Variaciones acerca de la pasión de contar el mundo

(Por Astor Vitali) ¿Cómo arma su agenda un periodista? ¿Qué considera que debe ser contado y por qué? ¿Cuánto hay de trabajo humano y cuánto de mecanización del trabajo? ¿Qué podemos hacer quienes trabajamos para salir de la lógica de la desinversión empresarial? ¿A quién le importa qué contamos y por qué?

En la vorágine del trabajo diario, un periodista debe enfrentarse a la difícil tarea de poner en agenda una serie de temas que destacará. El hecho tiene un sentido editorial, político: “esto que te cuento, es lo que importa”. La relación entre su audiencia y él (o ellas) se basa en una confianza implícita: te creo en el hecho de que vas a destacar temas según tu subjetividad, pero también según tu honestidad intelectual. Te creo que vas a trabajar para eso, como trabaja el panadero para ofrecer sus mejores medialunas.

Entonces aparece la siguiente pregunta: ¿qué debe ser contado y por qué? Pero entre esa pregunta y la maquinaria de medios opera un factor determinante que genera angustia: el tiempo. Para que alguien pueda contar cosas tiene que tener tiempo para observarlas, analizarlas, elegir el género narrativo más adecuado para contarlo.

Pero resulta que el periodista tiene que –por circunstancias materiales, bien concretas-, para sobrevivir, dotarse de tres o cuatro trabajos. Esos tres o cuatros trabajos requerirían el mismo elemento: tiempo.

No hay tiempo, entonces. Nuestro cronista trabajará, pongamos por ejemplo, en un programa de radio de tres horas diarias, en un portal web, en alguna institución para organizar información y difundirla y en algún que otro programa el fin de semana, que le sirve para completar (¿?) el sueldo.

Nuestro cronista está más tiempo en el aire que observando. ¿Qué puede contar si no tiene tiempo para observar, para investigar, para formarse, para agregar algo a lo que cualquiera puede ver en cualquier portal?

Entonces aparece la máquina: la procesadora de información que ya viene procesada. Nuestro cronista entonces reproduce cosas que otros cuentan.

La operación es más o menos regular: está todo el día conectado no al mundo que debería contar sino a portales informativos y redes sociales que ya le ofrecen la jerarquización de temas que deberá contar. La agenda se la hizo otro. Y él irá a la radio a reproducir la agenda que hizo Otro.

El cronista ya no es sujeto: es el objeto reproductor. Lo que llaman opinión, es la opinión de la opinión: es el comentario de cierre sobre lo que otro le contó y que ya está recortado y editorializado.

El problema de esta encerrona del periodismo no reside en que el cronista no quiere hacer su trabajo sino en que en el modo en que está articulado el sistema precarizado de medios lisa y llanamente el cronista no puede hacer su trabajo: hace otro, el de una suerte de copista sofisticado; un copista que apenas agrega su timbre de voz, y alguna muletilla propia.

El cambio radical de modelos de empresas mediáticas y sus consabidos sueldos miserables da cuenta del problema central: los empresarios de medios no quieren cronistas; quieren copistas.

¿Qué podemos hacer frente a esto? Está lleno de intentos. De hecho, desde los viejos blogs hasta programas independientes, pequeñas productoras, radios comunitarias y otras experiencias dan cuenta de que los y las periodistas resisten a este fenómeno de normalización violenta con muchos intentos y como pueden. Cabe recordar que –sobre todo- necesitan comer para contar.

Algunos de esos intentos salen bien. Otros –cabe que lo reconozcamos- en buena medida seguimos como objetos de la máquina pero sin salarios y como empresarios de nosotros mismos; nuevamente, sin tiempo para contar, corriendo en otra casita de ratón pero más precaria.

Cabe destacar: a diferencia de los empresarios de medios, los y las periodistas al menos hacen intentos.

Hay un problema en el vínculo entre cronistas y público, y es que esta situación es más o menos consabida por las personas del medio pero no por el gran público. El gran público prende la radio bajo el supuesto de que quien cuenta tendrá honestidad intelectual y que le va a aportar algo propio.

Algo funciona mal en este vínculo, en no terminar de reconocer ante nuestro público el hecho de que estamos en la misma: así como las personas del público padecen de esa angustia de no llegar a hacer con sus vidas lo que quieren hacer, nosotros tampoco. A veces parece que alguien que está frente a una cámara ya “llegó” y está ocupándose de su vocación. Sin embargo, hay algo aún más perturbador -que la tragedia común de la vacío humano- en la angustia de alguien que se dedica a su oficio pero no puede hacer lo que quiere de-con su oficio (a veces sería preferible dedicarse a otra cosa pero hacer bien nuestro trabajo deseado).

