(Por Astor Vitali) Ya pasó. Viste cuando un gurí hace berrinche y chilla y patalea sin demasiado sentido… “Ya pasó”, se le dice, una vez calmado. Más o menos así ocurre en las campañas electorales: chillan y hacen berrinche sin demasiado sentido. Bueno… ¡Ya pasó, nene! ¡Ya pasó!

Muchos candidatos salieron a resolver el mundo. Algunos especialistas del ámbito técnico se entusiasmaron y pusieron a disposición esos conocimientos técnicos que jamás serán aplicados por los dirigentes de los partidos que los convocaron. Algunas juventudes se desilusionaron. Algunos neófitos militantes quedaron boquiabiertos con los resultados. Nuevos fiscales se horrorizaron y viejos fiscales fueron a hacer su trámite cada vez más desapasionado, como lo vienen haciendo desde que la democracia garantiza la gobernabilidad en la Argentina.

Pero luego de rascar el histrionismo electoral, no hay mayores novedades políticas, es decir, no hubo acontecimientos realmente inesperados, por fuera de la aplicación de la metodología en democracia de la desaparición forzada de personas. El plan de gobierno sigue en marcha y todo sigue más o menos su curso. Habrá algunos nuevos ganadores y otros flamantes perdedores. Pero siempre hay ganadores y perdedores con los cambios de gobierno. De manera que, dejando de los nombres propios, esto tampoco es nuevo. Esto ocurre siempre y según su turno.

Así y todo: ya pasó. ¿Y ahora qué hacemos? A ver… miremos la agenda. Reforma laboral, reforma previsional, reforma judicial, reforma impositiva. Sí. “Reforma permanente”, según el presidente. Y entonces un sector del peronismo oficiará de oposición testimonial y el peronismo con poder gobernando provincias estará con la necesidad de negociar y garantizará la cosa. Y entonces es probable que el sindicalismo amarillo trance con mayor o menor dignidad y espere mejores tiempos para enarbolar reivindicaciones de clase. Y entonces sectores de izquierda haremos señalamientos y hasta quizá logremos que los bastonazos en la nuca sean un poco menos dolorosos.

A esta agenda se le llamó en algún momento “restauración conservadora”. Uno cree que el término no es del todo justo dado que más que restaurar viejos beneficios de clase (con sus respectivos perjuicios para las masas) es probable que las reformas a instaurar sean de un mayor grado de profundidad, por lo que, en lugar de una restauración de algo que fue removido hablaríamos  más bien de incursión en nuevos agregados, inimaginables hace algunos años.  La “reforma permanente” se plantea como golpe final a la crisis cultural y a la crisis de alternativa. Lo piensan como el remache del fin de las ideologías y como su laboratorio.

De cualquier modo: ahí está la agenda. ¡Ah! Pero resulta que yo no me estaba preguntando por esa agenda. Esa es la agenda de Macri, o más bien, de lo que Macri representa. El asunto es cuál es la agenda que debemos consultar  quienes la agenda de estas gentes no nos contiene. ¿A qué cita estamos convocados? ¿Para dónde arrancamos mañana a la mañana? ¿Qué hacemos?

Si miramos la agenda de Macri nos la vamos a pasar intentando resistir con mayor o menor éxito una serie de reformas para las cuales el sistema democrático argentino ofrece sendos avales. Es preciso recordar los resultados electorales. Es preciso tener conciencia de esto. Mucho de lo que plantearán será odioso pero también legal. Y habrá paros, ollas populares, carpas blancas, escraches, piquetes, todas y nuevas formas de resistencia directa y de visibilización de las políticas que aplicarán estas bestias con bastón de mando. Es posible que esto explote, por razón de la inviabilidad del grado de endeudamiento externo y que de esa explosión surjan nuevas herramientas políticas.

En este sentido, si bien uno es enemigo de las traslaciones históricas del tipo “Macri es el menemismo” o “Macri es la dictadura”, también es cierto que si uno pone en la mesa de análisis ciertos elementos económicos y políticos, difícilmente resulte un corolario diferente. No será una reproducción del 2001, no será una réplica pero explotará. Podría ser aún peor para los de abajo ya que las herramientas del campo popular post kirchnerismo, permanecen aún con escisiones profundas y son menos poderosas.

Ahora bien, entre ese fin de ciclo que ocurrirá más temprano que tarde y hoy ¿cuál es nuestra agenda? ¿Qué va a construir el pueblo argentino? ¿Solo herramientas de resistencia? ¿Lo poco que queda en pie en este país que pueda dar un debate que fugue hacia adelante, que piense con cabeza propia, permanecerá imbuido en sus mezquindades de figuritas de medio pelo con sus públicos propios o será capaz que de trascender hacia un espacio que asome la cabeza hacia las masas, en lugar de sus microclimas?

¿Hay una agenda de la izquierda argentina? ¿Hay más de una? ¿Hay una agenda de la clase obrera argentina? ¿O sólo hay las agendas que leemos en los discursos de los pobres, poco formados y oportunistas dirigentes políticos de este país?

No hace falta decir que frente a la amenaza macrista resistir es una tarea que hay que hacer con esfuerzo y con valor. Pero resistir es de manual. Es lo básico. Es lo que se hace por fuerza de necesidad: no es propositivo. El asunto es ¿cuál es nuestra agenda? ¿Hacia dónde vamos a ir? ¿Qué puerta toco mañana a la mañana? ¿Con quién tomo el mate?

Lo que está claro es que sin agenda propia, volveremos a hablar de las mismas cosas en 2019 y en 2023, sólo que más débiles y encerrados en la agenda de los poderosos. Aún que una agenda propia no sea completamente realizable (la de ellos tampoco la es) al menos ajustaría el calendario a nuestros objetivos.

De los anuncios recientes del presidente Macri se desprende que ellos se mueven según su agenda y lo más rápido que les da el cuero. Habrá que buscar en la estantería popular una agenda propia. Al menos desempolvar la agenda telefónica y levantar el tubo a ver si hay alguien ahí que piense lo mismo, por fuera de la ola amarilla.