Lo que aprendí en 12 años de UMSur

(Por Astor Vitali) Hace una semana asumió la nueva comisión directiva de UMSur, el sindicato de los músicos y de las músicas del sur de la provincia de Buenos Aires. Me tocó ejercer la secretaría general de esta organización durante doce años. Vengo a contar qué aprendí en el transcurso de ese período.

“Hay momentos luminosos en la historia del género humano que duran un instante fugaz, como un relámpago, y se desvanecen en la memoria colectiva, como se vuelven retórica, se disuelven en el velo de las palabras y los números; sin embargo, tienen tal carga de intensidad que renacen de las cenizas”.

Paco Ignacio Taibo II

Lo primero que podemos decir, sin lugar a equivocarnos, es que la capacidad de organización de cualquier sector no está limitada a priori por ninguna fuerza sobre natural: si hay un plan de acción y personas para llevar adelante una voluntad colectiva, ésta es posible. Lo digo porque, cuando comenzamos, nos decían que los músicos eran muy individualistas y que era imposible organizarnos. Esto se dice en otros sectores también. Rechazamos de plano esta cuestión. No solo nos organizamos sino que se constituyó regionalmente la práctica de organización democrática que articula una voz colectiva.

Lo segundo que podemos decir es que siempre conviene encontrar la raigambre histórica de nuestras construcciones, para entender dónde estamos parados. La organización gremial en la ciudad tiene una larga tradición. Comprender nuestra historia fue uno de los objetivos que nos permitió asumir que buena parte de las políticas públicas que existen se deben a la organización desde abajo. Como se sabe, tres de las cuatro escuelas de arte así como la orquesta sinfónica surgen de una batalla dada por la vieja Asociación de Músicos Bahienses y Afines, sobre fines de la década del cincuenta.

Decir que lo que vive comunitariamente y se forja institucionalmente nace desde abajo, desde el pie, es decir que no nace por dádivas. Es arrancado al estado por luchar, no es recibido del estado (por callar frente a sus funcionarios a causa de miedos u oportunismos). Esto es así en la historia con cualquier cosa que haya sobrevivido a los vaivenes electorales. Nace por puja, permanece por prepotencia de trabajo.

Aprendí que los poderes político y económico avanzan hasta donde los dejamos que avancen: que si nos organizamos no hay poder de arriba que pueda contra el poder popular. Es en esta ciudad en la que las prácticas violentas por parte de diferentes períodos de gobierno no pudieron llevarse puesta la legislación que construimos.

Ahora bien, atención, esa capacidad de resistencia no tiene que ver con que el sector –separadamente– es fuerte o, dicho de otra forma, con hacer fuerte al sector. Tiene que ver con lo contrario: que el sector se diluya en el cuerpo social entero; que la cultura sea un asunto del conjunto comunitario. Solo cuando es asumida así, la cultura es defendida por el todo. Por eso hemos ganado algunas peleas, no porque el gremio es fuerte –o no solamente- sino porque haber trabajado en el sentido de tomar como propios y principal bandera no solo nuestros derechos laborales sino los derechos culturales del conjunto es lo que permitió que el conjunto sienta que somos parte de él, que estamos para él, y que tocar una orquesta escuela, un taller barrial, una ordenanza que haga a lo cultural, es tocar a todos. Eso y no otra cosa es politizar, es decir, que el tema sea político, o sea de la ciudad. A quién vota cada quién es un asunto de otro tipo: electoral.

Aprendí que no hay batalla ganada sino posiciones que defender: lo que hoy ganamos, si no lo sostenemos con cuerpo social, puede sernos fácilmente arrebatado.

Aprendí que los que nos quieren gobernar y/o dominar siempre tienen táctica y estrategia y que a ellas debe oponérsele unas propias. La organización no es un problema (solo) de humores sociales y estados de ánimo: es un problema de comprensión de lo que ocurre y de, ante eso que ocurre, articular una cantidad de acciones determinadas que tienen efectos concretos que pueden ser considerados en términos de su efectividad concreta. Esto es: no se trata de ver quién grita más algo sino de quién logra, con los recursos que tiene, articular una mejor estrategia y táctica para avanzar según sus objetivos. Para cada conflicto sectorial o para cada batalla contra la violencia estatal, hemos desarrollado tácticas en función de nuestra estrategia general.

Aprendí que la asamblea es el ámbito más democrático que cualquier organización puede conseguir y que es ese el lugar en el que se construyen colectivamente la estrategia y la táctica de una organización. Ahora bien, es preciso sostener una memoria de los acuerdos para no andar olvidando el sendero y que nos lleven puestos por distraídos.