El círculo se cierra con la pregunta de la desesperanza: ¿a quién le importa lo que contamos y por qué? Cuando salimos del estudio de radio el mundo sigue girando más o menos igual que antes de habernos sentado frente al micrófono. La crueldad verdadera aparece: no movemos el mundo. Y esto puede abonar al achanchamiento: ¿para qué voy a investigar si igual qué importa?

Esa pregunta tiene dos efectos concretos bien distintos. Rodolfo Walsh, en los diferentes prólogos a Operación Masacre, se preguntaba lo mismo: ¿tiene sentido escribir esto? ¿A quién le importa? Los medios no lo publican. El Poder Judicial no actúa y el sistema “democrático” no quiere saberlo porque de saberlo habría que cambiar todo. Es decir, escribir no ha resuelto el problema.

Pero mientras Rodolfo Walsh se pregunta esto, reedita. Está reeditando, agregando material, información, trabajando.

Es decir, la pregunta es una pregunta: no podemos saber sobre los efectos sino hasta que se produzcan. Lo podremos saber, con suerte, más adelante. Por lo cual, encontrar un impulso desalentador en la pregunta, es una opción basada en la propia pulsión que nos arroja a no seguir. Pero la pregunta puede tener más bien una fuerza de la pulsión vital que surge de la curiosidad: ¿a ver qué pasa si sigo publicando, investigando, buscando las mejores formas de narrar?

Incluso contarle a nuestra audiencia que no podemos contar mucho porque nuestras condiciones de trabajo no nos lo permiten ya es contar algo; y es mejor que reproducir las diez pelotudas noticias de la mañana.

¿Quién dice qué es noticia?

Uno supone que las tradiciones definen, en buena medida, las prácticas de los oficios. Las tradiciones son lugares de disputa simbólica, que se lleva adelante por caminos concretos. Son los actores, los protagonistas de las prácticas quienes libran su pugna más o menos abierta por la delimitación de las prácticas. ¿Quién define la práctica de delimitar qué es la noticia?

Los manuales de estilo de las empresas periodísticas –que por algún raro motivo se estudiaban con ahínco en las carreras de periodismo de instituciones públicas– hablaban de objetividad, de mostrar los hechos que ocurren. De ser mediadores en la transmisión de “noticias”.

Dice el Manual de Estilo que originalmente Clarín publicó en 1997: “Son noticia los sucesos que la opinión pública necesita conocer por su significación e impacto sobre: la actualidad cotidiana, la paz externa o interna, la vida social, la convivencia, las costumbres; o porque marcan tendencias que deben ser detectadas e investigadas”. Tomá mate.

O sea que si una noticia está determinada porque la opinión pública necesita conocerla ¿por qué es una empresa privada la que toma la definición de qué sería eso que necesita saber? Si lo necesita la opinión pública ¿no lo debería determinar la opinión pública?

Para esto es necesaria la participación de la sociedad en la propia construcción de los criterios de aquello que difunde un medio. Por eso el rol de los medios comunitarios opone una respuesta concreta a un padecimiento existente. El padecimiento: que un grupo minoritario de empresarios con intereses en que la opinión pública apruebe las propias políticas económicas convenientes a esos grupos, tenga la capacidad de digitar a oscuras lo que sale a luz. La respuesta concreta: que los medios estén en manos de las asociaciones libres de los pueblos. Son organizaciones sin fines de lucro cuyos objetivos no son los de actores de la sociedad que dominan medios para obtener ganancias particulares sino que construyen condiciones para que el ejercicio de la comunicación profesional esté orientado a las prácticas concretas de los actores que determinan una sociedad.

Pongamos un ejemplo: si esta mañana ponés un medio privado vas a escuchar la última canción que la Sony u otra empresa necesita difundir para expandir su mercado. Si ponés FM De la Calle, podés escuchar eso (lo que existe es mejor conocerlo que soslayarlo, que negarlo) pero centralmente vas a escuchar la última canción que publicó un artista que pertenece a la comunidad; aplastado en los otros medios por la fuerza del mercado que prioriza su propuesta y silencia al resto (por más que insistan en la quimérica idea de la democratización que suponen las plataformas).

SI quienes constituyen la base social de un medio, organizaciones sociales en el caso de las radios comunitarias, empresarios con intereses concretos en los medios privados (que no son amantes desinteresados del periodismo y de la comunicación, dedicados al bienestar general y de la República). Luego los medios públicos que suelen ser más estatales que públicos. Cada quién elije qué contar.

