Bahía Originaria: Calfucura y el malón del 19 de mayo

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Se cumplen este sábado 159 años de la masacre indígena perpetrada por las fuerzas de Bahía Blanca. El episodio registrado por la historia oficial como “el último malón” fue ordenado por el toqui mapuche Juan Calfucura luego una serie de ofensas y en una particular situación política.

Compartimos en este aniversario un material producido durante la sexta edición del ciclo Bahía Originaria organizado por FM De la Calle y Kumelen Newen Mapu. En dicha ocasión, el historiador Sebastián Alioto (UNS) contextualizó los hechos que tuvieron su máximo punto de barbarie con “la hoguera del escarmiento”.

“El comandante Orquera, que había tenido una actuación más bien pálida el 19 de mayo, encima decidió que los cadáveres de los indígenas que habían muerto en el combate sean reunidos en lo que hoy es la Plaza Rivadavia y quemados. Se hizo una especie de pira funeraria en la cual se quemaron los cadáveres de los combatientes muertos para espanto de los propios pobladores de la ciudad”, relató.

Kumelen Newen Mapu realizará una ceremonia este 19 de mayo a las 9 en Parque Noroeste. Posteriormente se compartirá un desayuno a la canasta.

En 1859 el Estado de Buenos Aires se había dividido de la Confederación Argentina.

Calfucura, que era el jefe indígena más importante en ese momento, del grupo salinero, había tenido buena relación con Rosas, basada en la diplomacia y las raciones -una cantidad de ganado, caballar y vacunos- y lo que se llamaban vicios -yerba, azúcar, tabaco-, bienes de consumo que venían del mundo occidental, criollo, que el Estado les daba a los grupos indígenas en compensación por mantener la paz en la frontera.

Cuando cae Rosas y se produce la secesión de Buenos Aires de la Confederación, el nuevo gobierno, los liberales de Mitre, los herederos de los unitarios que después pasaron a gobernar parte de la Argentina, tenían un plan distinto que era bajar sustancialmente las raciones y enfrentar a los grupos nativos.

Calfucura adoptó una posición de reacción contra eso, buscó aliarse con Urquiza -el jefe de la Confederación- en contra de Buenos Aires mientras negociaba con Buenos Aires si podía reestablecer el equilibrio y la paz.

No fue posible. Hubo malones en el ’52, ’53, después una pequeña paz y en el ’55 y ’56 otra serie de malones por parte de Calfucura y de varios de sus aliados.

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Uno de los talentos de Calfucura fue no cerrarse en su propio grupo, parte de las raciones iban a sus propios capitanejos y hacia otros pueblos o grupos indígenas en las pampas y en la cordillera y más allá, en la Araucanía, lo que hoy es territorio chileno. Calfucura había hecho una red diplomática muy grande.

La mayoría de los malones están concebidos desde el punto de vista indígena como un resarcimiento de un daño. En la lógica indígena las personas que han sido ofendidas están obligadas a vengarse de esa afrenta y no pueden eludirlo.

Había varias afrentas acumuladas en el marco de una política agresiva del Estado que empezó con la caída de Rosas y se fue profundizando cada vez más.

La principal fue lo que ocurrió en febrero de 1858. El ejército de Buenos Aires invadió las tolderías de los salineros. Fue la primera y la única vez que lograron hacerlo. Buenos Aires decidió pasar a la ofensiva y envió dos expediciones. Una más al norte contra los ranqueles, en lo que hoy es el norte de la provincia de La Pampa, esa expedición fue catastrófica porque estaba mal preparada y porque es un territorio árido en el que hay poca agua en superficie y hay que conocer bien dónde está y cómo sacarla.

En cambio, a la expedición del sur algunos la consideran un fracaso pero en realidad no lo fue. Se armaron dos columnas, una salió de Bahía Blanca y otra de Azul. Se juntaron en la Sierra de la Ventana, en Sierra de Curamalal, y de allí remontaron los arroyos de Pigüé y demás, mantuvieron algunas escaramuzas con partidas indígenas y siguieron avanzando hacia el núcleo de la territorialidad salinera que era la laguna de Carhué y la planicie que está alrededor, que es muy fértil, era el campo de invernada para sus ganados. De ahí hacia el oeste hasta Salinas Grandes, pasando Salinas Grandes, eso era lo que se llamaba el monte pampeano en el que hay árboles que no son de gran porte pero dan sombra y frutos que alimentan al ganado y a las personas.

Ese territorio fue invadido por las fuerzas de Buenos Aires, prácticamente sin combate porque Calfucura y sus aliados adoptaron la estrategia de salir rajando.

