Rosario presente
(Por Ana Paula Vela) Hace un año que no estás, Rosario. O mejor dicho, no está tu cuerpo. Tu cuerpo travesti, que supiste armar a pesar de la violencia, a pesar de los prejuicios, para ver tu identidad reflejada en el espejo. Pero vos seguís acá: te buscamos en tus fotos, marchando con Pelusa, con tu mamá; en los textos que habías empezado a escribir, por fin animándote a contar una parte – solo una parte – de todo lo que habías vivido, en las entrevistas que diste, en las anécdotas de tus amigas, en un gajito de una planta robado por la calle.
La noticia de tu muerte llegó como esas cosas que duelen en un silencio que aturde. Lo supimos desde el primer momento: fue travesticidio. Travesticidio porque tu muerte es la expresión más extrema de una cadena de violencias y exclusiones que obligan a pensar toda una vida en menos de 35 años. Vos no te cansabas de repetirlo: “el Estado debe pedirnos perdón por el genocidio que cometió con nosotras”.
¿Cuántas veces más de gritar y reclamar que estamos en peligro hubieran sido suficientes para que no te maten? Volvemos a escucharte una y otra vez, contando tu historia -que es la de tantas otras- como una crónica anunciada del horror. Pensamos en todo lo que viviste, lo que advertiste, lo que todavía no tiene respuestas.
Tu ausencia es una herida colectiva abierta. Es un vacío irreparable en la comunidad. Un silencio que pesa en los momentos donde no sabemos qué más hacer, porque eras un faro, con tu templanza y tu claridad para decir lo insoportable, para resistir. Pesa en las que quedan vivas y siguen trabajando sin resguardos, sin contención psicológica. Porque cuando matan a una compañera, lo que se quiebra no es solo una vida: es la sensación de que alguna vez estuvimos a salvo.
Rosario, qué difícil se hace en estos tiempos pensar que luchar tiene sentido. Ahí es cuando volvemos a tus palabras, a tu ejemplo. Vos luchaste cuando los derechos no existían, cuando la tortura a los cuerpos disidentes era la norma. Te sobrepusiste al dolor de tus amigas asesinadas, a la humillación en el calabozo y supiste tejer con ternura la conciencia en tus compañeras. Nos compartiste tu historia con el único objetivo de que nunca se repita, de que nadie tenga que pasar por lo que vos pasaste. Te diste el gusto de decirles en la cara a los comisarios que te habían violentado que ahora tenías derechos. Te sentaste en el parlamento a pedir por la reparación histórica, que, como vos decías, “nada repara”.
“Vivíamos muertas a golpes, sin derecho a nada. Yo todavía no entiendo cómo sobreviví”, decías. Y vuelve a doler el estómago. Superaste la expectativa de vida travesti, eras una sobreviviente, pero no sobrevivías: vivías. Vivías tu vida con la alegría de quien conoció el dolor. Marchabas, organizabas, proponías y nos peleabas con picardía.
Demolieron tu casa, pero no tu memoria. Lo que duele no es solo tu ausencia, sino la indiferencia: nos siguen matando en nuestras casas, el cupo laboral trans sigue sin cumplirse, las compañeras no tienen dónde pedir ayuda. Duele que no te nombren, Rosario.
Pero un año después, entre tanto dolor, también crece algo. En los patios, en las macetas, en nosotras siguen vivos tus gajitos: echan raíces, florece tu militancia. Se multiplica, se cuida, vuelve a brotar aunque el suelo sea duro. Parece que nada se movió. Pero seguimos acá, y no nos cansamos de decir tu nombre: Rosario presente.
Por cada una de nuestras muertas, por cada derecho vulnerado, Rosario presente. Ante la indiferencia de quienes deben garantizarlos, Rosario presente. En las paredes, en los carteles, en las marchas, en las escuelas, hasta que se haga justicia y siempre, Rosario presente.