A esa agenda, entonces, se la construye desde lugares situados y concretos. En nuestro caso, los intereses están bien delimitados: son los del campo popular, al cual pertenecemos.

Había en los 90 un spot de ARPA, con la peor herencia buchoneril de la dictadura, que llamaba a denunciar radios “truchas”. Se suponía que hacíamos peor periodismo. Éramos truchas. La vuelta del almanaque va dando cuenta de que esto no es así y de que finalmente en muchos medios comunitarios hay una profesionalización de la práctica periodística, muchísimo más responsable al hablar de muchos temas que la que tienen medios privados que han deteriorado la práctica periodística en función de beneficiar ciertos intereses.

¿Por qué la han deteriorado? Porque no pueden ejercerla sin que esto afecte los intereses que tienen que defender. Para hacer comunicación en Bahía Blanca hay que hablar de algunos temas: narcotráfico, contaminación, tongos empresariales, etc. La imposibilidad de que la democracia sea algo más que una formalidad a partir de los acuerdos estructurales que hay entre los principales grupos de poder que ya han determinado la suerte del resto a través de un modelo económico describible que deja casi a la mitad de la población caída, fuera del mapa.

Contar lo que ocurre implica evidenciar sus chanchullos. Por eso terminan haciendo eso que hacen: una mezcla de entretenimiento, opinología insulsa o contar la última comida deglutida a partir de un canje con el último restaurant que abrió. Pobreza de espíritu; tristeza de profesión.

Para definir un canon (o sea qué significa la práctica periodística) es necesario tener la capacidad de hacerlo, esto es, contar con el poder necesario para construir las condiciones que dan cuenta de lo que luego se historiará como un modelo hegemónico. Por nuestra parte, de manera totalmente subjetiva pero en acuerdo con la perspectiva de las organizaciones de la sociedad que buscan vivir con justicia, intentamos y queremos una nueva hegemonía: una donde aquello que es noticia sea definido por, como diría el librito de marras, “la opinión pública”. En nuestras palabras: que lo defina la comunidad.

“Escribir es escuchar”

Muchas veces, cuando se llega al periodismo desde la militancia política, la tentación de bajar línea es irrefrenable. Uno quiere que el mundo se mueve en una dirección y la palabra se nos aparece con lo más fornido del cuerpo capaz de empujar en esa dirección. Sin embargo, el riesgo de confundir periodismo con dar misa está a un paso, como la estupidez se encuentra a milímetros del momento en que aparece una idea aparentemente brillante.

Un militante de izquierda es militante porque es de izquierda: la única manera de concebir la transformación del mundo es a través de la acción directa. Hasta ahí vamos. Una acción posible (fuera del ámbito específicamente de la política, es decir, dentro del ámbito de lo político), es el periodismo.

Entonces la confusión puede estar muy a la mano: no es lo mismo decir lo que uno piensa de las cosas que contar, desde una perspectiva, las cosas que ocurren. En el primer caso se está difundiendo una opinión -que nadie nos pidió- acerca de algo que ocurrió. En el segundo caso, se está construyendo una narración acerca de algo que ocurre. Opinar y contar no son exactamente la misma cosa. Por eso hay géneros: la opinión y la noticia.

Es una manera de la explicitud: si hago un comentario editorial, estoy opinando, si cuento una noticia, estoy tratando de dar cuenta de algo (por supuesto, no es objetivo el relato, pero tiene otras reglas de construcción).

El vínculo entre contar algo y dar misa tiene larga data en la discusión del oficio en la Argentina. Una figura ineludible para pensar este tipo de cosas es la de Rodolfo Walsh. La pregunta es si aquel que se acerca al periodismo desde el pensamiento crítico debe bajar línea o si, en rigor, la realidad es lo suficientemente injusta como para que con contarla –sin subestimar al público- despierte indignación per se.

Walsh pasó del gorilismo a la posibilidad más extrema de encarnar la actitud ética y política más radical de la izquierda argentina. O sea, no estamos hablando de una postura que reivindique la objetividad, sino un rol en el lenguaje (el periodístico).

