Día de periodistas, la formalidad y la trampa
(Por Astor Vitali) Siento que la formalidad lo ha estropeado todo. Siete de junio: día del periodista, día de la periodista. Un cúmulo de mensajes de salutación por “tan importante tarea”. Unas cámaras empresarias que saludan y fijan una capa más de revoque a su fachada. Los miserables de siempre pasando a cobrar por ventanilla o garroneando cenas, especias o prestigio. Pocos dueños de medios que saben de medios. Sueldos que no sólo no llegan a romper el techo siniestro de la pobreza –techo que padece gran parte de la clase trabajadora, otrora agente de movilidad social- sino que están muy por debajo. Condiciones laborales que no hubieran sido aceptadas por el más garca de los obsecuentes antes de ingresar a este siglo.
“No importa la redacción pibe, sácame cuatro o cinco notas rápido, poné un videíto y un título en el que diga la noticia”, dice el nuevo gerente de noticias, hasta ayer, movilero de dudosa capacidad oratorio pero de hábil destreza para ubicar su correa en la mano del dueño de zapato mejor lustrado.
“Acá no hay censura, vivimos en democracia, pibe”, dice el gerente del programa de la mañana –alguien que aluna vez tuvo el sueño de ser periodista antes que publicista de la podredumbre-. Pero no hace falta más que mirar la tanda que está en al aire hace añares, históricamente, como las partículas cancerígenas: Dow, Profertil, otras petroquímicas de turno, bancos, Bolsa de Comercio, Municipalidad, Consorcio, y algún amigo menor que se sumerge en la aventura del prestigio del “te escuché en la radio”. Esta es la estructura que sostiene el modelo privado desde las reformas estructurales de la economía regional de la mano del neoliberalismo.
La censura habitual no radica en que alguien venga y te diga “no podés hablar de esto” sino en que los recursos que sostienen a esos medios privados provienen de las empresas que son tema de tratamiento periodístico, o deberían serlo.
Esta ciudad, en la que los y las periodistas buscan hacer periodismo a pesar del sistema mediático, aún no ha terminado de velar a sus mártires: aquí la familia Massot asesinó a Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola y la empresa insigne de la violenta Diana Julio y su casta disfrazada de urnas durante el menemismo es la misma firma que ha elegido el nuevo empresariado local cuyo proyecto económico no dista de aquel consenso neoliberal. Pero la formalidad le remozó el nombre y la formalidad –que se cae como la piel muerta- es, por decisión política, parte constitutiva de la cream dirigencial local que, en lugar de apostar a la construcción de medios democráticos, no duda en ir a besar anillos y buscar el visto bueno del “electorado bahiense”.
Las fuerzas políticas democráticas no actúan con criterio democrático a la hora de mirar para otro lado en cuanto a la concentración de medios en manos de concentradores de otras empresas. “Los dueños de todas las otras cosas”, al decir de Walsh.
Para que esta operación sea posible, la del sostenimiento común de la fachada de las buenas costumbres de las castas locales, hace falta meterse la memoria en el archivo y cerrarlo con llave: Gustavo Elías aparece como un hombre que trajo “aire fresco” a la ciudad de Bahía Blanca. No se registra la nota del último 24 de marzo, los despidos de trabajadores gráficos un primero de mayo del siglo 21, ¡la quema de toda la tirada de los periódicos este mismo año! Un hecho de censura, sin duda. Todo eso está en el archivo. Si se trata de aire fresco, sólo es porque sopla desde el sur.
El empresariado y pequeño empresariado local no tienen más proyecto de comunicación que –también- besar anillos o sumar su firma a la cartera de los prestigiados en dos o tres medios y programas que “sostienen” la agenda del “desarrollo”. En decir, son financistas del sistema de medios del orden económico que les excluye sistemáticamente a ellos mismos como actores económicos, ya que no articula valor agregado y segrega al comercio.
Hoy no hay comodidad para quienes trabajan en la empresa “modelo”. Además de conocer esta realidad a partir del descontento de los y las colegas, queda claro en lo expresado hoy por el Sindicato de Prensa de Bahía Blanca: “nuestra realidad es grave. Tan grave que ya no admite discursos grandilocuentes, frases hechas o actitudes impostadas de quiénes deben retribuir adecuadamente nuestro trabajo”.