Destruyeron los toldos, se llevaron los animales, las ovejas y las vacas, y destruyeron los sembrados. En contra de la leyenda que suele circular, los indios cultivaban la tierra e inclusive las fuentes militares de la época hablan de que cada toldería tenía su huerta, que eran tanto de pantas autóctonas como plantas introducidas por los criollos. Por la cantidad de toldos, huertas y la superficie ocupada, podemos calcular que había unas tres mil personas, que es mucha gente para la densidad poblacional de esa época.

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Parte de los invasores habían salido de Bahía Blanca y eran el comandante militar, el comandante de la Legión Agrícola, incluso gente de las pulperías, vecinos de Bahía Blanca, gente que estos indígenas conocían de todos los días. No tenemos que pensar que esas poblaciones estaban separadas por una frontera que nadie cruzaba. Todo lo contrario, estaba lleno de gente que iba y venía, de hecho Bahía Blanca se fundó con un contingente de militares, por supuesto, de pulperos y de indígenas. Y desde ese momento de fundación en adelante, los nativos siempre estuvieron, a veces viviendo en los alrededores, a veces viniendo a comerciar. Pero no una vez por año: todo el tiempo. Calfucura, de hecho, se carteaba con mucha gente de Bahía Blanca. Por ejemplo con el mayor Iturra que es uno de los comandantes de la expediciones.

Entonces, ahí se la jura.

Sigue manteniendo correspondencia pero Iturra le hace otra tracalada. Calfucura después de la invasión manda a una de sus esposas en una especie de prenda de paz, con otra gente a comerciar a Bahía Blanca y le dice a Iturra: “Cuídemela, cuiden a la gente que va con ella”. Iturra la mete presa y la manda a Patagones.

Ya son dos ofensas.

Y la tercera, el mismo año de 1858, Yanquetruz -que era cacique de los tehuelches- es asesinado en Bahía Blanca en circunstancias que no están del todo claras. Aparentemente, en una pulpería se emborrachó, se peleó con alguien de la Guardia Nacional y lo mataron.

Yanquetruz era pariente de Calfucura, no estaba en buenos términos con él, al contrario, parecía que iba a tomar el partido del Estado de Buenos Aires, pero de todas maneras era pariente y estaba obligado a vengar su muerte según el Ad Mapu, el código de costumbres de los mapuche.

Una serie de ofensas y una situación política que hizo que Calfucura movilizara todas las fuerzas que tenía disponibles para atacar Bahía Blanca.

Eran entre 1500 y 3000 guerreros, que es muchísimo. La guarnición de Bahía Blanca, sumando todas las fuerzas, la Guardia Nacional, la Legión Agrícola, los soldados de línea, los Granaderos, sumaban como mucho 500 o 600 hombres.

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Cierro lo de la invasión del ’58.

Esa expedición se retira de las salinas, vuelve a las sierras y tiene pensado volver a atacar y expulsar a los indios de ahí. Pero Calfucura vuelve al lugar, les queman el campo y les empiezan a hacer una serie de incursiones menores que los obligan a retirarse y toda esa gente vuelve a Bahía Blanca y Calfucura empieza a planear el contragolpe.

Eso es lo que se produce el 19 de mayo de 1859, un malón muy grande.

Se produce a la madrugada, de noche, eso es clásico de todos los ataques de la guerra fronteriza de la región y en todas las que se enfrentan sociedades no estatales con sociedades estatales. Se realizan al amanecer, cuando el enemigo está desprevenido, si es posible antes de que amanezca porque se puede marchar de noche sin ser vistos. Los militares hacían lo mismo.

Primero se van llevando el ganado que hay en las estancias de los alrededores, después directamente entran en las pocas calles que estaban delimitadas en la ciudad y saquean algunos objetivos claves. Uno era una pequeña estancia que estaba en el medio de la ciudad donde había provisiones y armas de la Guardia Nacional.

Segundo, un lugar que es objeto de especial atención que es el almacén de Iturra, que había tomado la precaución de morirse dos meses antes pero estaba su viuda y ellos sabían cuál era su negocio, prácticamente estaba dedicado al comercio con indígenas. Lo saquearon, se tomaron todo lo que había y, además, hubo un gran empeño en quemarlo, en demostrar que estaban tomando una represalia contra él. De hecho, las bajas que se dieron entre los nativos se supone que se dieron en ese contexto, se ensañaron algunos con la pulpería de Iturra y dieron tiempo a que la Guardia Nacional y la Legión salieran, porque al principio se habían enclaustrado en el fuerte. Estaba en la esquina de 19 de mayo y Zelarrayán.