Aprendí que la conducción no es otra cosa que servicio. En palabras del filósofo Enrique Dussel, no es otra cosa que ejercer el “poder obediencial”, esto es: “mandar obedeciendo”. Por algún extraño motivo, por una deformación ideológica que estamos pagando carísimo –en el país– , muchas veces las conducciones piensan que han sido votadas para aplicar su voluntad en tanto voluntad propia y esto jamás es así: se elige a una conducción para llevar adelante una voluntad popular. Poco importa la opinión personal de quien dirige, salvo en los momentos en los que, como cualquier integrante de colectivo, discute en asamblea y manifiesta su parecer. Luego, son todas responsabilidades y ningún privilegio ser parte de la conducción. No olvidar nunca que lo que uno representa es una voz colectiva, y no debe ser de ninguna otra forma.

Aprendí que no hay historia política sin historia de las subjetividades y que es en el ámbito de las subjetividades en el que se dan las batallas. Dicho de otra forma, no debemos desatender jamás aquello que es constitutivo a la subjetividad del ser humano en comunidad, porque es en ese lugar de batalla, en el que se dirime nada menos que el sentido. Al respecto, me he cansado de escuchar que cuando a alguna asamblea no va un número significativo de personas se debe a “problemas de comunicación” (y por comunicación se entiende ser clientes de las plataformas que nos imponen criterios, como si no hubiera alternativas inexploradas de comunicación popular).

De plano invito a rechazar este elemento como causa de la falta de participación; es en el problema de la subjetividad en el que encontramos que, por más que a una persona le indiquen que hay una asamblea con luces de neón en el propio cuarto de su casa, si la palabra “asamblea” significa nada o, peor, tiene tintes negativos para este sujeto en cuestión, pues la pelea no está en meterle la palabra en cada aplicación de su celular sino garantizar que “asamblea” tenga en el sentido común de quienes van a integrarla pues un carácter que les toque alguna fibra, que se les frunza algo, que les haga algo al cuerpo en tanto en él reside la conciencia y la memoria de que se es pueblo y sujeto histórico. Si no disputamos en el universo de lo concreto (no del discurso) el sentido de las palabras, podemos difundirlas todo lo que queramos pero ya ganó el enemigo la partida antes de que se manifieste exteriormente, pues ya está perdida en la propia subjetividad del sujeto. Cada organización debe tener una táctica, dijimos no de comunicación, sino de descolonización de subjetividades para empezar a caminar cualquier camino de disputa.

Aprendí que el oportunismo es una escuela en la que estudian diferentes corrientes: de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Vi nacer organizaciones que se diluyeron cuando sus jefes consiguieron cargos. Fui testigo de la complicidad de valientes pelafustanes con declaraciones guevaristas en el ámbito público y prácticas (por decirlo poéticamente) sadomasoquistas ante la situación de palacio.

Aprendí que el poder no respeta nada y siempre intenta corromper a cualquier dirigente popular. De ahí se desprende algo básico (que lamentablemente no resulta tan básico, en la actualidad): la ética es la principal herramienta política de defensa de nuestras organizaciones así como el atributo de la organización es el principal elemento de ofensiva (dado que el poder económico, jurídico, mediático, lo tienen ellos). No se trata de felicitar a los dirigentes porque sean buenas personas, se trata de que un gremio, una organización popular que no tiene dirigentes incuestionables en su conducción ya perdió la partida antes de arrancar, pues al corrupto empresariado le es afecto salir a cazar dirigentes mediocres y estos dirigentes dejan inermes a sus organizaciones por haber traicionado el imperativo ético sin el que no se puede hacer anda concretamente en materia de organización popular.

Aprendí que siempre se está aprendiendo y que de ninguna manera militar un proyecto colectivo se trata de decir lo que está bien con palabras floridas sino de demostrar en términos concretos una herramienta que sea efectivamente democrática en su hacer. Lo único efectivamente constatable es lo que viven y cómo lo viven los y las integrantes de determinado colectivo. Decir cosas es una manifestación de la voluntad; construir cosas es lo único verificable para el común.

Finalmente, aprendí que todo momento tiene sus dificultades particulares, y que entenderlas es necesario para confrontarlas. Salga bien o salga mal el derrotero de nuestra comunidad, no se lucha porque se sabe que se va a ganar, se lucha porque se sabe que no es aceptable el actual estado de cosas.

De fondo, la única línea que nos divide en tanto seres humanos es si entendemos que siempre todo se debe a lo común o si pretendemos que salvarse individualmente (olvidar la suerte de los semejantes) es el camino. Todo lo demás, es cuestión de debate.

Ah, sí, claro: aprendí que es necesario debatir todo, cuestionar todo, y que el silencio y la complicidad por temor o por oportunismo es el boleto de entrada a la derrota segura.

Foto de archivo: primer acto del primero de mayo en que participa el gremio, a poco tiempo de su fundación.