las preguntas ¿qué es esta democracia? y ¿qué hacer con ella? nos encontramos con la sólida materialidad ineludible que puede leerse en el paso que se tira la sociedad: la mitad se caga en la votación; o lo que es lo mismo, opina que es una mierda. La otra mitad opina lo que votó.

¿Qué hacer con esto? ¿Qué es esto?

La parte institucionalizada de la cosa va a ponerse a cantar la canción de loro socialdemócrata: “hay que defender la política porque toda crítica a la democracia es de derecha”. Apalapapa. Para ellos: entre los que votan a la derecha y los que no votan (que serían también de derecha, según esta visión) la Argentina estaría poblada de facinerosos fascistas (ubicados en clase, género y tipo diferente). O sea, sería un país de estúpidos o de fascistas mentales.

¿Qué es esto?

MMM. (En mayúsculas).

¿Y no se puede interpretar, saliendo de la lectura del clero reformista, dando otra lectura a la condena social de la democracia argentina tal cual está?

En diferentes momentos históricos, en general, aparecen dos o tres lecturas principales que se ponen de moda y operan como reguladoras de hasta dónde sí y hasta dónde no se puede meter en el dedo en la crítica.

Decía, Martínez Estrada en su segundo prólogo al ¿Qué es esto?: “No tengo más que una onda y una piedra, estoy desnudo y solo. Dije que peleo contra la izquierda y la derecha, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que pelee desde el centro”.

Dicho de otra forma, para ejercer la crítica es necesario hacerlo contra los otros pero también contra lo propio, desde lo propio. Yo estoy parado acá, de este lado, y para saber cómo hacer mejor nuestras tareas, tengo que revisarlas, tengo que criticarlas. Es la teoría política que reclama la herencia leninista.

No se trata de estar en lo cierto sino de no abandonar los ensayos por intentar conocer de qué se trata la cosa y para donde orientarla. Qué es esto y qué hacer. Sin duda el camino se hace de errores pero centralmente de la lectura de esos errores. ¿No es eso la teoría política popular?

Cuando se ha analizado a Milei se ha dicho que algunos de los elementos que derivan en su victoria son el cansancio de la política (de cómo se ejerció) y el cansancio de trabajadores sin protección.

Cito el texto escrito en el 56:

c) el cansancio del pueblo ante la inocuidad y venalidad de los gobernantes y, por consecuencia, de los partidos políticos;

d) el desaliento de los trabajadores y de los pobres sin amparo, parias en un país de ganaderos;

Ambas cosas son las que para Martínez Estrada resultan algunos de los elementos constitutivos de la figura del primer Perón.

Hay que hacerse más preguntas que vayan más allá de la superficialidad de un panel de YouTube, si es que se quiere algo más que buscar seguidores de redes.

¿A qué pueblo le hablamos y qué pueblo somos? Esto también se preguntaba Martínez Estrada:

“Cuando hablamos de nuestro pueblo, del pueblo argentino ¿a qué nos referimos, a qué grupo o conglomerado étnico, profesional o político? ¿Al pueblo de Liniers, al de las guerras de la Independencia, al de Rosas, al de Urquiza, al de Mitre, al de Sarmiento, al de Roca, al de Sáenz Peña, al de Yrigoyen, al de Perón?“.

Entonces, para hacer una lectura que pelea por izquierda a la izquierda y contra la derecha, hay que desempolvar preguntas contra el miedo y por una teoría política popular propia que no repita los dos o tres términos que algún europeo exótico o latinoamericano europeizado logre instalar de moda en ciertos círculos (como populismo, por ejemplo, que a esta altura, quiere decir nada, o sea, es una categoría de análisis tan manoseada que carece de forma y no hay por dónde entrarle para que explique algo).

Si hubiera que empezar por hacer una lista actualizando intentos de respuestas a las preguntas de estos textos, yo empezaría por: eso a lo que llaman “populismo” excluye, siempre en última instancia, a las organizaciones del pueblo (salvo a las que utiliza como fuente de funcionarios o recaudadoras); cuadros políticos de tercera, segunda y primera línea hechos de mediocridad constitutiva e incapacidad estructural; partidos que dicen representar a los trabajadores bajo cuyos gobiernos se llevó adelante la reforma laboral de hecho más brutal en este país (hay que ver quién puede trabajar hoy “en blanco”); mafias empresarias que son parte también constitutiva de los partidos que gobiernan (los dos) contra espacios populares que son utilizados, al igual que dirigentes gremiales, pero no dirigen nada –en términos de poder político popular concreto (¿se acuerdan de la ley de entidades financieras?)–; disgregación de la vastísima herencia cultural popular que contiene las herramientas que nos faltan, a las que no vamos a buscar, y así siguiendo, dejo abierta la lista para que la vayamos completando.

¿Qué es esto? La población responde: esto es una cosa diferente a la participación popular, esto que llaman democracia, no garantiza mis derechos. Yo no participo. Por eso no me miren mal si no me rasgo las vestiduras cuando ustedes, que no la protegieron, me dicen que la vaya a defender.

¿No es posible leer esto, tal vez, en lugar de que son los de abajo los que no entienden?

Es probable que entiendan perfectamente y que no compartan el rumbo.

Si fuera así ¿qué hacer?

Noticias relacionadas

Carlos Torres Carbonell