La historiografía más oficial sobre Bahía Blanca y la época dice que hubo una heroica actuación de la Guardia Nacional y de la Legión Italiana, que expulsaron a los invasores. En realidad no fue así o, por lo menos, expulsaron a los pocos invasores que habían quedado en el casco de la ciudad pero el grueso de los atacantes se quedó todo el día a la entrada de la ciudad. Los indios tenían una fuerza muy superior y los bahienses solo atinaron a defender como podían el casco de la ciudad. Cuando los indios le plantearon una batalla a campo abierto no pudieron hacerlo, los indios le hicieron un desfile ecuestre que es un desafío, es mostrar la propia fuerza ante el otro.

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Al día siguiente, el comandante Orquera, que había tenido una actuación más bien pálida, encima decidió que los cadáveres de los indígenas que habían muerto en el combate sean reunidos en lo que hoy es la Plaza Rivadavia y quemados. Se hizo una especie de pira funeraria en la cual se quemaron los cadáveres de los combatientes muertos para espanto de los propios pobladores de la ciudad.

Al otro día le escribieron una carta diciendo: “Por favor termine con esto”. Porque los cadáveres seguían ardiendo. Imagínense el olor a carne quemada y, además, la barbarie. Ni siquiera los propios pobladores que habían vivido el ataque y todas sus consecuencias, la crudeza, ni siquiera ellos podían soportar semejante barbarie. No se sabe qué pasó, se supone que finalmente la cortaron con eso.

Dentro de la lógica indígena -dentro de la de todos los pueblos del mundo- los cuerpos de los muertos son algo que hay que respetar, que necesitan un tratamiento especial que les asegure su paso a la otra vida o un determinado bienestar que por supuesto en este caso no pasó. Es una afrenta clásica de todos los conflictos que van escalando hacia un lugar de no resolución el de no respetar esta especie de convenciones de dar un tratamiento humanitario a los cadáveres de los vencidos, es un gesto clásico de desprecio.

Ese ataque fue el más grande de ese momento pero era parte de una serie de ataques que Calfucura y sus aliados, incluyendo al gobierno de Paraná, atacaron otro fortines de la frontera y, de hecho, terminaron ese mismo año tomando y ocupando los fuertes de Azul y Tandil. Durante un tiempo lo tuvieron tomado fuerzas mitad indígenas de Calfucura y mitad de la Confederación. Buenos Aires recuperó esas poblaciones más o menos rápidamente en un par de meses.

Ese contexto empieza a terminar con la batalla de Cepeda, una primera batalla entre Buenos Aires y la Confederación, y sobre todo con Pavón cuando Urquiza se rinde y empieza el proceso de unificación del Estado nacional que va a cambiar las condiciones para los indígenas, va a debilitar mucho su posición porque ahora ya no tienen dos Estados para negociar o combatir, tienen uno solo en proceso de unificación, de integración cada vez mayor al mercado mundial, de formación de instituciones estatales como el Ejército.

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Entonces, de ahí en más la situación va a ser cada vez más difícil. La década del ’60 es una década impasse porque desata la Guerra del Paraguay y las fuerzas del Estado están enfocadas en eso, pero la década del ’70 es una década en que el Estado nacional tiene la decisión definitiva de avanzar sobre territorios indígenas.

No es la ocasión más notable en la modesta y sórdida historia de Bahía Blanca, en varios sentidos hubo hechos mucho más terribles.

En el ’29 Lavalle fusila a Dorrego. Estomba era unitario y su sucesor, Morel, también. Morel lleva una columna desde Bahía Blanca para tratar de ayudar a Lavalle, ahí hay un grupo de indígenas que toma el partido contrario, el federal. Las fuentes dicen “fueron seducidos por Rosas”. ¿Qué hacen? Se dan vuelta y matan a todos los oficiales de la localidad y además sitian Bahía Blanca durante un tiempo prolongado, están a punto de tomar Bahía Blanca hasta que finalmente son dispersados.

En la década del ’30 hubo una cantidad de invasiones, en el marco de todas las expediciones que hizo Rosas, sobre el territorio borogano -por ejemplo- que era el mismo que después ocupó Calfucura y sobre los ranqueles que fueron expediciones tremendas. Masacres en las que murió mucha gente -sobre todo varones y adultos pero mujeres también- y mujeres y niños fueron secuestrados y traídos a Bahía Blanca como cautivos. Las mujeres fueron violadas, las familias fueron separadas y partidas. Eso no pasó solamente en la llamada Campaña del Desierto sino antes también, incluida esta ocasión en la que Bahía Blanca fue el punto de concentración de esa población.

Tampoco fue “el último malón”. En 1870 hubo otro malón grande, también comandado por Calfucura, Cañuquil y sus aliados, pero se llevaron todas las haciendas de los alrededores de Bahía Blanca y no entraron a la ciudad, entonces en la memoria local quedó como un hecho distinto, con otra magnitud.