Dicen Hugo Montero e Ignacio Portela en Rodolfo Walsh Los años montoneros (Sudestada): “De regreso al trabajo cotidiano, el Semanario CGT no podía estar exento de los problemas y contradicciones que deshilacharon a la propia central encabezada por Ongaro. La satisfacción de publicar el periódico incluso en las condiciones más adversas, ser conscientes de su calidad y de su impacto entre los trabajadores de todo el país, traía aparejadas también las contradicciones de una realidad que, a menudo, ponía en cuestión muchos de los ejes propagandísticos que se difundían dese sus páginas. <<La rebelión de las bases quedó en los papeles, las bases no tuvieron expresión real, no se integraron orgánicamente en la CGT. De ellas no surgieron sus dirigentes, activistas, cuadros>>, sintetiza Walsh con sinceridad. Tampoco el periódico, pese a la riqueza del material y a la regularidad de su publicación, se mantuvo al margen de las críticas que se dejaban escuchar en las reuniones entre aliados de la central combativa. Incluso confirmando una vez más la amplitud de sus redactores y el valor que sus responsables le otorgaban a las voces compañeras. Por ejemplo, el representante del sindicato del Hielo señala durante una reunión de agrupaciones de base <<por momentos áspera>> –según se explica en edición número quince-: <<Habría que preguntarles a los compañeros qué piensan de los trece o catorce números del diario de la CGT. Porque si el diario no se vende no es porque los compañeros no lo quieren vender. A lo mejor la gente no lo quiere comprar porque no se ve reflejada en el periódico. Todos los enemigos del pueblo salen fotografiados en la CGT. No he visto una sola foto de un obrero en overol. No he visto la opinión de un auténtico obrero cualquiera que diga qué opina él del diario. Ahí se habla de grandes problemas, grandes cosas, pero las opiniones y las inquietudes de las bases no se reflejan… Y para mí está mal hecho>>. Por último, el mismo dirigente concluye: <<La agrupación del Hielo lo va a vender cuando sea el diario de la clase obrera argentina, y no el diario de un grupo de intelectuales que no conoce un corno de lo que pasa en las bases del movimiento obrero>>.

Como Walsh era un escritor brillante, también tenía la genialidad de la síntesis: “<<Escribir es escuchar>>, dijo Walsh, y toda su vida periodística parece estar signada por esa breve sentencia. No hubo otro escritor con su olfato para atrapar en el aire fugaces destellos de la realidad y transformarlos en potentes metáforas de un presente siempre difícil de sintetizar desde la crónica”.

“Era más escuchador que conversador, pero lo hacía con mucho interés. Era ese tipo de persona que escucha como interrogando. Él decía que escribir es escuchar, y por eso andaba siempre con un grabador”, dice Lilia Ferreyra.

Entonces, retomando la cosa que nos ocupa: ¿bajar línea o contar?  Responde Walsh: “escribir es escuchar”. Y es una respuesta refrendada en una biografía: sus argumentos han sido defendidos con su cuerpo.

“<<Con la Conducción Nacional siempre hubo mucha discusión por la prensa, que ellos entendía como un mero recurso de propaganda y nosotros como un instrumento de difusión más amplio>>, explica Verbitsky acerca de las diferencias con la dirección montonera ante los proyectos periodísticos propuestos por Walsh y su equipo. Por eso la premisa, como siempre en sus proyectos, era respaldarse en datos concretos y escapar a la tenencia de manipular la información para transformarla en burda propaganda, en tiempos en que la prensa de Montoneros machacaba una y otra vez sobre victorias continuas, epopeyas repetidas y en el aprovechamiento oportunista de los acontecimientos para ajustar la realidad a su discurso triunfalista. En ese sentido, Verbitsky cita una anécdota protagonizada por Walsh cuando leía la prensa partidaria: <<En la intimidad, arrojó con furia contra la pared un ejemplar de la revista Evita Montonera, donde los autodenominados comandantes predicaban las retóricas consignas bélicas del jet set revolucionario internacional. Le parecían una burla a la gente que a duras penas conseguía sobrevivir>>. Si algo tenía en claro Walsh era que ANCLA no tenía que ser un órgano de propaganda para informar el éxito o fracaso de las operaciones militares de Montoneros, sino que su utilidad radicaba en dar respuestas políticas antes que militares, con datos de los crímenes que se estaban cometiendo en el país ante el silencio de los principales diarios. <<Los medios de información ideados por Walsh no se hacían eco de consignas y adjetivos cada vez más despegados de la realidad. Coherentes con su certeza acerca del poder que significa la verdad en manos del pueblo, desempeñaban la función vital y no sectaria de informarlo>>, explica Verbitsky”.

Repitamos: “coherentes con su certeza acerca del poder que significa la verdad en manos del pueblo”. Nuevamente: “respaldarse en datos concretos y escapar a la tenencia de manipular la información para transformarla en burda propaganda”.