No hablemos del lugar que ocupan el periodismo cultural y de investigación: no hay recursos económicos para ello. Para ser más claros: no hay recursos económicos para ningún proyecto que escape a los intereses de los factores de poder en Bahía Blanca.
Desde luego hay en la ciudad excelentes trabajadores de prensa, periodistas rigurosos y pequeños proyectos de gran valía ética y profesional. Esto afortunadamente existe. Pero aquí nos referimos a cuál es el contexto en que nuestra comunidad nos dirá “feliz día” y de las responsabilidades políticas y empresariales de la mediocridad. Estamos haciendo, digamos, por parafrasear un lugar común que generó cuadros políticos de gobierno y construyó los consensos del discurso del progreso, un Panorama de la realidad.
La opereta republicana que plantea la Argentina blanca de la división de poderes y un periodismo que actúe como contrapunto de la supuesta concentración de poder político plantea, en términos teóricos, que para que se garantice el sistema democrático y la ciudadanía tenga un rol activo debe haber medios de comunicación que apuesten a la investigación. Eso se garantizaría con la independencia del poder político a través del aporte de recursos originados desde el sector privado, fundaciones y otras veleidades del sistema de lavado de alta alcurnia.
En Bahía Blanca hay que lamentar un empresariado de corte holgazán, que no se ocupa siquiera de sostener esta fachada que funciona para los lectores de mesa de café y para las sectas del privatismo a ultranza.
Liberales de la boca para afuera, son los primeros sectores que asisten a pedir subsidio estatal. La ciudadanía empobrecida de la ciudad debe tolerar que desde esos medios se estigmatice la toma de tierras, el clientelismo para pobres y otras mieles de la diatriba archi consabida, cuando en rigor el clientelismo real es uno de tipo invertido: el sector político tributa al privado, el verdadero choricontratismo de época.
La formalidad lo ha devorado todo. Si hasta puede escucharse en misceláneas que “hay que estar agradecido” a tener un laburo de periodista aunque no puedas hacer lo que quieras.
Por supuesto, si quisiéramos completar el análisis deberíamos incluir otros asuntos: la cultura de gerencia de machitos, la estigmatización a la participación gremial –marca histórica de La Nueva-, los despidos arbitrarios, el financiamiento directo de carreras de fachada periodística pero que están disputando otros espacios de poder, la persecución al buen gusto por el rapidismo estupidizante, la arrogancia de personas con poder dentro de empresas que nada saben de periodismo y sin embargo mandan, la angustia de buenos profesionales que ven pasar el tiempo y se pregunta si para esto querían ser periodistas, el alcahuetismo crónico, y una larga lista de elementos.
Este siete de junio, para sintetizar, señalamos dos cuestiones centrales en pos de la defensa de los valores democráticos, la gomina simbólica con la que todo actor político se peina por la mañana: el actual sistema de medios en Bahía Blanca implica concentración económica, apoyo político a empresas que precarizan, empobrecen y despiden trabajadores (que el resto interpreta como premios), que no invierten un centavo en investigación -empobreciendo la democracia- y que operan como una herramienta de burdo lobby del proyecto económico y político de la casta que coyunturalmente hegemoniza esos espacios de poder.
A su vez, es preciso señalar con claridad que es errónea la táctica de la progresía política de congraciarse con los círculos cuya primera opción electoral siempre tendrá preferencia en su riñón. Se ha probado siempre con la misma táctica, fracasando con éxito: el cordero se viste de lobo y se sienta a la mesa, creyendo que así evitará la faena. Sin embargo, la bestia es astuta y tiene olfato.
No hay sistema democrático posible si el derecho a la comunicación no está garantizado desde lo público. Guste o no, el sistema privado de medios local tiende a construir odio, desinformar, catapultar personajes sin brillo propio, silenciar temas relevantes para la vida en comunidad, actuar en favor de intereses económicos que van en contra de los intereses púbicos y ciudadanos, y una larga de lista de cuestiones por todes conocida y, sin embargo, apañada.