Queda claro.

Cabe poner la lupa en la propia práctica. Poner el ojo en la paja propia. Conviene revisar estas prácticas cuestionadas por Walsh en el ámbito de las izquierdas. ¿Cuánto bajamos de línea de más y cuánto estamos logrando contar lo que ocurre? El poder nos subestima; no deberíamos hacerlo entre compañeros y compañeras.

Dicho esto, giremos la vista hacia otro lado. En una publinota que hicieron a Gustavo Elías (de Massot a Elías se explica el cambio de la composición de la nueva burguesía, del nuevo bloque hegemónico, dos momentos de la historia) hace cuatro años, el dirigente privado al que todos los organismos públicos rinden pleitesía dice: “El periodismo tiene que construir caminos. Este es rol de la hora. Tal vez el rol del periodismo en comunidades más ordenandos es exhibir el problema, es hacer una crónica del problema”. Estamos claros. La Nueva está para conducirnos hacia su proyecto político. Para eso compró el diario.

Para ese proyecto político, para esa dirigencia, no hay que contar lo que ocurre sino orientar a la sociedad en el sentido de su proyecto de “progeso”. La “co-gestión público privada” (sin duda nos están co-gestionando, sin mayores cuidados).

De ese lado del mostrador, están orientándonos acerca de qué tenemos que pensar sobre las cosas: sobre la contaminación, el estado, el  progreso, el vínculo entre el estado y lo privado: la visión neoliberal vigente. De este lado, estamos intentando contar suponiendo que no hace falta explicar porque con contar ya se hace evidente todo el desencanto que nos generan, todo el padecimiento que genera, la angustia de vivir a las corridas (corridos) y en incómodas cuotas.

Lo más sintético que se ha dicho, entonces: “escribir es escuchar”.

Últimos giros

Hemos intentado aportar preguntas para pensar el problema de la comunicación, más precisamente, acerca del ejercicio del periodismo. Como todo, las verdades se nos escurren de la palabra. Siempre hay un problema que no tiene resolución, algún asunto ajeno a la voluntad propia y sobre todo, siempre aparecen los errores al alcance de la mano.

Quizá solo se trate de contar. Quizá solo se trate de la honestidad a flor de piel a la hora de contar. Quizá de la honestidad surja el amor. El periodismo y el amor por las cosas que existen quizá tengan un vínculo, aunque sean palabras que no suelan acercarse en un papel.

Tal vez amar no sea otra cosa que el deseo de cuidar aquello a lo que sea ama, y para eso se hace es necesario renunciar a la voluntad del demiurgo: renunciar a la pulsión de forjar a lo que sea ama para conservarlo bello para uno; facilitar la dinamita para hacer estallar todo lo que asfixie.

Quizá solo se trate de contar. Y de la honestidad a flor de piel y de la necesidad de la belleza surja la necesidad de contar bien. La palabra “bien” no refiere a una noción moral: refiere más a la noción de entrega: te cuento esto de la mejor manera que pueda. Voy a trabajar para ello.

Quizá solo se trate de enterarse de algo. Enterarse es salir a ver qué hay más allá de uno. Enterarse de uno es intentar descubrir: es ir a ver de qué se trata la vida.

Suben los precios. Sí, pero ¿por qué? Por razones de oferta y demanda, sí, pero no alcanza para explicar. Por razones más agudas de la economía política, sí pero la explicación de los procedimientos no desentraña el nudo de por qué las decisiones que dan cuenta del proceso  fueron en sentido y no en otro.

Tal vez uno pregunte a otros porque es la única forma de encontrarse.

Quizá el periodismo sea una suerte de analista del mundo; y –dicen–  no se puede atender a todo el mundo al mismo tiempo. Mucho menos comprenderlo. Quizá por eso existan palabras como “intuición”.

Quizá no sea ninguna de estas cosas y estamos más cerca del desconcierto absoluto ahora que hemos preguntado cosas, que antes de haber abierto esos signos de pregunta. Quizá la pregunta sea apenas un signo. Quizá un signo no es apenas un signo. Quizá todo esto junto y algunas cosas más.

De todas formas algunas cosas están más a la mano. Generar las condiciones para hacer mejor periodismo es responsabilidad de quienes tienen el poder para hacerlo. También es cierto que es responsabilidad de quienes no tienen el poder, pelear para tenerlo y para que nunca más se ejerza contra lo que vive.

Otras cosas son menos claras. Quizá se trate preguntar por esas cosas que son menos claras. Y acerca de por qué la luz del aire, en general, prefiere no tocarlas.

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